viernes, 18 de abril de 2025

Stiglitz y Wolf: el FMI no será fácil para Rodrigo Rato

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El español Rodrigo Rato es virtual sucesor de Horst Köhler en el Fondo Monetario. Pero Horst Köhler y Anne Krueger dejan un legado difícil. La entidad está hipotecada y la ampliación de la Unión Europea plantea problemas espinosos.

El principal rival de Rato, el francés Jean Lemierre, aceptó otro período al frente del Banco Europeo de Reconstrucción y Fomento y el español quedó como único aspirante. Aun falta la presentación formas (debiera hacerse ya) y, entonces, Rato será elegido por la asamblea semestral conjunta FMI-BIRF, este fin de semana en Washington. A menos que Estados Unidos rompa con precedentes, como ocurrió con el caso Palestina-Israel”.

Entretanto, dos nuevos análisis sobre el FMI le auguran díasn difíciles. Uno es del conservador británico Martin Wolf, otro del estructuralista Joseph Stiglitz, Nobel económico compartido en 2001. “Quien reemplaza a Köhler precisará la autoridad que sólo puede proceder de una selección abierta y transparente. Eso –afirma el inglés- no ha sucedido. Más allá de los méritos de Rato”.

Sea como fuere, ambos analistas y Andrew Crockett, uno de los precandidatos a la conducción fondista, definen cuatro prioridades para cualquier director gerente. Primera: cuestionar hasta qué extremo la entidad el ha comprometido en créditos blandos a largo plazo para los países más pobres. El FMI tiene papel significativo como consejero en políticas macroeconómicas, por lo cual no es correcto que se complique en la reducción de la pobreza. “Si el Banco Mundial no es capaz de manejarlos –señala Wolf- ¿por qué insistir en esos programas?”.

La segunda consiste en revisar ideas y prácticas en el interior del FMI, encarnadas actualmente por Anne Krueger, Teresa Ter Minassian y Anup Singh. “La rigidez técnica traban flujos de inversión, tanto de los estados –sostiene Stuglitz como de las empresas”. El economista encuentra paralelos con Alemania, “gigante enfermo de la Unión Europea. El Fondo y el Banco Mundial directamente no entienden los problemas reales de ese país… ni los periféricos y endeudados”.

Tercera: el próximo CEO deberá lidiar con las enormes acreencias acumuladas, bajo Köhler, sobre un puñado de deudores. A fines de 2003, sólo tres de ellos representaban 72% del total. Esto es, 45.800 millones en derechos especiales de giro (DEG), o sea US$ 67.500 millones. De ese monto, US$ 28.100 millones correspondían a Brasil, 23.700 millones a Turquía y 15.800 millones a la Argentina.

Como subraya Wolf, “esa suma constituye 21% de los recursos totales del FMI. En otras palabras, Köhler y su equipo hipotecaron el rancho y, de paso, cometieron gruesos errores. Especialmente, prestándole a Buenos Aires en 2000/1”. Por consiguiente, la entidad quedó a merced de sus deudores, “una vulnerabilidad brillantemente explotada por Argentina”.

Tercera: el Fondo debe dedicarse a su razón de ser: el equilibrio global entre ajustes de pagos. Al presente, estos ajustes funcionan –en verdad, no funcionan- de forma muy peculiar: la economía mundial mantiene un equilibrio macro inestable a costa del aumento constante del déficit estadounidense de pagos. Esto es tan perverso como insostenible a largo plazo”.

Exactamente lo que creen, en privado, el Banco de Japón (central) y el Banco Central Europeo (BCE). Stiglitz, naturalmente, no comparte una visión tan ortodoxa de Wolf y Crockett. No obstante, los tress creen que eso admite dos explicaciones, ambas en órbita del FMI: crónica debilidad de demanda en la Eurozona y Japón e inepcia de los capitales globales para alimentar fluidamente las economías emergentes.

El primer problema exige hacer más efectiva la supervisión del Fondo. Esto es imposible, pues carece de influencia sobre la segunda y la tercera economía del planeta. El segundo refleja algo más profundo: la actitud de las economías emergentes –no las periféricas, meramente pasivas-, que no quieren exponerse a los mercados de capital.

Eso resulta de sucesivas crisis sistémicas, característica de la globalización financiera desde el cese de pagos mexicano (1982), acentuada con el segundo derrumbe azteca (el “tequila”, 1994/5) y la crisis general de 1997/8. Al respecto, Stiglitz subraya “el pésimo manejo de crisis por parte del FMI Por ende, muchas economías emergentes y periféricas evitan a toda costa flujos netos, esencialmente de corto plazo.

Para ello, sostienen tipos de cambio competitivos, promueven superávit en balanza de pagos y convierten flujos de capital en reservas de divisas. En consecuencia, desde inicios de 1998 a fines de 2003, Asia oriental y sudoriental elevó sus tenencias en US$ 1,13 billón: 84% del aumento mundial. Aun sin Japón, ese grupo añadió US$ 713.000 millones a sus reservas, es decir casi cinco veces los exiguos recursos disponibles en el FMI (US$ 149.000 millones).

El proceso tiene dos efectos. Uno es que invertir tanto en reservas –en vez de apoyarse en mecanismos para compartirlas, como prevén los estatutos del FMI- es intrínsecamente antieconómico. Otro, más relevante, es que –mientras tantos países insistan en reducir su endeudamiento- el equilibrio global exigirá un creciente déficit de pagos en EE.UU. Es decir, una explosiva acumulación de obligaciones a corto plazo derivadas de ese rojo.

