Será europea, pero ya no se parece mucho a una unión

Si Bruselas tuviese agente de publicidad, la Unión Europea cambiaría de marca, pues ya no funciona como tal. Culpable principal: el gobierno francés, que ha inventado un “campeón nacional” para impedir que un grupo italiano compre uno local.

3 marzo, 2006

Por lo visto, la fusión por decreto entre la privada Suez y la estatal Gaz de France llegará a buen puerto, a menos que los sindicatos de ésta o los accionistas de aquélla se rebelen. El acuerdo probablemento cumpla con las complicadas e inefectivas normas de la UE (ese famoso “digesto comunitario” de 6.800 páginas que casi nadie ha leído), supuestamente dictadas para impedir discriminaciones entre capitales transfronterizos. O sea, dentro de la propia UE.

En verdad, poco puede hacer Bruselas para detener a París: los principales países aún tienen más poder que el gobierno central y lo emplean como se les ocurre. De ahí que, entre otras cosas, sólo doce de los veinticinco socios adhieran al euro como moneda única o la unidad bursátil nunca haya sido lograda, ni siquiera en la Eurozona.

Según la versión oficial, la fusión Suez-GdF venía negociándose durante meses y el intento del Enel italiano sobre la primera sólo la aceleró. Tal vez, pero varios analistas notan un detalle: no se recuerda una fusión de ese calibre que no haya incluido el nuevo management ni el nombre de la entidad resultante.

Por otra parte, hace menos de un año GdF se registraba en la bolsa de París y, en ese momento, el gobierno se comprometió a no perder el control del paquete. Lo hizo para calmar al personal, que temía perder puestos, retribuciones y ventajas jubilatorias. Pero, si esta fusión cristaliza, la parte estatal bajará a 40% en el futuro grupo, en lo será una privatización peculiar.

El asunto echa luz sobre un aspecto que la prensa del mercado omite: el “neonacionalismo” en el Eurozona se vincula a un efecto típico de las grandes F&A: eliminación de empleos, reducción de salarios y prestaciones sociales, jubilaciones inclusive. Gran Bretaña y Alemania son ejemplos típicos. Por ende, el público –o sea, los electores- se torna “antieuropeo”, como sucedió en los plebiscitos constitucionales de 2005.

Francia no está sola, aunque ninguno de sus émulos haya lanzado F&A anunciadas por el primer ministro. España intenta bloquear, en nombre del “interés nacional” –aspecto ignorado cuando sus capitales copan activos latinoamericanos-, la toma de Endesa por el gigante alemán E.On. Por su parte, Italia ha llegado a veros escándalos para impedir que algunos de sus bancos fuesen comprados por “extranjeros” (españoles, holandeses y franceses, todos miembros de la UE). Pero, entretanto, Unicredito deglutía el germano HypoVereinbank, un líder regional.

Hoy, Romano Prodi y Silvio Berlusconi, principales candidatos a jefe de gobierno en los comicios de abril, rivalizan para ver quién es más “nacionalista”. El ex presidente de la CE y jefe de la coalición centroizquierdista prometió que, si Francia sigue bloqueando a Enel, él lo hará con BNP-Paribas y su oferta por Banca Nazionale del Lavoro. Su competior de derechas dice lo mismo.

En su origen, la Unión Europea –sucesora de tres entidades regionales, cada cual mayor y más cohesionada que la otra- debía ser la etapa final de integración, si no todavía de ampliación. Pero el avance del desempleo estructural y el deterioro social en los suburbios de las grandes ciudades (lo ocurrido en Francia meses atrás fue un síntoma claro) remiten al desván de la historia las grandes ideas y los sueños políticos.

Por supuesto, esta situación no puede prolongarse indefinidamente. Como teme Mario Monti, ex comisario de Competencia, “si la UE no se transfortma en una unión real, eventualmente se hará pedazos” (así le ocurre ya al Mercosur).

Por lo visto, la fusión por decreto entre la privada Suez y la estatal Gaz de France llegará a buen puerto, a menos que los sindicatos de ésta o los accionistas de aquélla se rebelen. El acuerdo probablemento cumpla con las complicadas e inefectivas normas de la UE (ese famoso “digesto comunitario” de 6.800 páginas que casi nadie ha leído), supuestamente dictadas para impedir discriminaciones entre capitales transfronterizos. O sea, dentro de la propia UE.

En verdad, poco puede hacer Bruselas para detener a París: los principales países aún tienen más poder que el gobierno central y lo emplean como se les ocurre. De ahí que, entre otras cosas, sólo doce de los veinticinco socios adhieran al euro como moneda única o la unidad bursátil nunca haya sido lograda, ni siquiera en la Eurozona.

Según la versión oficial, la fusión Suez-GdF venía negociándose durante meses y el intento del Enel italiano sobre la primera sólo la aceleró. Tal vez, pero varios analistas notan un detalle: no se recuerda una fusión de ese calibre que no haya incluido el nuevo management ni el nombre de la entidad resultante.

Por otra parte, hace menos de un año GdF se registraba en la bolsa de París y, en ese momento, el gobierno se comprometió a no perder el control del paquete. Lo hizo para calmar al personal, que temía perder puestos, retribuciones y ventajas jubilatorias. Pero, si esta fusión cristaliza, la parte estatal bajará a 40% en el futuro grupo, en lo será una privatización peculiar.

El asunto echa luz sobre un aspecto que la prensa del mercado omite: el “neonacionalismo” en el Eurozona se vincula a un efecto típico de las grandes F&A: eliminación de empleos, reducción de salarios y prestaciones sociales, jubilaciones inclusive. Gran Bretaña y Alemania son ejemplos típicos. Por ende, el público –o sea, los electores- se torna “antieuropeo”, como sucedió en los plebiscitos constitucionales de 2005.

Francia no está sola, aunque ninguno de sus émulos haya lanzado F&A anunciadas por el primer ministro. España intenta bloquear, en nombre del “interés nacional” –aspecto ignorado cuando sus capitales copan activos latinoamericanos-, la toma de Endesa por el gigante alemán E.On. Por su parte, Italia ha llegado a veros escándalos para impedir que algunos de sus bancos fuesen comprados por “extranjeros” (españoles, holandeses y franceses, todos miembros de la UE). Pero, entretanto, Unicredito deglutía el germano HypoVereinbank, un líder regional.

Hoy, Romano Prodi y Silvio Berlusconi, principales candidatos a jefe de gobierno en los comicios de abril, rivalizan para ver quién es más “nacionalista”. El ex presidente de la CE y jefe de la coalición centroizquierdista prometió que, si Francia sigue bloqueando a Enel, él lo hará con BNP-Paribas y su oferta por Banca Nazionale del Lavoro. Su competior de derechas dice lo mismo.

En su origen, la Unión Europea –sucesora de tres entidades regionales, cada cual mayor y más cohesionada que la otra- debía ser la etapa final de integración, si no todavía de ampliación. Pero el avance del desempleo estructural y el deterioro social en los suburbios de las grandes ciudades (lo ocurrido en Francia meses atrás fue un síntoma claro) remiten al desván de la historia las grandes ideas y los sueños políticos.

Por supuesto, esta situación no puede prolongarse indefinidamente. Como teme Mario Monti, ex comisario de Competencia, “si la UE no se transfortma en una unión real, eventualmente se hará pedazos” (así le ocurre ya al Mercosur).

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