Unión Europea: firmaron una constitución aún no ratificada

En medio del “grand guignol” montado por Silvio Berlusconi y una crisis de acefalía, los 25 socios de la UE han hecho un gesto protocolar. En verdad, la constitución firmada dista de ser aplicable, pues faltan plebiscitos y ratificaciones.

29 octubre, 2004

En realidad, para los propios gobiernos de la UE, se trata de un acto esencialmente simbólico, En el plano político, lo más difícil está por venir. Además, desde hace unos días el poder ejecutivo regional (la Comisión Europea) vive una crisis de acefalía que podría durar varias semanas.

Pero, aun dejando eso de lado, quedan por delante los dolores del parto propiamente dicho. Para adquirir validez y regir desde 2006, esta constitución –de suerte tan dudosa como la prematura ampliación de la propia UE- necesita veinticinco ratificaciones parlamentarias. Diez están condicionadas a plebiscitos que, según encuestas circulantes, pueden resultar negativos en siete países (Francia, entre ellos).

La solemne ceremonia contó con la presencia de 25 jefes de estado o gobierno, aunque no de cabezas coronadas (varias no sienten mucha simpatía por esta constitución ni por la propia UE). También participaban tres candidatas al ingreso -Rumania, Bulgaria, Turquía- y, detalle sugestivo, Croacia como observadora.

Los acontecimientos de la semana modificaron el ceremonial previsto para el espectáculo en Roma. Normalmente, los bastoneros hubiesen sido el presidente de la UE, su colega del Parlamento Europeo (Bertram Ahern) y el dueño de casa (Berlusconi). Pero el primer asiento lo compartieron dos: el prestigioso presidente saliente, Romano Prodi –quizás futuro primer ministro italiano- y el que debiera reemplazarlo en tres días, José Manoel Durão Barroso.

Teóricamente, el cuestionado portugués es “presidente entrante”. Pero, tras retirar la lista de 24 comisionados propuestos y dejar acéfala a CE desde el lunes 1, la posición de Barroso es endeble. Su propio cargo correría peligro si esta acefalía durase, por ejemplo, hasta el 17 de diciembre.

Ese día, la CE deberá definir el cronograma de negociaciones con Turquía sobre su eventual ingreso a una marquetería étnica y cultural sin precedentes desde dos imperios: el de Carlos V y el otomano. La proyección lingüística del fenómeno ya es clara: los jefes de gobierno hablaron en 18 idiomas principales y tres dialectos.

Irónicamente, la presidente irlandesa no usó el erso, sino el inglés. También hay otra ironía: las ceremonias romanas fueron laicas, porque la UE incluye tres religiones. La cristiana, a la sazón, está dividida en cuatro ramas y la máxima autoridad de una, la romana, debiera jugar de local, pero rechaza una “constitución sin Dios”. En tercer lugar, siguen ausentes de la Unión Noruega e Islandia, para no mencionar a Suiza.

En realidad, para los propios gobiernos de la UE, se trata de un acto esencialmente simbólico, En el plano político, lo más difícil está por venir. Además, desde hace unos días el poder ejecutivo regional (la Comisión Europea) vive una crisis de acefalía que podría durar varias semanas.

Pero, aun dejando eso de lado, quedan por delante los dolores del parto propiamente dicho. Para adquirir validez y regir desde 2006, esta constitución –de suerte tan dudosa como la prematura ampliación de la propia UE- necesita veinticinco ratificaciones parlamentarias. Diez están condicionadas a plebiscitos que, según encuestas circulantes, pueden resultar negativos en siete países (Francia, entre ellos).

La solemne ceremonia contó con la presencia de 25 jefes de estado o gobierno, aunque no de cabezas coronadas (varias no sienten mucha simpatía por esta constitución ni por la propia UE). También participaban tres candidatas al ingreso -Rumania, Bulgaria, Turquía- y, detalle sugestivo, Croacia como observadora.

Los acontecimientos de la semana modificaron el ceremonial previsto para el espectáculo en Roma. Normalmente, los bastoneros hubiesen sido el presidente de la UE, su colega del Parlamento Europeo (Bertram Ahern) y el dueño de casa (Berlusconi). Pero el primer asiento lo compartieron dos: el prestigioso presidente saliente, Romano Prodi –quizás futuro primer ministro italiano- y el que debiera reemplazarlo en tres días, José Manoel Durão Barroso.

Teóricamente, el cuestionado portugués es “presidente entrante”. Pero, tras retirar la lista de 24 comisionados propuestos y dejar acéfala a CE desde el lunes 1, la posición de Barroso es endeble. Su propio cargo correría peligro si esta acefalía durase, por ejemplo, hasta el 17 de diciembre.

Ese día, la CE deberá definir el cronograma de negociaciones con Turquía sobre su eventual ingreso a una marquetería étnica y cultural sin precedentes desde dos imperios: el de Carlos V y el otomano. La proyección lingüística del fenómeno ya es clara: los jefes de gobierno hablaron en 18 idiomas principales y tres dialectos.

Irónicamente, la presidente irlandesa no usó el erso, sino el inglés. También hay otra ironía: las ceremonias romanas fueron laicas, porque la UE incluye tres religiones. La cristiana, a la sazón, está dividida en cuatro ramas y la máxima autoridad de una, la romana, debiera jugar de local, pero rechaza una “constitución sin Dios”. En tercer lugar, siguen ausentes de la Unión Noruega e Islandia, para no mencionar a Suiza.

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