Viernes de crisis política

La renuncia de Alvarez desató una tormenta. ¿Crisis política o crisis del sistema? Una coalición bicéfala y un Ejecutivo unipersonal. Los hechos desconcertaron a los analistas. Por Sergio Cerón

7 octubre, 2000

El 6 de octubre fue un día político absolutamente insólito, en el que todos los pronósticos meditados por los analistas se desmoronaron al influjo de la carga explosiva que depositó en el país la renuncia del vicepresidente de la Nación.

Algunos comentarios titulaban con expresiones como “Golpe de autoridad”, “A reanimar la economía”, “El cambio fortalece a Machinea”, “Ayer asumió de la Rúa” o hasta un categórico “¡Acá mando yo!”.

En realidad, cualquier observador que hubiera emitido opinión en ese momento, en líneas generales no modificaría mayormente su apreciación del hecho protagonizado el día anterior por Fernando de la Rúa.

Se habló de un cambio de estilo presidencial, de decisiones tomadas de manera “audaz” y hasta “brusca” para quitar y poner hombres a gusto y confianza sin consultar previamente con nadie. Ni con su vicepresidente, Carlos Chacho Alvarez, ni con el jefe de la UCR, Raúl Alfonsín.

Y no es que cayera mal el nuevo estilo; por el contrario, hubo mayoría de opiniones favorables. El gobierno salía de su imagen de autismo, el Presidente comenzaba manejar el tiempo político, dejaba en claro que en el sistema argentino el Poder Ejecutivo es unipersonal y todos los demás son sus secretarios, sus empleados de confianza.

Y el vicepresidente, para usar una terminología deportiva, está sentado en la presidencia del Senado, como un suplente que hace banco a la espera de si es necesaria su presencia en el campo de juego. Mientras, es un observador privilegiado, no mucho más.

Hubo sorpresas en los cambios que se venían anunciando y que se produjeron de manera abrupta. Algunos, como las renuncias de Rodolfo Terragno y Nicolás Gallo, podían preverse o tal vez intuirse.

La cartera de Infraestructura será absorbida por Economía, la de Justicia pasó a manos de Jorge de la Rúa, Flamarique dejó Trabajo para recibir el premio de la Secretaría General de la Presidencia, Patricia Bullrich lo sustituyó en Trabajo y el banquero Chrystian Colombo, hombre bien visto por los mercados, asumió la Jefatura del Gabinete.

En las consultas telefónicas con Nueva York y otras plazas, los operadores bursátiles recibían señales favorables de los consultores dedicados a seguir los pasos de la Argentina.

Parecía que, aun a los tumbos, el proceso político se asentaba sobre sus dos piernas y estaba en condiciones de iniciar una marcha demorada nueve meses.

El jueves por la tarde un adusto Alvarez observaba en silencio el juramento del ascendido Flamarique, blanco de algunos de sus más encendidos dardos.

Nadie prestó atención a la ausencia de Aníbal Ibarra, pero no faltaron voces que lo inscribían entre los frepasistas “fieles” al Presidente y le adjudicaban una actitud de ruptura con el Vicepresidente, a quien habría subrayado que los votos de la capital federal le pertenecían en exclusividad.

En ese contexto, según trascendería 24 horas después, se produjo el remezón político que significó la renuncia indeclinable de Alvarez. Tan firme en su determinación que ni la gestión de Alfonsín, al promediar la mañana, pudo hacerla variar.

El país, como un avión que avanzaba con dificultades en su marcha, entró en un torbellino de turbulencias.

Politólogos, comentaristas, analistas financieros y observadores de la economía, entraron a revisar todo lo que pensaban, dijeron o escribieron horas antes.

Hacer un diagnóstico de la situación era aventurado, en un escenario de arenas movedizas; mucho más difícil era para los redactores de diarios y los conductores de programas radiales y de TV encontrar quien se aventurara a formular un pronóstico.

El presente era incierto; el futuro, impredecible.

¿Qué había pasado y qué pasará? Un país confundido veía sumarse a la crisis económica y a la social, una crisis política. ¿Crisis de hombres y de fracciones o crisis de sistema? Esta es la respuesta que no se puede aún aventurar.

Es posible manejar algunos elementos de juicio. La Alianza se formó ante la evidencia de que sin una estructura de coalición se tornaría casi imposible derrotar al peronismo en las urnas.

La UCR y el Frepaso armaron una estructura bicéfala, encarnada en dos hombres que marcharon hasta el triunfo electoral tomados del brazo, codo a codo.

Desde la derecha liberal encarnada por De la Rúa y desde la izquierda progresista, cuya imagen proyectaba Alvarez, fue posible armar una campaña electoral, pero no era factible estructurar una estrategia coherente de poder, un plan político que ofrecer al país. Un plan sin contradicciones.

