Subsidios agrícolas: escasos y contradictorios avances europeos

Según la OCDE (París), casi no progresan las negociaciones sobre subsidios comerciales. Salvo en azúcar, por creciente exceso de producción. Pero nada cambia el trasfondo: un sector agrícola ineficiente, defendido por dirigentes oportunistas.

23 junio, 2005

Si bien el último informe difundido por la Organización de cooperación para desarrollo económico alude a la generalidad de países prósperos, el reciente fracaso en el plenario de Bruselas revela que la piedra del escándalo reside en los costosos subsidios agrícolas que mantiene la Unión Europea. El choque entre Jacques Chirac (Francia, adalide de esas prebendas) y Tony Blair (Gran Bretaña y, dentro de pocos días, presidencia semestral de la UE) lo puso en evidencia.

“Si los gobiernos, especialmente en la Eurozona –los doce adherentes a la moneda común-, no enfrentan a los grupos rurales de presión y empiezan a rebajar subsidios en serio, será imposible proseguir con la liberalización del comercio mundial”. Tardío descubrimiento, tratándose de una entidad como la OCDE, tan adicta a la ortodoxia neoclásica y los mercados financieros.

En cierto modo, el poder local de los “lobbies” agropecuarios –sobre todo en Francia, Dinamarca o Polonia- va contra la historia. Cada año hay menos población rural europea y sus productos vienen bajando de precio alrededor del mundo desde el siglo XIX. Pero su influencia política es tan fuerte como dañina (también en Estados Unidos y Japón).

En este punto, surge una contradicción. Economistas, expertos, gurúes y equipos universitarios (para no hablar de demasiados premios Nobel económicos) liberales y conservadores despotrican contra los subsidios. Su prédica, viabilizada por el Banco International de Reconstrucción y Fomento (BIRF o Banco Mundial), sus agencias, el Fondo Monetario y el Grupo de los 7, demoniza el proteccinomso de las economías en desarollo o periféricas. Pero no exhibe igual celo ante los astronómicos subsidios que las economías centrales (UE, EE.UU., Japón) esgrimen para amparar a sus productores agrícolas, veras piezas de museo.

La ronda Dohá, camino de enterrar a la Organización Mundial de Comercio –así como la ronda Uruguay acabó con el GATT-, es perfecta muestra de una burocracia cara e ineficaz, dedicada al turismo cinco estrellas (la OMC derrocha cientos de millones en viáticos).

El documento de la OCDE, a veces sin querer, pone en evidencia ese estado de cosas. Quizá porque sus cifras se ven mejor que las europeas: el promedio de protección agrícola en el grupo (las 24 economías más prósperas, más algunos socios para hacer número) ha cedido de 37% en 1986-8 a 30% en 2002-4. Pero el ritmo de contracción viene aflojando desde 1999. Aparece en el informe un dato escalofriante: el total de subsidios agrícolas del año pasado en la OCDE llegaba a US$ 279.000 millones.

No sorprende advertir que, en el conjunto de miembros, los que tienen sectores agropecuarios eficientes no subvencionen en más de 5% sus ventas al exterior (Nueva Zelanda, Australia). Por el contrario, esos niveles alcanzan 20% en EE.UU., 34% en la UE y un escandaloso 60% en Japón. En cuanto a rubros, en los últimos veinte años los socios de la OCDE redujeron la concentración de subsidios. Hacia 1986, 90% iba a un puñado de ítemes que, ahora, significan 75%.

Ahora, la atención de Bruselas pasa al azúcar. Resula irónico que, días después del fracaso negociaciones sobre subsidios agrícolas, la Comisión Europea haya anunciado –este miércoles- un plan para reformar el sistema de subveciones azucareras, cuyo objeto es rebajar hasta 39% los precios referenciales. La iniciativa responde a un creciente exceso de oferta y, sin duda, llevará a un achique con pérdida de empleos.

Exactamente, lo que ciertos políticos –en particular, los franceses- quisieran evitar a toda costa, porque crearía precedentes peligrosos para el “negocio” de las grandes explotaciones rurales. Remolacheras o no. Pero la situación ha llegado a un extremo: los grande usuarios de azúcar (alimentos y bebidas procesadas) vinene presionado por un plan como el lanzado por la CE. En cuanto a los consumidores en general, pagan tres veces el precio minorista promedio internacional.

Por ejemplo, a causa del azúcar, un café el Milán o Perís cuesta entre ocho y nueve euros. Pero, en este punto, salta otra de las paradoja típica del neoproteccionismo: varios países en desarrollo, exportadores habituales de azúcar de caña a la UE salieron a protestar. Ocurre que, merced a los subsidios, pueden colocar su producto al doble del precio internacional y a varias veces el de sus propios mercados.

El proyecto de la CE es cualquier cosa menos neutro, aun dejando de lado los factores descriptos. No puede serlo, puesto que la zona produce casi veinte millones de toneladas anuales y eso la convierte en tercera luego de Brasil e India. La idea de Bruselas es alinear el régimen azucarero con el lácteo y el de cereales, donde ya se practican políticas de subsidios más flexibles.

Tampoco eso será fácil. Por de pronto, la CE está armando un paquete de “contrasubsidios” por € 40 millones, a aplicarse desde 2006, para compensar a países del Caribe, el Pacífico y África subsahariana, que dependen de sus ventas de azúcar a los altos precios que se pagan en la UE. Entretanto, asoma en el horizonte otra problema: la ineficiencia ganadera, aun en economías tan rurales como Polonia o España. Ocurre que la UE “paga” € 2,20 diarios por cabeza bovina; más de lo que tiene para subsistir media población del mundo.

