Wolfowitz: Bush le soltó la mano y él presentó la renuncia

Por primera vez dimite un presidente del Banco Mundial. El directorio sólo aceptó que fuera al 30 de junio. Tres factores son claves: su ultraconservadurismo, la falta de idoneidad y el declive de la influencia norteamericana en la entidad.

18 mayo, 2007

Virtualmente sin apoyo en Washington, la figura de Wolfowitz era ya demasiado patética para seguir al frente de una institución que tampoco pasa por un buen momento. Ahora todo se reduce a buscar reemplazante pero, ya, la asociación del personal técnico sugiere que “es hora de reformar la carta orgánica y eliminar la obligatoriedad de un presidente norteamericano”.

La semana pasada, una ofensiva de Alemania, Francia, Holanda, Noruega, Dinamarca, Bélgica y Gran Bretaña acorraló a Estados Unidos y Japón en la junta del Banco internacional de reconstrucción y fomento (BIRF). El apoyo de George W.Bush se esfumó hace dos días, mientras docenas de funcionarios dejaban el gobierno federal antes de tiempo.

Robert Bennet, abogado de Wolfowitz, sabía que el directorio barajaba una sola opción: pedirle la renuncia y dejar que a la Casa blanca nombrar sucesor. Bush debió apresurar una decisión, pese a tener pendiente la suerte de Alberto González como secretario de justicia (por el escándalo de ocho fiscales despedidos en 2006).

.

Entretanto, desde el martes circulaban candidatos al cargo. Entre ellos, dos ex subsecretarios de la Casa Blanca: Robert Kimmit (hacienda, poco conocido) y Robert Zoellick (ex representante comercial viajero, hoy con Condoleezza Rice). También se hablaba del senador republicano Richard Lugar -un contrasentido, pues el oficialismo ya no controla el congreso-, el actual titular de hacienda, Henry Paulson, y un ex director gerente del FMI, Stanley Fischer, hoy presidente del banco central… israelí (¿se habrá nacinaliado o seguirá estadounidense?). El eventual reemplazante de Wolfowitz terminará el mandato 2005-8.

Ni el Fondo Monetario se jugó por él. Calificado por varios medios como ”el peor presidente en 45 años”, su gestión pone en duda la conveniencia de que EE.UU. siga cubriendo el cargo. En los papeles, tiene 16,4% de acciones con voto. Una primera minoría pero, ni de lejos, una mayoría en el BIRF. Lo siguen Japón -7,9%, sin voz ni voto, un anacronismo absurdo-, Alemania (4,5%), Francia (4,3%) y Gran Bretaña (igual). La masa de accionistas menores, mudos también, alcanza pues 62,6%. En el grupo principal, sólo Tokio acompañaba hasta el miércoles a EE.UU. en defender a Wolfowitz. Ese día 10 fracasó una idea de Karl Rove, todavía máximo asesor de Bush: hacer firmar una declaración en su favor a un grupo ultraconservador que incluía fundamentalistas evangélicos y judíos. Uno de aquéllos, Jerry Falwell, murió el lunes 14 y pocos personajes asistieron al funeral.

Como sucede en el FMI, el poder de voto en el BIRF refleja una imagen congelada inmediatamente tras la II guerra mundial, hace 62 años. Rusia, China, India, Brasil, México y otros casi no cuentan. Esto se agravó ante la manifiesta incapacidad y falta de ética mostradas por Wolfowitz, un ideólogo fundamentalista sin experiencia financiera. La lista de sus últimos seis antecesores lo pone en evidencia, comenzando por Robert McNamara.

En apariencia, éste tenía antecedentes similares a los de su lejano sucesor. Pero McNamara había sido titular de defensa bajo John F.Kennedy, un presidente infinitamente más talentoso que Bush. Además, dirigió el Banco Mundial largo tiempo -1968 a 1981- y conocía el planeta al dedillo.

Lo siguió casi un opuesto, Alden W.Clausen, ex presidente ejecutivo de Bank of America. Permaneció un mandato (1981/6), pero su larga experiencia como banquero compensaba su palidez intelectual y le evitó papelones como los de Wolfowitz. A continuación, Barber Conable (senador republicano, 1986/91) encarnó el estilo distante pero prudente de Ronald Reagan.

La pelota pasó a Wall Street con Lewis Preston (CEO de JP Morgan Chase, 1991/6) y, en 1995, recaló diez años en James Wolfensohn. Este ortodoxo, experto en banca de inversión, realizó una gestión orientada al negocio financiero antes que a promover desarrollo. Pero ésa era la impronta después de McNamara y nadie le reprochó pecados como los de su reemplazante.

