Terragno orador de cierre en un seminario sobre América latina

Postuló un "pragmatismo en el buen sentido de la palabra". Dijo que las doctrinas se distinguen por sus "principios inmutables" pero que, frente a problemas específicos, hay que recurrir a las soluciones más adecuadas.

8 octubre, 2007

BUENOS AIRES, 5 de octubre de 2007. “El fracaso del liberalismo
y otros ismos”. Así se titula la conferencia con la
cual Rodolfo Terragno cerró ayer el seminario “Los
desencuentros de la libertad en América Latina”, organizado
por la Universidad de Belgrano, el Centro para la Apertura y el
Desarrollo de América Latina (CEDAL) y la Fundación
Friedrich Naumann, celebrado en el Hotel Claridge de esta capital.

Texto de la conferencia:

Así como la medicina es el arte de curar las enfermedades
del cuerpo humano, la economía es (o debería ser)
el arte de curar ciertas enfermedades del cuerpo social: las que
afectan la producción y circulación de riquezas.

La medicina no trata del mismo modo cualquier enfermedad. A
un diabético no se le puede dar la dieta de un anémico.
Tampoco se puede tratar a todo enfermo de la misma manera, ignorando
las diferencias de los organismos. La penicilina puede curar a
un individuo y, en determinados casos, matar a quien sea alérgico
a este antibiótico.

En los años 20 y 30, la economía mundial sufrió
una enfermedad: la Gran Depresión, cuyos síntomas
eran recesión, quiebras y desempleo masivo. Keynes analizó
la etiología de esa enfermedad y la atribuyó a la
falta de inversión. Si la inversión era insuficiente,
se creaba desempleo, el desempleo reducía la demanda y,
al haber menos demanda, la oferta se contraía. Para romper
ese círculo vicioso, el Estado debía invertir; inventar
empleos. Los nuevos salarios tonificarían la demanda y
esto reactivaría la economía, creando empleos genuinos,
en reemplazo de los artificiales.

El keynesianismo contribuyó a curar aquella enfermedad.

En los años 70, la economía mundial sufrió
una enfermedad diferente: la Gran Inflación. Los países
de la OPEP y las multinacionales petroleras se aliaron, formaron
un cartel, y multiplicaron el precio del crudo. Eso, por un lado,
disparó los costos industriales. Por otro lado, los países
de la OPEP se vieron con una masa de petrodólares y los
colocaron en los bancos occidentales, que tenían urgencia
en prestar ese dinero imprevisto. Hubo una liquidez internacional
inusitada, y la inflación fue tan grande que, en Estados
Unidos, la prime rate llegó a 23. Para combatir la inflación,
el neoliberalismo propuso enfriar las economías, contraer
el gasto público, reducir el déficit fiscal mediante
la privatización de empresas y crear un sector privado
más amplio, para aumentar la productividad.

El neoliberalismo contribuyó a curar la inflación.

¿Qué ha pasado entre nosotros?

La Argentina es un país que se automedica.

Hay individuos que, cuando tienen ciertos síntomas, piensan
que tienen “lo mismo” que tuvo un conocido. No saben
que hay síndromes comunes a enfermedades distintas. Se
hacen su propio diagnóstico y toman un remedio porque -según
le han dicho-es milagroso. Si el diagnóstico es errado,
o el individuo es alérgico a la droga, o la posología
no es la adecuada, o existen efectos colaterales ignorados, la
automedicación puede resultar desastrosa.

La Argentina, cuando sufre dificultades económicas, trata
de ver qué país tiene o ha tenido “lo mismo”,
y se apresura a tomar el “remedio” que surtió
efecto en algún otro caso.

Eso cuando no cae en manos de curanderos económicos que
venden un “curalotodo”, supuestamente capaz de curar
el cáncer y la seborrea, la artritis y la impotencia.

Entonces un día estatizamos todo porque Europa estatizó.
Y lo hacemos con la impericia propia del lego. No establecemos
una fábrica estatal altamente eficiente, como lo fue la
Renault en Francia.

Otro día, privatizamos todo porque Europa privatizó.
Pero lo hacemos con fanatismo e irracionalidad. Yo viví
siete años en la Inglaterra de Margaret Thatcher. Bueno,
Thatcher privatizó el servicio de energía eléctrica,
pero dejó fuera la energía de origen nuclear. Ella
decía, que por razones estratégicas, únicamente
la podía manejar el Estado. Y creó, en 1984, una
empresa 100% estatal: la British Nuclear Fuels Limited (BNFL),
que pasó a tener el monopolio para producir y transportar
combustibles nucleares.

