Venezuela contiene un tesoro de carbón petrolífero

Chevron, que opera en el oriente venezolano, lleva invertidos i US$ 1.000 millones en lo que solía llamarse “carbón fangoso o líquido”. Su meta es transformarlo en petróleo. La de Chávez, en poder.

10 junio, 2006

La región, conocida como faja del Orinoco, es en verdad tan promisoria que, según el presidente Hugo Chávez, contiene hasta 235.000 barriles de petróleo recobrable. Si fuese cierto, Venezuela tendría más reservas que Saudiarabia o Rusia; o sea, adquiriría enorme peso geopolítico, no sólo en el Caribe.

“Sabemos que el Orinoco está subexplotado”, sostiene James Nelson, un geólogo californiano con veintisiete años de experiencia desarrollando crudos pesados. “Además, las reservas en Levante ha pasado su punto medio y comienzan a bajar. Chávez no precisará poder militar, con semejantes perspectivas”. Le guste o no, Washington deberá resignarse a un caudillo cada día más fuerte en hidrocarburos.

Este tesoro, por cierto, puede darle a un gobierno de izquierda populista –denostado por Estados Unidos y sus aliados latinoamericanos- capacidad de financiar ambiciosos planes sociales (como hizo el libio Mu’ammar Gheddafi durante años) y negociar duro con las multinacionales petroleras.

Por ejemplo, a Chevron, a quien se invitó hace diez años a desarrollar la faja del Orinoco, un área de 150.000 km2, 200 kilómetros el sudeste de Caracas. Ni sería raro que la Casa Blanca se tentase con despertar un secular litigio entre Venezuela y Guayana, que cubre esa región y llega por el este al río Esequibo.

Con demanda de hidrocarburos en alza, abastecimiento en declive y precios astronómicos, Venezuela –como Bolivia- refleja la puja entre estado y sector privado transnacional sobre ganancias y regalías de yacimiento potenciales. Tecnológicamente difíciles pero potencialmente lucrativos. Así ocurre también en la cuenca del Caspio, las tundras árticas y, posiblemente, el Atlántico sudoccidental, donde Gran Bretaña controla “bases” como Malvinas y Tristán de Acuña.

La posición de Chávez es por ahora envidiable. Venezuela es ya el mayor exportador petrolero del hemisferio occidental. Es hoy tan atractiva que compañías de todo el planeta pujan por explorar y explotar más. Naturalmente, Caracas quiere su libra de carne y algo más. Esto puede perjudicar a las grandes que ya están ahí; por ejemplo, Chevron, Exxon Mobil, British Petroleum, ConocoPhillips y Total. Por de pronto, Chávez quiere US$ 8.000 millones en regalías.

En el Orinoco, el gobierno se apresta a tomar mayor participación en proyectos que, juntos, producen ya 600.000 barriles diarios. Lo hará vía Petróleos de Venezuela (Petrovén, otra copia de la legendaria YPF argentina) y “asociaciones estratégicas”. Lo anticipa Mario Isea, jefe de la comisión parlamentaria de hidrocarburos, y señala: “Han estado años sin pagar regalías y abonando impuestos generales, pero no específicamente petroleros”. Para Nelson, “ha llegado el momento de equilibrar cargas en favor de Venezuela, nos guste Chávez o no”. Tampoco gustaban los autócratas árabes en los años 70 y, después, hasta el clan Bush haría jugosos negocios con los saudíes.

La región, conocida como faja del Orinoco, es en verdad tan promisoria que, según el presidente Hugo Chávez, contiene hasta 235.000 barriles de petróleo recobrable. Si fuese cierto, Venezuela tendría más reservas que Saudiarabia o Rusia; o sea, adquiriría enorme peso geopolítico, no sólo en el Caribe.

“Sabemos que el Orinoco está subexplotado”, sostiene James Nelson, un geólogo californiano con veintisiete años de experiencia desarrollando crudos pesados. “Además, las reservas en Levante ha pasado su punto medio y comienzan a bajar. Chávez no precisará poder militar, con semejantes perspectivas”. Le guste o no, Washington deberá resignarse a un caudillo cada día más fuerte en hidrocarburos.

Este tesoro, por cierto, puede darle a un gobierno de izquierda populista –denostado por Estados Unidos y sus aliados latinoamericanos- capacidad de financiar ambiciosos planes sociales (como hizo el libio Mu’ammar Gheddafi durante años) y negociar duro con las multinacionales petroleras.

Por ejemplo, a Chevron, a quien se invitó hace diez años a desarrollar la faja del Orinoco, un área de 150.000 km2, 200 kilómetros el sudeste de Caracas. Ni sería raro que la Casa Blanca se tentase con despertar un secular litigio entre Venezuela y Guayana, que cubre esa región y llega por el este al río Esequibo.

Con demanda de hidrocarburos en alza, abastecimiento en declive y precios astronómicos, Venezuela –como Bolivia- refleja la puja entre estado y sector privado transnacional sobre ganancias y regalías de yacimiento potenciales. Tecnológicamente difíciles pero potencialmente lucrativos. Así ocurre también en la cuenca del Caspio, las tundras árticas y, posiblemente, el Atlántico sudoccidental, donde Gran Bretaña controla “bases” como Malvinas y Tristán de Acuña.

La posición de Chávez es por ahora envidiable. Venezuela es ya el mayor exportador petrolero del hemisferio occidental. Es hoy tan atractiva que compañías de todo el planeta pujan por explorar y explotar más. Naturalmente, Caracas quiere su libra de carne y algo más. Esto puede perjudicar a las grandes que ya están ahí; por ejemplo, Chevron, Exxon Mobil, British Petroleum, ConocoPhillips y Total. Por de pronto, Chávez quiere US$ 8.000 millones en regalías.

En el Orinoco, el gobierno se apresta a tomar mayor participación en proyectos que, juntos, producen ya 600.000 barriles diarios. Lo hará vía Petróleos de Venezuela (Petrovén, otra copia de la legendaria YPF argentina) y “asociaciones estratégicas”. Lo anticipa Mario Isea, jefe de la comisión parlamentaria de hidrocarburos, y señala: “Han estado años sin pagar regalías y abonando impuestos generales, pero no específicamente petroleros”. Para Nelson, “ha llegado el momento de equilibrar cargas en favor de Venezuela, nos guste Chávez o no”. Tampoco gustaban los autócratas árabes en los años 70 y, después, hasta el clan Bush haría jugosos negocios con los saudíes.

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