Etanol: Washington intenta apoyarlo, aun contra las petroleras

Días atrás, George W.Bush volvió a retar a los norteamericanos por su adicción a los hidrocarburos y les recomendó pasarse al etanol. Pero sigue eludiendo medidas duras, para no molestar a las petroleras y su abogado, Richard Cheney.

22 agosto, 2007

En este momento, la cosecha de maíz –insumo del etanol- puede rendir hasta 125.000 millones de litros de etanol, pero el rubro no sube de 27.000 millones, contra los 568.000 millones de naftas. Así lo señalan los departamentos federales de agricultura, energía y combustibles. O sea, hay una “capacidad substitutiva ociosa” de 78,3%.

No obstante, el gobierno federal no exige emplear etanol ni impone normas más estrictas contra combustibles fósiles. Presionado por el “lobby” petrolero (quizá también por los negocios del clan Bush o Cheney en Tejas), tampoco está dispuesto a elevar los impuestos a naftas. En otras palabras, no mueve un dedo a favor de los mismos combustibles alternativos cuyo empleo predica.

Algunos funcionarios tienen una cartilla “pour la gallérie”: sostienen que todo va bien y las propias fuerzas del mercado están difundiendo el etanol. En cuanto a la clave de los hidrocarburos, la industria automotriz, algunas empresas parecen dispuestas a doblar la fabricación de vehículos capaces de operar indistintamente con nafta o etanol. Pero General Motors, Ford y Chrysler continúan aferradas a utilitarios deportivos de alto consumo.

Curiosamente, Washington afirma que bastaría un poco de apoyo para que el etanol cubriese, hacia 2025, un tercio de la de demanda de combustibles, contra el insignificante 3% actual. Ese año está demasiado lejos y, en todo caso, entretanto seguirán agotándose las reservas de hidrocarburos en el mundo.

Pero hay un obstáculo formidable: las grandes petroleras, cuyos mandos son aun más conservadores que los gerentes de Ford o GM, manifiestan serias dudas sobre la viabilidad del etanol. También los legisladores que operan para ellas en nivel federal y estadual. Por otra parte, en realidad existen pocos incentivos para promover combustibles que compitan con los suyos, y no los habrá mientras el cabildeo petrolero siga fuerte en el Capitolio.

A mediados de año, apenas mil de las 170.000 estaciones de servicio en Estados Unidos ofrecían etanol. Esto no cambiará mientras no se obligue a sus operadores a incluir la alternativa (esto es, invertir en surtidores). Algunos, más sutiles, señalan que la cosecha norteamericana de maíz no es suficiente para una oferta considerable de etanol y, por tanto, el país acabaría importando combustible, cereal o ambos. Lo que no dicen es (a) es fácil promover mayor siembra de maíz y (b) las fuentes de hidrocarburos están terminándose en EE.UU., por lo cual su importación continuará ascendiendo.

Por supuesto, Brasil –principal productor de etanol, papel que Argentina no supo desempeñar a tiempo- sigue de cerca el asunto. En un contexto de libre intercambio, un auge de etanol en EE.UU. sería clave para los brasileños. Pero, como lo subrayan el colapso de la ronda Dohá y una OMC tambaleante, éste no es un mundo de libre comercio, pues Washington cobra 14 centavos de arancel por litro de etanol importado, más 2% de gravamen “ad valorem”. En otras palabras, protege un insumo que casi no produce.

Naturalmente, la combinación de dos fuertes influencias –el sector agrícola y el de hidrocarburos- impiden que ese absurdo cuadro arancelario se modifique. La derecha republicana y demócrata depende demasiado de votos campesinos y petroleros. En medio de esto, resulta irónico que las filiales brasileñas de Ford y GM hagan punta en materia de etanol, mientras sus competidoras orientales se retrasan. Además y a diferencia de Bush, Luiz Inácio da Silva impuso a Petrobrás –empresa estatal testigo- abastecer de etanol a sus estaciones de servicios. Es posible que esa misma compañía lo haga en Argentina y Uruguay, donde aún reina la pasividad. En el segundo caso, porque hay un operador de Texaco en el gabinete de Tabaré Vázquez, el ministro Jorge Lepra.

