General Motors está en crisis. O reacciona o caerá

Así titulaba, el sábado, un análisis del “New York Times” sobre la situación de la mayor automotriz del mundo. Hace tiempo que GM preocupa, pero ningún medio había llegado a ese extremo.

22 agosto, 2005

Lo curioso es que el influyente medio liberal, opuesto al conservadurismo de –por ejemplo- el “Wall Street Journal” o la agencia noticiosa especializada Bloomerg’s, apele a un típico argumento de mercado. A saber, “los costos del sistema de asistencia médica”. En rigor, los datos publicados provienen de la propia empresa.

A criterio del NYT, “en más o menos dos años, si no reforma ese régimen, GM orillará la bancarrota”. Dejando de lado que no parece sensato desmejorar la calidad del gasto asistencial (los pacientes son también fuerza laboral), las cifras esgrimidas reflejan una postura “ultra”.

En rigor, las pérdidas del segundo trimestre, anunciadas por Richard Wagoner –un director ejecutivo que ha estado cometiendo una serie de errores desde 2000-, ascienden a US$ 1.400 millones. Los malabarismos contables elevan a 3.000 millones el giro de caja negativo.

En verdad, los únicos factores que se interponen entre la empresa y el desastre (sostiene el diario) son la liquidez de cartera y las utilidades de la división financiera. Pero, en vez de encarar los exagerados incentivos ofrecidos para vender coches que el público no quiere y sus efectos en el precio real percibido, el análisis se centra en el aspecto social.

“Sólo durante 2005, la atención médica de 1.100.000 asalariados costará US$ 6.000 millones. La suma no era muy conocida, pero el periódico omite una serie de datos. Así, entre las pérdidas más directamente responsables del deterioro financiero debieran figurar los US$ 2.400 millones que le costó a GM la aventura de Wagoner con Fiat Auto.

Otro componente es el continuo retroceso de esta compañía y Ford Motor ante el avance japonés y surcoreano en el mercado estadounidense. Pero, yendo a los gastos médicos, hay un detalle no mencionado: como sucede con el sistema público de seguridad social, los planes privados pagan altos precios por medicamentos y terapias, debido a las excelentes relaciones entre cúpulas empresarias y el negocio farnoquímico.

Lo curioso es que el influyente medio liberal, opuesto al conservadurismo de –por ejemplo- el “Wall Street Journal” o la agencia noticiosa especializada Bloomerg’s, apele a un típico argumento de mercado. A saber, “los costos del sistema de asistencia médica”. En rigor, los datos publicados provienen de la propia empresa.

A criterio del NYT, “en más o menos dos años, si no reforma ese régimen, GM orillará la bancarrota”. Dejando de lado que no parece sensato desmejorar la calidad del gasto asistencial (los pacientes son también fuerza laboral), las cifras esgrimidas reflejan una postura “ultra”.

En rigor, las pérdidas del segundo trimestre, anunciadas por Richard Wagoner –un director ejecutivo que ha estado cometiendo una serie de errores desde 2000-, ascienden a US$ 1.400 millones. Los malabarismos contables elevan a 3.000 millones el giro de caja negativo.

En verdad, los únicos factores que se interponen entre la empresa y el desastre (sostiene el diario) son la liquidez de cartera y las utilidades de la división financiera. Pero, en vez de encarar los exagerados incentivos ofrecidos para vender coches que el público no quiere y sus efectos en el precio real percibido, el análisis se centra en el aspecto social.

“Sólo durante 2005, la atención médica de 1.100.000 asalariados costará US$ 6.000 millones. La suma no era muy conocida, pero el periódico omite una serie de datos. Así, entre las pérdidas más directamente responsables del deterioro financiero debieran figurar los US$ 2.400 millones que le costó a GM la aventura de Wagoner con Fiat Auto.

Otro componente es el continuo retroceso de esta compañía y Ford Motor ante el avance japonés y surcoreano en el mercado estadounidense. Pero, yendo a los gastos médicos, hay un detalle no mencionado: como sucede con el sistema público de seguridad social, los planes privados pagan altos precios por medicamentos y terapias, debido a las excelentes relaciones entre cúpulas empresarias y el negocio farnoquímico.

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