Cuando el primer mandatario designó a Terragno jefe del Gabinete, muchos creyeron que su cometido era urdir una estrategia política, actuar como una suerte de jefe de estado mayor que diseñara los objetivos fijados por el comandante en jefe y marcar las etapas tácticas, previendo las variables posibles marcadas por las circunstancias, para dirigir la marcha del gobierno.

Pero Terragno, un político intelectual, hombre de pensamiento, acostumbrado a la acción de los gabinetes en la sombra con que la oposición de las grandes naciones se prepara para llegar al poder, nunca contó con la confianza de los punteros del radicalismo ni, tal vez, del Presidente, que lo tuvo como contendiente en las internas para elegir candidato para 1999.

Alvarez tal vez advirtió que la crisis política creada por la impasse de la economía, la marginalidad de los sectores que engrosan las estadísticas de la pobreza y el escándalo de corrupción que se vive en el Palacio de las Leyes exigía hundir el bisturí a fondo.

Porque de otra manera, era muy posible que la crisis de la clase política se convirtiera en crisis de las instituciones. Como lo señalara el viernes a la prensa la díscola diputada radical Elisa Carrió, una mujer sin pelos en la lengua.

El renunciante Vicepresidente siempre se sintió una de las cabezas de una coalición. Y aunque haya sido sincero el decir que el Presidente es el Poder Ejecutivo y tiene pleno derecho a decidir sobre sus colaboradores, debió sentirse tal vez con derecho a ser consultado como socio de una empresa común.

Por otra parte, no hay dudas entre los observadores de que Alvarez tiene claro que el poder se obtiene para ejercerlo en plenitud y que su destino, en última instancia, está ligado a la posibilidad de acceder a él.

Al dar a conocer los motivos de su renuncia, Alvarez estuvo acompañado por la plana mayor del Frepaso; Flamarique estaba, por supuesto, ausente. Momentos antes había presentado su renuncia como Secretario General de la Presidencia, tal vez como prenda de paz.

Pero las posibilidades de pacificación habían quedado desmoronadas con la confirmación de Fernando de Santibañes al frente de la Side.

Radicales y frepasistas insisten en que la Alianza continúa unida. El tiempo lo dirá y explicará lo sucedido. Tal vez Leopoldo Moreau, un hombre estrechamente vinculado con Alfonsín, ofreció la clave de lo ocurrido cuando declaró en la tarde del viernes: “Ni Chacho debió renunciar, ni De la Rúa modificar su gabinete sin consultarlo”.

El 6 de octubre fue un día político absolutamente insólito, en el que todos los pronósticos meditados por los analistas se desmoronaron al influjo de la carga explosiva que depositó en el país la renuncia del vicepresidente de la Nación.

Algunos comentarios titulaban con expresiones como “Golpe de autoridad”, “A reanimar la economía”, “El cambio fortalece a Machinea”, “Ayer asumió de la Rúa” o hasta un categórico “¡Acá mando yo!”.

En realidad, cualquier observador que hubiera emitido opinión en ese momento, en líneas generales no modificaría mayormente su apreciación del hecho protagonizado el día anterior por Fernando de la Rúa.

Se habló de un cambio de estilo presidencial, de decisiones tomadas de manera “audaz” y hasta “brusca” para quitar y poner hombres a gusto y confianza sin consultar previamente con nadie. Ni con su vicepresidente, Carlos Chacho Alvarez, ni con el jefe de la UCR, Raúl Alfonsín.

Y no es que cayera mal el nuevo estilo; por el contrario, hubo mayoría de opiniones favorables. El gobierno salía de su imagen de autismo, el Presidente comenzaba manejar el tiempo político, dejaba en claro que en el sistema argentino el Poder Ejecutivo es unipersonal y todos los demás son sus secretarios, sus empleados de confianza.

Y el vicepresidente, para usar una terminología deportiva, está sentado en la presidencia del Senado, como un suplente que hace banco a la espera de si es necesaria su presencia en el campo de juego. Mientras, es un observador privilegiado, no mucho más.

Hubo sorpresas en los cambios que se venían anunciando y que se produjeron de manera abrupta. Algunos, como las renuncias de Rodolfo Terragno y Nicolás Gallo, podían preverse o tal vez intuirse.

La cartera de Infraestructura será absorbida por Economía, la de Justicia pasó a manos de Jorge de la Rúa, Flamarique dejó Trabajo para recibir el premio de la Secretaría General de la Presidencia, Patricia Bullrich lo sustituyó en Trabajo y el banquero Chrystian Colombo, hombre bien visto por los mercados, asumió la Jefatura del Gabinete.

En las consultas telefónicas con Nueva York y otras plazas, los operadores bursátiles recibían señales favorables de los consultores dedicados a seguir los pasos de la Argentina.

