La Reserva Federal está inquieta por la burbuja inmobiliaria

La compraventa de viviendas sólo para especular plantea severos riesgos a la economía estadounidense. El “optimismo fundamentalista” de Alan Greenspan y Benjamin Bernanke no alcanza para aventar temores de sus colegas.

20 mayo, 2005

Pese a euforias bursátiles sin sustento real –como la de esta semana-, no terminan los debates sobre si los mercados norteamericanos viven, o no, una cadena de burbujas capaces de explotar en cualquier momento. Al menos en un caso, ni siquiera los panglosianos de la RF niegan que la especulación inmobiliaria orilla un terreno peligroso, como ocurre en Gran Bretaña y España.

Por de pronto, los precios están en ebullición y las dos compañías hipotecarias controladas por el estado federal (Fannie May, Freddie Mac) son bombas de tiempo, con derivados y todo. El problema no se limita a valones que crecen más rápido que cualquier otro en escala nacional (la media subió 10% en 2004, según la oficina supervisora federal de empresas inmobiliarias). Ocurre que, en California, Florida y Nevada, ese ritmo alcanzaba un traumático 25%.

Tampoco cabe echarles toda la culpa al propio negocio de bienes raíces y sus trucos para colocar préstamos. O sea, endeudar al público seduciéndolo con anticipos cada año más bajos. No, la novedad alarmante es que los norteamericanos estén comprando –vía hipotecas- segundas y hasta terceras casas no para habitarlas, sino para revenderlas velozmente en pos de hacer diferencia en escasos márgenes de tiempo (en California, apenas días). “Se apuesta al alza perpetua de precios. Mucha gente sale del templo evangélico y se lanza –junto con sus predicadores- a una fiebre especulativa muy poco bíblica”, señalaba “Los Ángeles Times”.

Un informe de la asociación nacional de bienes raíces revela que, según sus sondeos, 23% de las viviendas vendidas el año pasado se compró con fines especulativos y 13% para pasar vacaciones. “Es como si el público se hubiese cansado de las acciones y buscara otros rubros donde perder plata”, apuntaba el “Wall Street Journal”. A su juicio, el auge inmobiliario es promovido por astutos especuladores que, como en 1928, se sacan de encima activos en vísperas de un crac. Para el caso, el hipotecario”.

Tan es así que, días atrás, la RF y otros reguladores recomendaron a los bancos ser más cuidadosos en materia de segundas hipotecas. En otra forma de exuberancia irracional, “esas operaciones entrañarán mayor riesgo si las tasas siguiesen subiendo como en los primeros meses del año y, llegado el caso, se contrayeran los valores de las propiedades”.

“Hace dos años, uno creía que el alza de precios inmobiliarios sólo reflejaba bajas tasas reales, aumento de ingresos familiares o favorable demografía”, decía Donald Kohn, gobernador de la RF y ex asesor de Greenspan. Pero “desde entonces, los valors han trepado demasiado en relación con las tipos de interés. No obstante, el verdadero riesgo consiste en una erosión de precios reales en bienes raíces”.

Pese a euforias bursátiles sin sustento real –como la de esta semana-, no terminan los debates sobre si los mercados norteamericanos viven, o no, una cadena de burbujas capaces de explotar en cualquier momento. Al menos en un caso, ni siquiera los panglosianos de la RF niegan que la especulación inmobiliaria orilla un terreno peligroso, como ocurre en Gran Bretaña y España.

Por de pronto, los precios están en ebullición y las dos compañías hipotecarias controladas por el estado federal (Fannie May, Freddie Mac) son bombas de tiempo, con derivados y todo. El problema no se limita a valones que crecen más rápido que cualquier otro en escala nacional (la media subió 10% en 2004, según la oficina supervisora federal de empresas inmobiliarias). Ocurre que, en California, Florida y Nevada, ese ritmo alcanzaba un traumático 25%.

Tampoco cabe echarles toda la culpa al propio negocio de bienes raíces y sus trucos para colocar préstamos. O sea, endeudar al público seduciéndolo con anticipos cada año más bajos. No, la novedad alarmante es que los norteamericanos estén comprando –vía hipotecas- segundas y hasta terceras casas no para habitarlas, sino para revenderlas velozmente en pos de hacer diferencia en escasos márgenes de tiempo (en California, apenas días). “Se apuesta al alza perpetua de precios. Mucha gente sale del templo evangélico y se lanza –junto con sus predicadores- a una fiebre especulativa muy poco bíblica”, señalaba “Los Ángeles Times”.

Un informe de la asociación nacional de bienes raíces revela que, según sus sondeos, 23% de las viviendas vendidas el año pasado se compró con fines especulativos y 13% para pasar vacaciones. “Es como si el público se hubiese cansado de las acciones y buscara otros rubros donde perder plata”, apuntaba el “Wall Street Journal”. A su juicio, el auge inmobiliario es promovido por astutos especuladores que, como en 1928, se sacan de encima activos en vísperas de un crac. Para el caso, el hipotecario”.

Tan es así que, días atrás, la RF y otros reguladores recomendaron a los bancos ser más cuidadosos en materia de segundas hipotecas. En otra forma de exuberancia irracional, “esas operaciones entrañarán mayor riesgo si las tasas siguiesen subiendo como en los primeros meses del año y, llegado el caso, se contrayeran los valores de las propiedades”.

“Hace dos años, uno creía que el alza de precios inmobiliarios sólo reflejaba bajas tasas reales, aumento de ingresos familiares o favorable demografía”, decía Donald Kohn, gobernador de la RF y ex asesor de Greenspan. Pero “desde entonces, los valors han trepado demasiado en relación con las tipos de interés. No obstante, el verdadero riesgo consiste en una erosión de precios reales en bienes raíces”.

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