Para el thatcherismo, la privatización no fue una religión.
Thatcher gobernó durante 12 años. Ningún
otro Primer Ministro, en la historia del Reino Unido, ha gobernado
por tanto tiempo. Tenía un fuerte respaldo popular: ganó,
sucesivamente, tres elecciones generales. Durante su segundo y
tercer período tuvo, además, mayoría propia
en el Parlamento. Sin embargo, en más de una década
de poder casi absoluto, Thatcher no privatizó los ferrocarriles.
Ni el correo. Ni el Servicio Nacional de Salud. Luego vino el
gobierno de John Major, y luego llegó al poder el laborismo.
Pero no se produjo un giro de 180°, y es raro que en Europa
se produzcan giros de 180°.

En Europa no se vive diciendo: “el proteccionismo fracasó”,
“el estatismo fracasó”, “el neoliberalismo
fracasó”.

Se entiende que ciertos remedios son para utilizar en el momento
oportuno, de la manera adecuada, y por el tiempo necesario.

Esto no significa que no haya diferencias de criterios para
evaluar el funcionamiento normal de la economía.

Hay diferencias en cuanto al grado de intervención del
Estado, o a los alcances de la regulación de la actividad
privada. Hay, también, diferencias en cuanto a la fijación
de umbrales a partir de los cuales la inflación, el déficit
fiscal o el déficit comercial constituyen un problema.
Hay diferencias, por último, en cuanto a la forma y extensión
en la que debe distribuirse la riqueza.

No es lo mismo un liberal, un democristiano o un socialdemócrata.

Pero todos ellos entienden que la economía tiene ciclos,
que los problemas que presenta varían, y que en caso de
crisis, los remedios deben adecuarse a sus causas.

También entienden que hasta el mejor remedio puede ser
ineficaz si se lo emplea mal.

En la Argentina podríamos imitar ese comportamiento y
decir:

· El proteccionismo permitió desarrollar una industria
liviana, que no se habría desarrollado sin un mercado cautivo.
Pero el proteccionismo no fue desmantelado a tiempo, para forzar
aumentos de productividad y hacer que la industria argentina fuera
competitiva, por sí, y no por la distorsión cambiaria
que provocan los aranceles.

· El neoliberalismo permitió eliminar el déficit
estructural, que no se habría eliminado de haber permanecido
el obsoleto aparato industrial del Estado. Pero el neoliberalismo
no comprendió que, a partir de allí, debía
formarse una sociedad Estado-sector privado, para desarrollar
nuevas ventajas competitivas e irrumpir en el mercado mundial
con productos de alto valor agregado.

Esta es una actitud pragmática, en el buen sentido de
la palabra. El pragmatismo no implica agnosticismo político.
Consiste en entender que, como lo enseñó Ferdinand
Schiller, frente a problemas específicos, la verdad es
mutable.

BUENOS AIRES, 5 de octubre de 2007. “El fracaso del liberalismo
y otros ismos”. Así se titula la conferencia con la
cual Rodolfo Terragno cerró ayer el seminario “Los
desencuentros de la libertad en América Latina”, organizado
por la Universidad de Belgrano, el Centro para la Apertura y el
Desarrollo de América Latina (CEDAL) y la Fundación
Friedrich Naumann, celebrado en el Hotel Claridge de esta capital.

Texto de la conferencia:

Así como la medicina es el arte de curar las enfermedades
del cuerpo humano, la economía es (o debería ser)
el arte de curar ciertas enfermedades del cuerpo social: las que
afectan la producción y circulación de riquezas.

La medicina no trata del mismo modo cualquier enfermedad. A
un diabético no se le puede dar la dieta de un anémico.
Tampoco se puede tratar a todo enfermo de la misma manera, ignorando
las diferencias de los organismos. La penicilina puede curar a
un individuo y, en determinados casos, matar a quien sea alérgico
a este antibiótico.

En los años 20 y 30, la economía mundial sufrió
una enfermedad: la Gran Depresión, cuyos síntomas
eran recesión, quiebras y desempleo masivo. Keynes analizó
la etiología de esa enfermedad y la atribuyó a la
falta de inversión. Si la inversión era insuficiente,
se creaba desempleo, el desempleo reducía la demanda y,
al haber menos demanda, la oferta se contraía. Para romper
ese círculo vicioso, el Estado debía invertir; inventar
empleos. Los nuevos salarios tonificarían la demanda y
esto reactivaría la economía, creando empleos genuinos,
en reemplazo de los artificiales.

El keynesianismo contribuyó a curar aquella enfermedad.

En los años 70, la economía mundial sufrió
una enfermedad diferente: la Gran Inflación. Los países
de la OPEP y las multinacionales petroleras se aliaron, formaron
un cartel, y multiplicaron el precio del crudo. Eso, por un lado,
disparó los costos industriales. Por otro lado, los países
de la OPEP se vieron con una masa de petrodólares y los
colocaron en los bancos occidentales, que tenían urgencia
en prestar ese dinero imprevisto. Hubo una liquidez internacional
inusitada, y la inflación fue tan grande que, en Estados
Unidos, la prime rate llegó a 23. Para combatir la inflación,
el neoliberalismo propuso enfriar las economías, contraer
el gasto público, reducir el déficit fiscal mediante
la privatización de empresas y crear un sector privado
más amplio, para aumentar la productividad.