El principal rival de Rato, el francés Jean Lemierre, aceptó otro período al frente del Banco Europeo de Reconstrucción y Fomento y el español quedó como único aspirante. Aun falta la presentación formas (debiera hacerse ya) y, entonces, Rato será elegido por la asamblea semestral conjunta FMI-BIRF, este fin de semana en Washington. A menos que Estados Unidos rompa con precedentes, como ocurrió con el caso Palestina-Israel”.

Entretanto, dos nuevos análisis sobre el FMI le auguran díasn difíciles. Uno es del conservador británico Martin Wolf, otro del estructuralista Joseph Stiglitz, Nobel económico compartido en 2001. “Quien reemplaza a Köhler precisará la autoridad que sólo puede proceder de una selección abierta y transparente. Eso –afirma el inglés- no ha sucedido. Más allá de los méritos de Rato”.

Sea como fuere, ambos analistas y Andrew Crockett, uno de los precandidatos a la conducción fondista, definen cuatro prioridades para cualquier director gerente. Primera: cuestionar hasta qué extremo la entidad el ha comprometido en créditos blandos a largo plazo para los países más pobres. El FMI tiene papel significativo como consejero en políticas macroeconómicas, por lo cual no es correcto que se complique en la reducción de la pobreza. “Si el Banco Mundial no es capaz de manejarlos –señala Wolf- ¿por qué insistir en esos programas?”.

La segunda consiste en revisar ideas y prácticas en el interior del FMI, encarnadas actualmente por Anne Krueger, Teresa Ter Minassian y Anup Singh. “La rigidez técnica traban flujos de inversión, tanto de los estados –sostiene Stuglitz como de las empresas”. El economista encuentra paralelos con Alemania, “gigante enfermo de la Unión Europea. El Fondo y el Banco Mundial directamente no entienden los problemas reales de ese país… ni los periféricos y endeudados”.

Tercera: el próximo CEO deberá lidiar con las enormes acreencias acumuladas, bajo Köhler, sobre un puñado de deudores. A fines de 2003, sólo tres de ellos representaban 72% del total. Esto es, 45.800 millones en derechos especiales de giro (DEG), o sea US$ 67.500 millones. De ese monto, US$ 28.100 millones correspondían a Brasil, 23.700 millones a Turquía y 15.800 millones a la Argentina.

Como subraya Wolf, “esa suma constituye 21% de los recursos totales del FMI. En otras palabras, Köhler y su equipo hipotecaron el rancho y, de paso, cometieron gruesos errores. Especialmente, prestándole a Buenos Aires en 2000/1”. Por consiguiente, la entidad quedó a merced de sus deudores, “una vulnerabilidad brillantemente explotada por Argentina”.

Tercera: el Fondo debe dedicarse a su razón de ser: el equilibrio global entre ajustes de pagos. Al presente, estos ajustes funcionan –en verdad, no funcionan- de forma muy peculiar: la economía mundial mantiene un equilibrio macro inestable a costa del aumento constante del déficit estadounidense de pagos. Esto es tan perverso como insostenible a largo plazo”.

Exactamente lo que creen, en privado, el Banco de Japón (central) y el Banco Central Europeo (BCE). Stiglitz, naturalmente, no comparte una visión tan ortodoxa de Wolf y Crockett. No obstante, los tress creen que eso admite dos explicaciones, ambas en órbita del FMI: crónica debilidad de demanda en la Eurozona y Japón e inepcia de los capitales globales para alimentar fluidamente las economías emergentes.

El primer problema exige hacer más efectiva la supervisión del Fondo. Esto es imposible, pues carece de influencia sobre la segunda y la tercera economía del planeta. El segundo refleja algo más profundo: la actitud de las economías emergentes –no las periféricas, meramente pasivas-, que no quieren exponerse a los mercados de capital.

Eso resulta de sucesivas crisis sistémicas, característica de la globalización financiera desde el cese de pagos mexicano (1982), acentuada con el segundo derrumbe azteca (el “tequila”, 1994/5) y la crisis general de 1997/8. Al respecto, Stiglitz subraya “el pésimo manejo de crisis por parte del FMI Por ende, muchas economías emergentes y periféricas evitan a toda costa flujos netos, esencialmente de corto plazo.

Para ello, sostienen tipos de cambio competitivos, promueven superávit en balanza de pagos y convierten flujos de capital en reservas de divisas. En consecuencia, desde inicios de 1998 a fines de 2003, Asia oriental y sudoriental elevó sus tenencias en US$ 1,13 billón: 84% del aumento mundial. Aun sin Japón, ese grupo añadió US$ 713.000 millones a sus reservas, es decir casi cinco veces los exiguos recursos disponibles en el FMI (US$ 149.000 millones).

El proceso tiene dos efectos. Uno es que invertir tanto en reservas –en vez de apoyarse en mecanismos para compartirlas, como prevén los estatutos del FMI- es intrínsecamente antieconómico. Otro, más relevante, es que –mientras tantos países insistan en reducir su endeudamiento- el equilibrio global exigirá un creciente déficit de pagos en EE.UU. Es decir, una explosiva acumulación de obligaciones a corto plazo derivadas de ese rojo.

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