<p>Tras la licuación de la Unión Soviética (1989/90), Turquía tenía dos opciones: apuntar al oeste o convertirse en una potencia regional de Levante, el Cáucaso y Asia central. Al principio, eligió Occidente y pidió ingresar a la UE. Pero Grecia, Austria, Francia, el Vaticano –vía la ultracatólica Polonia- y Rumania tenían fuertes prejuicios históricos contra un país con 70 millones de musulmanes. Por cierto, ningún miembro de la UE es tan grande como Turquía (780.000 km2) y sólo Alemania tiene más población (82 millones). Las negociaciones se iniciaron (2001), pero el cúmulo de reticencias, obstáculos y tropiezos fue deteriorándolas.<br />
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Por fin, el acuerdo con Irán y Brasil, más las buenas relaciones con Siria e Irak, subrayan el giro turco al este. El primer ministro, Reyyip Taleb Erdögan, lo señaló durante una visita a Brasilia. <br />
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El realineamiento otomano ha sido favorecido por dos factores. En primer lugar, el país –tras la victoria del partido Justicia y Desarrollo en 2003- está gobernado por islámicos moderados, no ya laicos inspirados en Kemal Atatürk. En segundo término, la invasión norteamericana de Irak (2003), la derrota israelí en el sur de Líbano (2006) y la agresión a Gaza justifican, a ojos turcos, su nueva Realpolitik. Estos hechos desvirtuaron los contactos en Davos entre Erdögan y Shimón Peres.<br />
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Esta etapa del juego geopolítico se inicia con el distanciamiento entre Tel Aviv y Angora, el único aliado seguro que el estado judío tenía en Levante. Ahora, sólo le restan la resignada Jordania y algunos países árabes pragmáticos (Egipto, Saudiarabia, sus emiratos cautivos, Túnez y Marruecos. Todos se sienten molestos por los excesos en Gaza, inclusive Turquía.</p>
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Turquía, potencia regional en el volátil sudoeste de Asia
Desde hace poco, la triangulación con Brasil y el uranio iraní no dan lugar a dudas: Angora margina la Unión Europea. Opta en su lugar por Teherán y el bloque islámico de habla turca: Adzerbaidyán, Kazajstán, Türkmenistán, Uzbekistán y Kirghistán.