Parecía que, aun a los tumbos, el proceso político se asentaba sobre sus dos piernas y estaba en condiciones de iniciar una marcha demorada nueve meses.

El jueves por la tarde un adusto Alvarez observaba en silencio el juramento del ascendido Flamarique, blanco de algunos de sus más encendidos dardos.

Nadie prestó atención a la ausencia de Aníbal Ibarra, pero no faltaron voces que lo inscribían entre los frepasistas “fieles” al Presidente y le adjudicaban una actitud de ruptura con el Vicepresidente, a quien habría subrayado que los votos de la capital federal le pertenecían en exclusividad.

En ese contexto, según trascendería 24 horas después, se produjo el remezón político que significó la renuncia indeclinable de Alvarez. Tan firme en su determinación que ni la gestión de Alfonsín, al promediar la mañana, pudo hacerla variar.

El país, como un avión que avanzaba con dificultades en su marcha, entró en un torbellino de turbulencias.

Politólogos, comentaristas, analistas financieros y observadores de la economía, entraron a revisar todo lo que pensaban, dijeron o escribieron horas antes.

Hacer un diagnóstico de la situación era aventurado, en un escenario de arenas movedizas; mucho más difícil era para los redactores de diarios y los conductores de programas radiales y de TV encontrar quien se aventurara a formular un pronóstico.

El presente era incierto; el futuro, impredecible.

¿Qué había pasado y qué pasará? Un país confundido veía sumarse a la crisis económica y a la social, una crisis política. ¿Crisis de hombres y de fracciones o crisis de sistema? Esta es la respuesta que no se puede aún aventurar.

Es posible manejar algunos elementos de juicio. La Alianza se formó ante la evidencia de que sin una estructura de coalición se tornaría casi imposible derrotar al peronismo en las urnas.

La UCR y el Frepaso armaron una estructura bicéfala, encarnada en dos hombres que marcharon hasta el triunfo electoral tomados del brazo, codo a codo.

Desde la derecha liberal encarnada por De la Rúa y desde la izquierda progresista, cuya imagen proyectaba Alvarez, fue posible armar una campaña electoral, pero no era factible estructurar una estrategia coherente de poder, un plan político que ofrecer al país. Un plan sin contradicciones.

Cuando el primer mandatario designó a Terragno jefe del Gabinete, muchos creyeron que su cometido era urdir una estrategia política, actuar como una suerte de jefe de estado mayor que diseñara los objetivos fijados por el comandante en jefe y marcar las etapas tácticas, previendo las variables posibles marcadas por las circunstancias, para dirigir la marcha del gobierno.

Pero Terragno, un político intelectual, hombre de pensamiento, acostumbrado a la acción de los gabinetes en la sombra con que la oposición de las grandes naciones se prepara para llegar al poder, nunca contó con la confianza de los punteros del radicalismo ni, tal vez, del Presidente, que lo tuvo como contendiente en las internas para elegir candidato para 1999.

Alvarez tal vez advirtió que la crisis política creada por la impasse de la economía, la marginalidad de los sectores que engrosan las estadísticas de la pobreza y el escándalo de corrupción que se vive en el Palacio de las Leyes exigía hundir el bisturí a fondo.

Porque de otra manera, era muy posible que la crisis de la clase política se convirtiera en crisis de las instituciones. Como lo señalara el viernes a la prensa la díscola diputada radical Elisa Carrió, una mujer sin pelos en la lengua.

El renunciante Vicepresidente siempre se sintió una de las cabezas de una coalición. Y aunque haya sido sincero el decir que el Presidente es el Poder Ejecutivo y tiene pleno derecho a decidir sobre sus colaboradores, debió sentirse tal vez con derecho a ser consultado como socio de una empresa común.

Por otra parte, no hay dudas entre los observadores de que Alvarez tiene claro que el poder se obtiene para ejercerlo en plenitud y que su destino, en última instancia, está ligado a la posibilidad de acceder a él.

Al dar a conocer los motivos de su renuncia, Alvarez estuvo acompañado por la plana mayor del Frepaso; Flamarique estaba, por supuesto, ausente. Momentos antes había presentado su renuncia como Secretario General de la Presidencia, tal vez como prenda de paz.

Pero las posibilidades de pacificación habían quedado desmoronadas con la confirmación de Fernando de Santibañes al frente de la Side.

Radicales y frepasistas insisten en que la Alianza continúa unida. El tiempo lo dirá y explicará lo sucedido. Tal vez Leopoldo Moreau, un hombre estrechamente vinculado con Alfonsín, ofreció la clave de lo ocurrido cuando declaró en la tarde del viernes: “Ni Chacho debió renunciar, ni De la Rúa modificar su gabinete sin consultarlo”.

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