En este momento, la cosecha de maíz –insumo del etanol- puede rendir hasta 125.000 millones de litros de etanol, pero el rubro no sube de 27.000 millones, contra los 568.000 millones de naftas. Así lo señalan los departamentos federales de agricultura, energía y combustibles. O sea, hay una “capacidad substitutiva ociosa” de 78,3%.

No obstante, el gobierno federal no exige emplear etanol ni impone normas más estrictas contra combustibles fósiles. Presionado por el “lobby” petrolero (quizá también por los negocios del clan Bush o Cheney en Tejas), tampoco está dispuesto a elevar los impuestos a naftas. En otras palabras, no mueve un dedo a favor de los mismos combustibles alternativos cuyo empleo predica.

Algunos funcionarios tienen una cartilla “pour la gallérie”: sostienen que todo va bien y las propias fuerzas del mercado están difundiendo el etanol. En cuanto a la clave de los hidrocarburos, la industria automotriz, algunas empresas parecen dispuestas a doblar la fabricación de vehículos capaces de operar indistintamente con nafta o etanol. Pero General Motors, Ford y Chrysler continúan aferradas a utilitarios deportivos de alto consumo.

Curiosamente, Washington afirma que bastaría un poco de apoyo para que el etanol cubriese, hacia 2025, un tercio de la de demanda de combustibles, contra el insignificante 3% actual. Ese año está demasiado lejos y, en todo caso, entretanto seguirán agotándose las reservas de hidrocarburos en el mundo.

Pero hay un obstáculo formidable: las grandes petroleras, cuyos mandos son aun más conservadores que los gerentes de Ford o GM, manifiestan serias dudas sobre la viabilidad del etanol. También los legisladores que operan para ellas en nivel federal y estadual. Por otra parte, en realidad existen pocos incentivos para promover combustibles que compitan con los suyos, y no los habrá mientras el cabildeo petrolero siga fuerte en el Capitolio.

A mediados de año, apenas mil de las 170.000 estaciones de servicio en Estados Unidos ofrecían etanol. Esto no cambiará mientras no se obligue a sus operadores a incluir la alternativa (esto es, invertir en surtidores). Algunos, más sutiles, señalan que la cosecha norteamericana de maíz no es suficiente para una oferta considerable de etanol y, por tanto, el país acabaría importando combustible, cereal o ambos. Lo que no dicen es (a) es fácil promover mayor siembra de maíz y (b) las fuentes de hidrocarburos están terminándose en EE.UU., por lo cual su importación continuará ascendiendo.

Por supuesto, Brasil –principal productor de etanol, papel que Argentina no supo desempeñar a tiempo- sigue de cerca el asunto. En un contexto de libre intercambio, un auge de etanol en EE.UU. sería clave para los brasileños. Pero, como lo subrayan el colapso de la ronda Dohá y una OMC tambaleante, éste no es un mundo de libre comercio, pues Washington cobra 14 centavos de arancel por litro de etanol importado, más 2% de gravamen “ad valorem”. En otras palabras, protege un insumo que casi no produce.

Naturalmente, la combinación de dos fuertes influencias –el sector agrícola y el de hidrocarburos- impiden que ese absurdo cuadro arancelario se modifique. La derecha republicana y demócrata depende demasiado de votos campesinos y petroleros. En medio de esto, resulta irónico que las filiales brasileñas de Ford y GM hagan punta en materia de etanol, mientras sus competidoras orientales se retrasan. Además y a diferencia de Bush, Luiz Inácio da Silva impuso a Petrobrás –empresa estatal testigo- abastecer de etanol a sus estaciones de servicios. Es posible que esa misma compañía lo haga en Argentina y Uruguay, donde aún reina la pasividad. En el segundo caso, porque hay un operador de Texaco en el gabinete de Tabaré Vázquez, el ministro Jorge Lepra.

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