Wall Street: Ciclotimia apoyada en estadísticas ocasionales

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La repentina baja –US$61.000 a 55.000 millones- del déficit comercial mensual inspiró en los gurúes una ola eufórica. Algunos llegaron a elevar de 3,1 a 3,9% la proyección del PBI para este año. Pero el sustento no parece sólido.

Durante años, sostiene la sapiencia convencional, el público estadounidense ha impulsado la economía global vía importaciones que generan ese déficit comercial. Pero, al mismo tiempo, el mundo financia el gasto de ese mismo público y su gobierno, vía los enormes déficit fiscal, comercial y de pagos de ese país. Hasta hace unos días, el primer motor parecía perder arrastre: según cifras federales, el trimestre enero-marzo proyecta en apenas 3,1% el avance del PBI. Ahora, una contracción del “estímulo” (el déficit comercial) infla ese pronóstico a 3,9%…

Pese al entusiamo bursátil del miércoles, sigue hablándose de “estanflación”, o sea la temible mezcla de inflación con estancamiento que causara estragos en los años ´70. Antes de la primera crisis petrolera (1973-5), casi todas las teorías económicas negaban que fuese posible esa combinación. Hoy, economistas, analistas y algunos bancos centrales –muy pocos, todavía- son más cautos al respecto. Menor poder adquisitivo, crecientes desequilibrios –fiscales, externos-, tenaz desempleo y crudos caros hacen temer turbulencias setentistas.

Desde principios de abril, cunden advertencias que la dirigencia política ignora –especialmente en Estados Unidos- sobre “una crisis petrolera permanente”. No la mentan Paul Krugman, Jeffrey Sachs, Kenneth Galbraith, Roberto Frenkel ni otros “disidentes”, sino el mismísimo Fondo Monetario Internacional. A pesar del repliegue con altibajos iniciado en enero, a mediados de mayo los crudos costaban 70% más que dos años antes, a valores reales. Claro, no era aquel 185% de 1973-5 ni 158% de 1978-81. Pero basta para alarmarse un poco.

No obstante, Wall Street y la city londinense no abrigan grandes temores. Arguyen que los vaivenes del PBI estadounidense no son nada, comparados con los cimbronazos de los ´70 ni con la drástica astringencia antinflacionaria desatada en los ´80 por Paul Volcker, un jefe de la Reserva Federal aún más temible que Alan Greenspan.

El decenio 1973-82 atravesó tres recesiones en economías centrales, inflación superior a 10% anual y desempleo de 6 a 10%. Hoy, Estados Unidos experimenta “apenas” 3,3% de inflación básica –un indicador arbitrario, no usado en los ´70, que excluye alimentos y combustibles. Pero este índice llega a 4,4% si se toman en cuenta todos los rubros minoristas, o 5,2% de desempleo urbano. No obstante, el primer mandato de George W. Bush lo había empujado de 4,3 a 6,2% y, en esta fase, viene subiendo desde un piso de 4,9%.

Hasta el momento, sostienen los adictos al modelo Bush, los consumidores estadounidenses salvaban el día vía importaciones. Pero la “sorpresa” comercial de marzo hace vacilar el optimismo. Igual ocurre con los gastos militares (Irak, Afganistán) y el prodigioso déficit en cuenta corriente, que neutraliza gran parte de aquel factor positivo. Justamente, ésta es la diferencia respecto de los ´70, cuando Washington no tenía esos rojos astronómicos.

Durante años, sostiene la sapiencia convencional, el público estadounidense ha impulsado la economía global vía importaciones que generan ese déficit comercial. Pero, al mismo tiempo, el mundo financia el gasto de ese mismo público y su gobierno, vía los enormes déficit fiscal, comercial y de pagos de ese país. Hasta hace unos días, el primer motor parecía perder arrastre: según cifras federales, el trimestre enero-marzo proyecta en apenas 3,1% el avance del PBI. Ahora, una contracción del “estímulo” (el déficit comercial) infla ese pronóstico a 3,9%…

Pese al entusiamo bursátil del miércoles, sigue hablándose de “estanflación”, o sea la temible mezcla de inflación con estancamiento que causara estragos en los años ´70. Antes de la primera crisis petrolera (1973-5), casi todas las teorías económicas negaban que fuese posible esa combinación. Hoy, economistas, analistas y algunos bancos centrales –muy pocos, todavía- son más cautos al respecto. Menor poder adquisitivo, crecientes desequilibrios –fiscales, externos-, tenaz desempleo y crudos caros hacen temer turbulencias setentistas.

Desde principios de abril, cunden advertencias que la dirigencia política ignora –especialmente en Estados Unidos- sobre “una crisis petrolera permanente”. No la mentan Paul Krugman, Jeffrey Sachs, Kenneth Galbraith, Roberto Frenkel ni otros “disidentes”, sino el mismísimo Fondo Monetario Internacional. A pesar del repliegue con altibajos iniciado en enero, a mediados de mayo los crudos costaban 70% más que dos años antes, a valores reales. Claro, no era aquel 185% de 1973-5 ni 158% de 1978-81. Pero basta para alarmarse un poco.

No obstante, Wall Street y la city londinense no abrigan grandes temores. Arguyen que los vaivenes del PBI estadounidense no son nada, comparados con los cimbronazos de los ´70 ni con la drástica astringencia antinflacionaria desatada en los ´80 por Paul Volcker, un jefe de la Reserva Federal aún más temible que Alan Greenspan.

El decenio 1973-82 atravesó tres recesiones en economías centrales, inflación superior a 10% anual y desempleo de 6 a 10%. Hoy, Estados Unidos experimenta “apenas” 3,3% de inflación básica –un indicador arbitrario, no usado en los ´70, que excluye alimentos y combustibles. Pero este índice llega a 4,4% si se toman en cuenta todos los rubros minoristas, o 5,2% de desempleo urbano. No obstante, el primer mandato de George W. Bush lo había empujado de 4,3 a 6,2% y, en esta fase, viene subiendo desde un piso de 4,9%.

Hasta el momento, sostienen los adictos al modelo Bush, los consumidores estadounidenses salvaban el día vía importaciones. Pero la “sorpresa” comercial de marzo hace vacilar el optimismo. Igual ocurre con los gastos militares (Irak, Afganistán) y el prodigioso déficit en cuenta corriente, que neutraliza gran parte de aquel factor positivo. Justamente, ésta es la diferencia respecto de los ´70, cuando Washington no tenía esos rojos astronómicos.

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