Desde hace generaciones, operadores, intermediarios y especuladores saben que los colapsos bursatiles y financieros presuponen el mismo trasfondo: excesos de codicia o ludopatía. Desde los locos tulipanes holandeses de 1630/40 hasta los actuales fondos de cobertura y compras apalancadas.
Como especulación o manía son palabras tabúes desde hace años, se usa un eufemismo, “burbujas”. Por lo mismo, los prestamistas y sus bancos aliados -que han puesto en crisis las malas hipotecas- ya no se llaman usureros. En inglés, “loan sharks”, tiburones.
Matices al margen, varios analistas subrayan ciertos síntomas técnicos. En primer lugar, el índice básico de Morgan Stanley para acciones globales ha subido 14% en 2007 año hasta fin de septiembre y ha pasado de 10% en tres de los cuatro años anteriores. La jerga estadigráfica en boga habla de “doble dígito”, pero eso iría de 10 a 99,9%, todo un dislate.
En segundo término, el índice compuesto de la bolsa de Shanghai, un parámetro frecuente en la materia, registra en nueve meses un alza superior al doble, tras el 130% de todo 2006. La tercera señal es el índice MS para bolsas de Asia oriental-Pacìfico, excepto Japón. Hasta mediados de octubre, iba avanzando más de 40% y acumulaba 260% desde principios de 2003.
Mientras, en Estados Unidos, los gurúes inventaban un flaco consuelo: a fin de septiembre las bolsas redondearo cinco años de “mercado toro”. Pero, amén de anticipar un desinfle tarde o temprano, el proceso ya había sufrido un violento desbarranque del 27de febrero al 11 de marzo últimos y otro, menos duro, a fines de mayo.
Algunos expertos observan que la burbuja hoy en peligro es diferente a anteriores, aunque tan sistémica como ellas. Esta vez, convergen dos crisis, malas hipotecas e iliquidez financiera, no vinculadas directamente con la especulación bursatil. Salvo por un costado: la manía de compras apalancadas –vía fondos extrabursátiles- que vienen desfinanciándose desde hace semanas. Este doble fenómeno, que también involucra una masa de derivados, amenaza a los mercados mayores y pone nerviosa a mucha gente.
A lo largo de la historia, todas las manías y burbujas han tenido el mismo hilo conductor: una extrapolación ingenua de factores y su consecuencia, el desastre. Así lo describían John Kenneth Gailbaith (1965) y Charles Kindleberger (1993).
Sobran ejemplos para elegir. Uno es la burbuja de metales preciosos, que culminó en enero de 1981 (oro a US$ 850 la onza, plata a cincuenta) y determinó veinte años de precios deprimidos. Era resultado directo de dos alzas petroleras (1973/5, 1979/80). Casi exactanente como la actual, producto de crudos a récords nominales y un dólar endeble.
Más tarde, en 1994/5, el cese de pagos mexicano provocó otra crisis. El entonces secretario de estado Henry Kissinger dijo algo muy sensato: “estos problemas son demasiado relevantes para dejárselos a simples banqueros”. Asì, Washington puso US$ 4.800 millones para detener el desbaranque.
No había en hacienda, claro, un operador del negocio financiero como hoy lo es Henry Paulson (Goldman Sachs). Su incapacidad de actuar a tiempo -la crisis hipotecaria se conocía desde fines de 2006- llevó, irónicamente, a un rescate de US$ 450.000 millones vía “call” a grandes bancos en riesgo (9 al 14 de agosto) y a un fondo rotatorio por 100.000 millones. Más rápido y complicado fue el salvajate para detener la crisis sistémica ocasionada, en 1997/8, por las torpes recetas del FMI aplicadass a países en desarrollo sobrendeudados.
Durante los años 90, a la sazón, hubo dos “crisis localizadas”: Baring securities (1995) y Long-term Capital management (1997). Ambas fueron causadas por fraudes (Nicholas Leeson) o errores de genios matemáticos, que compartieron el Nobel económico 1990… por sus aportes a instrumentos derivativos. Este año, los incorregibles suecos se lo entregaron a otro trío de matemáticos.
En cuanto a la presente burbuja en licuación, castiga esencialmente a propietarios de bienes raíces residenciales en Estados Unidos y Gran Bretaña. Pero es producto de Alan Greespan y sus veleidades. Tras la burbuja puntocom (1996/2000), inspirada en delirios sobre una “nueva economía virtual”, la Reserva Federal se largó a rebajar la tasa básica.
Bastaron tres dos años (2001-3) para que ese tipo volviese al 1% imperante a mediados de 1958. Inmobiliarias, prestamistas hipotecarios, bancos y el público norteamericano fomentaron un auge sin precedentes en el mercado inmobiliario residencial. Por supuesto, Greenspan operaba para la reelección de George W.Bush.
Entretanto, el emisor –luchando contra una inflación que todavía no aparece- iniciaba en 2005 una serie de 17 alzas que culminó en 5,25% anual a mediados de 2006. Meses después, se iniciaba el colapso inmobiliario que hizo crisis en agosto de 2007. Ahora, pagan el pato fondos de cobertura (derivados), fondos extrabursátiles (compras apalancadas) y, parece, Wall Street misma. Mientras, Bush vive desde noviembre de 2006 un deterioro político que podría tornarse intolerable mucho antes de entregar el poder, enero de 2009
Desde hace generaciones, operadores, intermediarios y especuladores saben que los colapsos bursatiles y financieros presuponen el mismo trasfondo: excesos de codicia o ludopatía. Desde los locos tulipanes holandeses de 1630/40 hasta los actuales fondos de cobertura y compras apalancadas.
