Unión Europea: Alemania y Francia no acatan los pactos

Finalmente, estalló la crisis en torno del tratado de Maastricht (1991) y el consiguiente pacto de estabilidad fiscal (1996). Alemania, Francia y –entre bambalinas- Italia hacen rancho aparte. El resto protesta.

26 noviembre, 2003

Mientras el euro no cumple todavía dos años en circulación, Francia y Alemania se impusieron ayer en Brusela y lograron hacer suspender normas fiscales y, con ellas, las sanciones que prevén. El consejo de ministros financieros (Ecofin) se inclinó ante los dos socios más poderosos de la Eurozona. Pero hubo cuatro votos en contra: Holanda, España, Austria y Finlandia.

Eso entraña desconocer recomendaciones de la propia Comisión Europea (21 de octubre, 18 de noviembre) para que París y Berlín efectúen drásticos recortes de gastos y se alineen en 2004-5 con las pautas de estabilidad fiscal. Ahora, los socios ortodoxos pueden apelar al Parlamento y la Corte Suprema de la UE, porque no cumple con el artículo 104, párrafo XI, del tratado limitar.

La situación disgusta a Romano Prodi, presidente de la Comisión Europea (el poder ejecutivo de la UE). El italiano teme un virtual colapso de Eurolandia –los doce que adhieren a la moneda común- y trabas en la inminente reunión constitucional, que encarará la ampliación de la UE.

Ya explícita, la resistencia de Francia, Alemania e Italia a mantener sus déficit fiscales bajo el techo impuesto en el pacto de estabilidad (3% de cada PBI) plantea una división políticamente riesgoso. Como ocurre en la Organización Mundial de Comercio –donde las economías primarias no pueden contra los arbitrarios subsidios agrícolas o siderúrgicos-, los socios fuertes de la Eurozona hacen lo que quieren.

En medio de fuertes discusiones, Hans Eichel y Francis Mer –ministros germano y galo de Hacienda- reiteraron dichos de días atrás. “No aceptaremos el diktat de Pedro Solbes. Hemos hecho todos los esfuerzos posibles y, si él, Prodi o el Banco Central Europeo se aferran a metas irreales, la incipiente reactivación se irá al diablo”. El disparo se dirigía realmente a José María Aznar, un fundamentalista de la estabilidad fiscal (aunque signifique alto desempleo estructural, al menos mientras el oficialismo gane elecciones en su país).

Lo malo para Madrid, Amsterdam y otros ortodoxos es que el “padre del euro” y Nobel económico 1999, Robert Mundell, recomienda “replantear Maastricht”. A su juicio, la moneda común “sigue alta (entre US$ 1,175 y 1,195) porque los bancos centrales de Asia-Pacífico se pasan al euro como divisa de reserva. No por fortaleza de la Eurozona, sino por menor confianza en el dólar”.

Apartándose de su propia doctrina, Mundell recomienda “tolerar un leve riesgo inflacionario, para no comprometer el repunte en la economía real”. A su vez, Allen Sinai –viejo crítico de las paridades fijas- coincide con su colega y con John Nash, Nobel 1994. Éste califica ese régimen cambiario como “teóricamente atractivo, pero irrealizable”.

Otro Nobel, James Heckman (2001, compartido con Joseph Stiglitz) fue más duro: “Hay que jubilar a Maastricht. Ese tratado, el pacto fiscal y los cambios fijos pertenecen a un mundo que ya no existe. Inclusive el propio euro puede ser un error tan fatal como las reformas laborales y sociales exigidas por los mercados, para quienes la productividad solo mejora eliminando empleo”.

Mientras el euro no cumple todavía dos años en circulación, Francia y Alemania se impusieron ayer en Brusela y lograron hacer suspender normas fiscales y, con ellas, las sanciones que prevén. El consejo de ministros financieros (Ecofin) se inclinó ante los dos socios más poderosos de la Eurozona. Pero hubo cuatro votos en contra: Holanda, España, Austria y Finlandia.

Eso entraña desconocer recomendaciones de la propia Comisión Europea (21 de octubre, 18 de noviembre) para que París y Berlín efectúen drásticos recortes de gastos y se alineen en 2004-5 con las pautas de estabilidad fiscal. Ahora, los socios ortodoxos pueden apelar al Parlamento y la Corte Suprema de la UE, porque no cumple con el artículo 104, párrafo XI, del tratado limitar.

La situación disgusta a Romano Prodi, presidente de la Comisión Europea (el poder ejecutivo de la UE). El italiano teme un virtual colapso de Eurolandia –los doce que adhieren a la moneda común- y trabas en la inminente reunión constitucional, que encarará la ampliación de la UE.

Ya explícita, la resistencia de Francia, Alemania e Italia a mantener sus déficit fiscales bajo el techo impuesto en el pacto de estabilidad (3% de cada PBI) plantea una división políticamente riesgoso. Como ocurre en la Organización Mundial de Comercio –donde las economías primarias no pueden contra los arbitrarios subsidios agrícolas o siderúrgicos-, los socios fuertes de la Eurozona hacen lo que quieren.

En medio de fuertes discusiones, Hans Eichel y Francis Mer –ministros germano y galo de Hacienda- reiteraron dichos de días atrás. “No aceptaremos el diktat de Pedro Solbes. Hemos hecho todos los esfuerzos posibles y, si él, Prodi o el Banco Central Europeo se aferran a metas irreales, la incipiente reactivación se irá al diablo”. El disparo se dirigía realmente a José María Aznar, un fundamentalista de la estabilidad fiscal (aunque signifique alto desempleo estructural, al menos mientras el oficialismo gane elecciones en su país).

Lo malo para Madrid, Amsterdam y otros ortodoxos es que el “padre del euro” y Nobel económico 1999, Robert Mundell, recomienda “replantear Maastricht”. A su juicio, la moneda común “sigue alta (entre US$ 1,175 y 1,195) porque los bancos centrales de Asia-Pacífico se pasan al euro como divisa de reserva. No por fortaleza de la Eurozona, sino por menor confianza en el dólar”.

Apartándose de su propia doctrina, Mundell recomienda “tolerar un leve riesgo inflacionario, para no comprometer el repunte en la economía real”. A su vez, Allen Sinai –viejo crítico de las paridades fijas- coincide con su colega y con John Nash, Nobel 1994. Éste califica ese régimen cambiario como “teóricamente atractivo, pero irrealizable”.

Otro Nobel, James Heckman (2001, compartido con Joseph Stiglitz) fue más duro: “Hay que jubilar a Maastricht. Ese tratado, el pacto fiscal y los cambios fijos pertenecen a un mundo que ya no existe. Inclusive el propio euro puede ser un error tan fatal como las reformas laborales y sociales exigidas por los mercados, para quienes la productividad solo mejora eliminando empleo”.

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