El neoliberalismo contribuyó a curar la inflación.

¿Qué ha pasado entre nosotros?

La Argentina es un país que se automedica.

Hay individuos que, cuando tienen ciertos síntomas, piensan
que tienen “lo mismo” que tuvo un conocido. No saben
que hay síndromes comunes a enfermedades distintas. Se
hacen su propio diagnóstico y toman un remedio porque -según
le han dicho-es milagroso. Si el diagnóstico es errado,
o el individuo es alérgico a la droga, o la posología
no es la adecuada, o existen efectos colaterales ignorados, la
automedicación puede resultar desastrosa.

La Argentina, cuando sufre dificultades económicas, trata
de ver qué país tiene o ha tenido “lo mismo”,
y se apresura a tomar el “remedio” que surtió
efecto en algún otro caso.

Eso cuando no cae en manos de curanderos económicos que
venden un “curalotodo”, supuestamente capaz de curar
el cáncer y la seborrea, la artritis y la impotencia.

Entonces un día estatizamos todo porque Europa estatizó.
Y lo hacemos con la impericia propia del lego. No establecemos
una fábrica estatal altamente eficiente, como lo fue la
Renault en Francia.

Otro día, privatizamos todo porque Europa privatizó.
Pero lo hacemos con fanatismo e irracionalidad. Yo viví
siete años en la Inglaterra de Margaret Thatcher. Bueno,
Thatcher privatizó el servicio de energía eléctrica,
pero dejó fuera la energía de origen nuclear. Ella
decía, que por razones estratégicas, únicamente
la podía manejar el Estado. Y creó, en 1984, una
empresa 100% estatal: la British Nuclear Fuels Limited (BNFL),
que pasó a tener el monopolio para producir y transportar
combustibles nucleares.

Para el thatcherismo, la privatización no fue una religión.
Thatcher gobernó durante 12 años. Ningún
otro Primer Ministro, en la historia del Reino Unido, ha gobernado
por tanto tiempo. Tenía un fuerte respaldo popular: ganó,
sucesivamente, tres elecciones generales. Durante su segundo y
tercer período tuvo, además, mayoría propia
en el Parlamento. Sin embargo, en más de una década
de poder casi absoluto, Thatcher no privatizó los ferrocarriles.
Ni el correo. Ni el Servicio Nacional de Salud. Luego vino el
gobierno de John Major, y luego llegó al poder el laborismo.
Pero no se produjo un giro de 180°, y es raro que en Europa
se produzcan giros de 180°.

En Europa no se vive diciendo: “el proteccionismo fracasó”,
“el estatismo fracasó”, “el neoliberalismo
fracasó”.

Se entiende que ciertos remedios son para utilizar en el momento
oportuno, de la manera adecuada, y por el tiempo necesario.

Esto no significa que no haya diferencias de criterios para
evaluar el funcionamiento normal de la economía.

Hay diferencias en cuanto al grado de intervención del
Estado, o a los alcances de la regulación de la actividad
privada. Hay, también, diferencias en cuanto a la fijación
de umbrales a partir de los cuales la inflación, el déficit
fiscal o el déficit comercial constituyen un problema.
Hay diferencias, por último, en cuanto a la forma y extensión
en la que debe distribuirse la riqueza.

No es lo mismo un liberal, un democristiano o un socialdemócrata.

Pero todos ellos entienden que la economía tiene ciclos,
que los problemas que presenta varían, y que en caso de
crisis, los remedios deben adecuarse a sus causas.

También entienden que hasta el mejor remedio puede ser
ineficaz si se lo emplea mal.

En la Argentina podríamos imitar ese comportamiento y
decir:

· El proteccionismo permitió desarrollar una industria
liviana, que no se habría desarrollado sin un mercado cautivo.
Pero el proteccionismo no fue desmantelado a tiempo, para forzar
aumentos de productividad y hacer que la industria argentina fuera
competitiva, por sí, y no por la distorsión cambiaria
que provocan los aranceles.

· El neoliberalismo permitió eliminar el déficit
estructural, que no se habría eliminado de haber permanecido
el obsoleto aparato industrial del Estado. Pero el neoliberalismo
no comprendió que, a partir de allí, debía
formarse una sociedad Estado-sector privado, para desarrollar
nuevas ventajas competitivas e irrumpir en el mercado mundial
con productos de alto valor agregado.

Esta es una actitud pragmática, en el buen sentido de
la palabra. El pragmatismo no implica agnosticismo político.
Consiste en entender que, como lo enseñó Ferdinand
Schiller, frente a problemas específicos, la verdad es
mutable.

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