Como especulación o manía son palabras tabúes desde hace años, se usa un eufemismo, “burbujas”. Por lo mismo, los prestamistas y sus bancos aliados -que han puesto en crisis las malas hipotecas- ya no se llaman usureros. En inglés, “loan sharks”, tiburones.
Matices al margen, varios analistas subrayan ciertos síntomas técnicos. En primer lugar, el índice básico de Morgan Stanley para acciones globales ha subido 14% en 2007 año hasta fin de septiembre y ha pasado de 10% en tres de los cuatro años anteriores. La jerga estadigráfica en boga habla de “doble dígito”, pero eso iría de 10 a 99,9%, todo un dislate.
En segundo término, el índice compuesto de la bolsa de Shanghai, un parámetro frecuente en la materia, registra en nueve meses un alza superior al doble, tras el 130% de todo 2006. La tercera señal es el índice MS para bolsas de Asia oriental-Pacìfico, excepto Japón. Hasta mediados de octubre, iba avanzando más de 40% y acumulaba 260% desde principios de 2003.
Mientras, en Estados Unidos, los gurúes inventaban un flaco consuelo: a fin de septiembre las bolsas redondearo cinco años de “mercado toro”. Pero, amén de anticipar un desinfle tarde o temprano, el proceso ya había sufrido un violento desbarranque del 27de febrero al 11 de marzo últimos y otro, menos duro, a fines de mayo.
Algunos expertos observan que la burbuja hoy en peligro es diferente a anteriores, aunque tan sistémica como ellas. Esta vez, convergen dos crisis, malas hipotecas e iliquidez financiera, no vinculadas directamente con la especulación bursatil. Salvo por un costado: la manía de compras apalancadas –vía fondos extrabursátiles- que vienen desfinanciándose desde hace semanas. Este doble fenómeno, que también involucra una masa de derivados, amenaza a los mercados mayores y pone nerviosa a mucha gente.
A lo largo de la historia, todas las manías y burbujas han tenido el mismo hilo conductor: una extrapolación ingenua de factores y su consecuencia, el desastre. Así lo describían John Kenneth Gailbaith (1965) y Charles Kindleberger (1993).
Sobran ejemplos para elegir. Uno es la burbuja de metales preciosos, que culminó en enero de 1981 (oro a US$ 850 la onza, plata a cincuenta) y determinó veinte años de precios deprimidos. Era resultado directo de dos alzas petroleras (1973/5, 1979/80). Casi exactanente como la actual, producto de crudos a récords nominales y un dólar endeble.
Más tarde, en 1994/5, el cese de pagos mexicano provocó otra crisis. El entonces secretario de estado Henry Kissinger dijo algo muy sensato: “estos problemas son demasiado relevantes para dejárselos a simples banqueros”. Asì, Washington puso US$ 4.800 millones para detener el desbaranque.
No había en hacienda, claro, un operador del negocio financiero como hoy lo es Henry Paulson (Goldman Sachs). Su incapacidad de actuar a tiempo -la crisis hipotecaria se conocía desde fines de 2006- llevó, irónicamente, a un rescate de US$ 450.000 millones vía “call” a grandes bancos en riesgo (9 al 14 de agosto) y a un fondo rotatorio por 100.000 millones. Más rápido y complicado fue el salvajate para detener la crisis sistémica ocasionada, en 1997/8, por las torpes recetas del FMI aplicadass a países en desarrollo sobrendeudados.
Durante los años 90, a la sazón, hubo dos “crisis localizadas”: Baring securities (1995) y Long-term Capital management (1997). Ambas fueron causadas por fraudes (Nicholas Leeson) o errores de genios matemáticos, que compartieron el Nobel económico 1990… por sus aportes a instrumentos derivativos. Este año, los incorregibles suecos se lo entregaron a otro trío de matemáticos.
En cuanto a la presente burbuja en licuación, castiga esencialmente a propietarios de bienes raíces residenciales en Estados Unidos y Gran Bretaña. Pero es producto de Alan Greespan y sus veleidades. Tras la burbuja puntocom (1996/2000), inspirada en delirios sobre una “nueva economía virtual”, la Reserva Federal se largó a rebajar la tasa básica.
Bastaron tres dos años (2001-3) para que ese tipo volviese al 1% imperante a mediados de 1958. Inmobiliarias, prestamistas hipotecarios, bancos y el público norteamericano fomentaron un auge sin precedentes en el mercado inmobiliario residencial. Por supuesto, Greenspan operaba para la reelección de George W.Bush.
Entretanto, el emisor –luchando contra una inflación que todavía no aparece- iniciaba en 2005 una serie de 17 alzas que culminó en 5,25% anual a mediados de 2006. Meses después, se iniciaba el colapso inmobiliario que hizo crisis en agosto de 2007. Ahora, pagan el pato fondos de cobertura (derivados), fondos extrabursátiles (compras apalancadas) y, parece, Wall Street misma. Mientras, Bush vive desde noviembre de 2006 un deterioro político que podría tornarse intolerable mucho antes de entregar el poder, enero de 2009