Virtualmente sin apoyo en Washington, la figura de Wolfowitz era ya demasiado patética para seguir al frente de una institución que tampoco pasa por un buen momento. Ahora todo se reduce a buscar reemplazante pero, ya, la asociación del personal técnico sugiere que “es hora de reformar la carta orgánica y eliminar la obligatoriedad de un presidente norteamericano”.

La semana pasada, una ofensiva de Alemania, Francia, Holanda, Noruega, Dinamarca, Bélgica y Gran Bretaña acorraló a Estados Unidos y Japón en la junta del Banco internacional de reconstrucción y fomento (BIRF). El apoyo de George W.Bush se esfumó hace dos días, mientras docenas de funcionarios dejaban el gobierno federal antes de tiempo.

Robert Bennet, abogado de Wolfowitz, sabía que el directorio barajaba una sola opción: pedirle la renuncia y dejar que a la Casa blanca nombrar sucesor. Bush debió apresurar una decisión, pese a tener pendiente la suerte de Alberto González como secretario de justicia (por el escándalo de ocho fiscales despedidos en 2006).

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Entretanto, desde el martes circulaban candidatos al cargo. Entre ellos, dos ex subsecretarios de la Casa Blanca: Robert Kimmit (hacienda, poco conocido) y Robert Zoellick (ex representante comercial viajero, hoy con Condoleezza Rice). También se hablaba del senador republicano Richard Lugar -un contrasentido, pues el oficialismo ya no controla el congreso-, el actual titular de hacienda, Henry Paulson, y un ex director gerente del FMI, Stanley Fischer, hoy presidente del banco central… israelí (¿se habrá nacinaliado o seguirá estadounidense?). El eventual reemplazante de Wolfowitz terminará el mandato 2005-8.

Ni el Fondo Monetario se jugó por él. Calificado por varios medios como ”el peor presidente en 45 años”, su gestión pone en duda la conveniencia de que EE.UU. siga cubriendo el cargo. En los papeles, tiene 16,4% de acciones con voto. Una primera minoría pero, ni de lejos, una mayoría en el BIRF. Lo siguen Japón -7,9%, sin voz ni voto, un anacronismo absurdo-, Alemania (4,5%), Francia (4,3%) y Gran Bretaña (igual). La masa de accionistas menores, mudos también, alcanza pues 62,6%. En el grupo principal, sólo Tokio acompañaba hasta el miércoles a EE.UU. en defender a Wolfowitz. Ese día 10 fracasó una idea de Karl Rove, todavía máximo asesor de Bush: hacer firmar una declaración en su favor a un grupo ultraconservador que incluía fundamentalistas evangélicos y judíos. Uno de aquéllos, Jerry Falwell, murió el lunes 14 y pocos personajes asistieron al funeral.

Como sucede en el FMI, el poder de voto en el BIRF refleja una imagen congelada inmediatamente tras la II guerra mundial, hace 62 años. Rusia, China, India, Brasil, México y otros casi no cuentan. Esto se agravó ante la manifiesta incapacidad y falta de ética mostradas por Wolfowitz, un ideólogo fundamentalista sin experiencia financiera. La lista de sus últimos seis antecesores lo pone en evidencia, comenzando por Robert McNamara.

En apariencia, éste tenía antecedentes similares a los de su lejano sucesor. Pero McNamara había sido titular de defensa bajo John F.Kennedy, un presidente infinitamente más talentoso que Bush. Además, dirigió el Banco Mundial largo tiempo -1968 a 1981- y conocía el planeta al dedillo.

Lo siguió casi un opuesto, Alden W.Clausen, ex presidente ejecutivo de Bank of America. Permaneció un mandato (1981/6), pero su larga experiencia como banquero compensaba su palidez intelectual y le evitó papelones como los de Wolfowitz. A continuación, Barber Conable (senador republicano, 1986/91) encarnó el estilo distante pero prudente de Ronald Reagan.

La pelota pasó a Wall Street con Lewis Preston (CEO de JP Morgan Chase, 1991/6) y, en 1995, recaló diez años en James Wolfensohn. Este ortodoxo, experto en banca de inversión, realizó una gestión orientada al negocio financiero antes que a promover desarrollo. Pero ésa era la impronta después de McNamara y nadie le reprochó pecados como los de su reemplazante.

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