Desde fines de julio, activos y colocaciones van cayendo uno por uno. Títulos privados con mal respaldo, acciones, deuda de países en desarrollo (algunos los llaman ”emergentes”, aunque se sumerjan), derivados apoyados en malas hipotecas y bonos para financiar compras apalancadas han sido víctimas de corridas y ventas apresuradas.
Como contrapartida, las letras de Tesorería norteamericana –en particular cortas- alcanzan precios récords en veinte años. Por el contrario, se tambalean US$ 2,5 billones en obligaciones de deuda colateralizadas (ODC). Inclusive productos primarios como hidrocarburos, metales preciosos o alimentos han sido arrastrados por la corriente.
Por ende, inversores, operadores, intermediarios y especuladores que distribuyeron dinero en una variedad de activos descubren que no estaban tan a recaudo como lo suponían. Esto es traumático para quienes se habían acostumbrado a ganar siempre y a olvidar riesgos sistémicos, como ha señalado Joseph Stiglitz.
Cada día es más difícil ubicar activos sin estrecha relación con otros. En breves intervalos de tiempo, todos acaban moviéndose en manada e igual dirección. Esta fase especialmente volátil empezó el lunes 6, cuando los bonos privados de alto riesgo –inclusive los ligados a malas hipotecas y compras apalancadas- presionaron contra las bolsas alrededor del mundo.
¿Qué estaba pasando? Simple: durante años, los mercados accionarios y financieros (no son lo mismo) fueron impulsados por la idea de que diversificar carteras basta para asumir crecientes riesgos o prolongar burbujas especulativas. Muchas firmas de valores salieron a estructurar instrumentos de inversión que agrupaban activos en teoría no correlacionados. Mientras, fondos de cobertura –derivativos- y de capital extrabursátil aprovecharon esos mecanismos para jugar con plata ajena.
Lo mismo hacían los bancos grandes que acaban de costarles a los emisores alrededor de US$ 500.000 millones en rescates de emergencia vía “call”. Pero aquellos instrumentos surtieron un efecto tan previsible como ignorado: la correlación entre canales se consolidó en vez de esfumarse y los mercado se tornaron lábiles, inestables. Al cabo, la alquimia creada para superar el colapso de la burbuja puntocom (2000/1) acabó dándose vuelta a partir de la crisis hipotecaria iniciada en octubre pasado.
Desde fines de julio, activos y colocaciones van cayendo uno por uno. Títulos privados con mal respaldo, acciones, deuda de países en desarrollo (algunos los llaman ”emergentes”, aunque se sumerjan), derivados apoyados en malas hipotecas y bonos para financiar compras apalancadas han sido víctimas de corridas y ventas apresuradas.
Como contrapartida, las letras de Tesorería norteamericana –en particular cortas- alcanzan precios récords en veinte años. Por el contrario, se tambalean US$ 2,5 billones en obligaciones de deuda colateralizadas (ODC). Inclusive productos primarios como hidrocarburos, metales preciosos o alimentos han sido arrastrados por la corriente.
Por ende, inversores, operadores, intermediarios y especuladores que distribuyeron dinero en una variedad de activos descubren que no estaban tan a recaudo como lo suponían. Esto es traumático para quienes se habían acostumbrado a ganar siempre y a olvidar riesgos sistémicos, como ha señalado Joseph Stiglitz.
Cada día es más difícil ubicar activos sin estrecha relación con otros. En breves intervalos de tiempo, todos acaban moviéndose en manada e igual dirección. Esta fase especialmente volátil empezó el lunes 6, cuando los bonos privados de alto riesgo –inclusive los ligados a malas hipotecas y compras apalancadas- presionaron contra las bolsas alrededor del mundo.
¿Qué estaba pasando? Simple: durante años, los mercados accionarios y financieros (no son lo mismo) fueron impulsados por la idea de que diversificar carteras basta para asumir crecientes riesgos o prolongar burbujas especulativas. Muchas firmas de valores salieron a estructurar instrumentos de inversión que agrupaban activos en teoría no correlacionados. Mientras, fondos de cobertura –derivativos- y de capital extrabursátil aprovecharon esos mecanismos para jugar con plata ajena.
Lo mismo hacían los bancos grandes que acaban de costarles a los emisores alrededor de US$ 500.000 millones en rescates de emergencia vía “call”. Pero aquellos instrumentos surtieron un efecto tan previsible como ignorado: la correlación entre canales se consolidó en vez de esfumarse y los mercado se tornaron lábiles, inestables. Al cabo, la alquimia creada para superar el colapso de la burbuja puntocom (2000/1) acabó dándose vuelta a partir de la crisis hipotecaria iniciada en octubre pasado.