Si bien el último informe difundido por la Organización de cooperación para desarrollo económico alude a la generalidad de países prósperos, el reciente fracaso en el plenario de Bruselas revela que la piedra del escándalo reside en los costosos subsidios agrícolas que mantiene la Unión Europea. El choque entre Jacques Chirac (Francia, adalide de esas prebendas) y Tony Blair (Gran Bretaña y, dentro de pocos días, presidencia semestral de la UE) lo puso en evidencia.

“Si los gobiernos, especialmente en la Eurozona –los doce adherentes a la moneda común-, no enfrentan a los grupos rurales de presión y empiezan a rebajar subsidios en serio, será imposible proseguir con la liberalización del comercio mundial”. Tardío descubrimiento, tratándose de una entidad como la OCDE, tan adicta a la ortodoxia neoclásica y los mercados financieros.

En cierto modo, el poder local de los “lobbies” agropecuarios –sobre todo en Francia, Dinamarca o Polonia- va contra la historia. Cada año hay menos población rural europea y sus productos vienen bajando de precio alrededor del mundo desde el siglo XIX. Pero su influencia política es tan fuerte como dañina (también en Estados Unidos y Japón).

En este punto, surge una contradicción. Economistas, expertos, gurúes y equipos universitarios (para no hablar de demasiados premios Nobel económicos) liberales y conservadores despotrican contra los subsidios. Su prédica, viabilizada por el Banco International de Reconstrucción y Fomento (BIRF o Banco Mundial), sus agencias, el Fondo Monetario y el Grupo de los 7, demoniza el proteccinomso de las economías en desarollo o periféricas. Pero no exhibe igual celo ante los astronómicos subsidios que las economías centrales (UE, EE.UU., Japón) esgrimen para amparar a sus productores agrícolas, veras piezas de museo.

La ronda Dohá, camino de enterrar a la Organización Mundial de Comercio –así como la ronda Uruguay acabó con el GATT-, es perfecta muestra de una burocracia cara e ineficaz, dedicada al turismo cinco estrellas (la OMC derrocha cientos de millones en viáticos).

El documento de la OCDE, a veces sin querer, pone en evidencia ese estado de cosas. Quizá porque sus cifras se ven mejor que las europeas: el promedio de protección agrícola en el grupo (las 24 economías más prósperas, más algunos socios para hacer número) ha cedido de 37% en 1986-8 a 30% en 2002-4. Pero el ritmo de contracción viene aflojando desde 1999. Aparece en el informe un dato escalofriante: el total de subsidios agrícolas del año pasado en la OCDE llegaba a US$ 279.000 millones.

No sorprende advertir que, en el conjunto de miembros, los que tienen sectores agropecuarios eficientes no subvencionen en más de 5% sus ventas al exterior (Nueva Zelanda, Australia). Por el contrario, esos niveles alcanzan 20% en EE.UU., 34% en la UE y un escandaloso 60% en Japón. En cuanto a rubros, en los últimos veinte años los socios de la OCDE redujeron la concentración de subsidios. Hacia 1986, 90% iba a un puñado de ítemes que, ahora, significan 75%.

Ahora, la atención de Bruselas pasa al azúcar. Resula irónico que, días después del fracaso negociaciones sobre subsidios agrícolas, la Comisión Europea haya anunciado –este miércoles- un plan para reformar el sistema de subveciones azucareras, cuyo objeto es rebajar hasta 39% los precios referenciales. La iniciativa responde a un creciente exceso de oferta y, sin duda, llevará a un achique con pérdida de empleos.

Exactamente, lo que ciertos políticos –en particular, los franceses- quisieran evitar a toda costa, porque crearía precedentes peligrosos para el “negocio” de las grandes explotaciones rurales. Remolacheras o no. Pero la situación ha llegado a un extremo: los grande usuarios de azúcar (alimentos y bebidas procesadas) vinene presionado por un plan como el lanzado por la CE. En cuanto a los consumidores en general, pagan tres veces el precio minorista promedio internacional.

Por ejemplo, a causa del azúcar, un café el Milán o Perís cuesta entre ocho y nueve euros. Pero, en este punto, salta otra de las paradoja típica del neoproteccionismo: varios países en desarrollo, exportadores habituales de azúcar de caña a la UE salieron a protestar. Ocurre que, merced a los subsidios, pueden colocar su producto al doble del precio internacional y a varias veces el de sus propios mercados.

El proyecto de la CE es cualquier cosa menos neutro, aun dejando de lado los factores descriptos. No puede serlo, puesto que la zona produce casi veinte millones de toneladas anuales y eso la convierte en tercera luego de Brasil e India. La idea de Bruselas es alinear el régimen azucarero con el lácteo y el de cereales, donde ya se practican políticas de subsidios más flexibles.

Tampoco eso será fácil. Por de pronto, la CE está armando un paquete de “contrasubsidios” por € 40 millones, a aplicarse desde 2006, para compensar a países del Caribe, el Pacífico y África subsahariana, que dependen de sus ventas de azúcar a los altos precios que se pagan en la UE. Entretanto, asoma en el horizonte otra problema: la ineficiencia ganadera, aun en economías tan rurales como Polonia o España. Ocurre que la UE “paga” € 2,20 diarios por cabeza bovina; más de lo que tiene para subsistir media población del mundo.

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