<p>“Ese rito inútil de aristócratas decadentes”, califican analistas de París y Milán a las puntuales citas de un G-8 desflecado, donde Washington juega su propio partido. A punto de pasar en el Congreso una reforma financiera lavada, pero bipartidaria, Obama insiste en mantener los mismos paquetes de estímulos –tan sistémicos como la eventual tasa- que Angela Merkel pugna por recortar.<br />
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Ambos líderes, a su modo, actúan como si sólo existiesen sus dos países. No obstante, el grueso del G-20 echa a un lado las recetas ortodoxas y los agresivos ajustes intentados en la Unión Europea a costa de la sociedad. La postura de muchos emergentes, entonces, se opone a la de Japón, Australia, Canadá, Holanda y Gran Bretaña, que ni siquiera es unánime dentro del G-8.<br />
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Existe otro factor en común: la necesidad de encarar las crisis de Grecia, España, Portugal, Hungría, etc., no sólo como problemas de endeudamiento financiero, sino además como desequilibrios sociales y políticos. Exactamente lo que prescribe una parte del G-20. Pero el borrador del texto conjunto final parece demasiado sesgado a favor de objetivos más contables que sistémicos. Sin duda, la doble cumbre arriesga cerrar este domingo sin ofrecer soluciones claras para “una recuperación frágil y vulnerable”, como señalaba la reunión previa del G-8, más China, en Huntsville.<br />
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El proyecto de documento final es un ejercicio teórico del G-20, donde se prescribe reducir 50% los déficit nacionales para 2013/14 y estabilizar o disminuir las deudas públicas como proporción de cada producto bruto interno. O sea, otro pacto de Maastricht. Al notarlo, Guido Mantega –ministro brasileño de Hacienda- sostuvo que “no son metas realistas y resultan por demás draconianas”. México y Argentina coinciden.<br />
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Ahora bien ¿cómo se perfila el propio G-20? Como una mezcla muy heterogénea donde figuran EE.UU., Japón, Alemania, Canadá, Francia, Gran Bretaña, Italia, Rusia, Surcorea, Sudáfrica, Argentina, Brasil, México, Indonesia, Saudiarabia, Turquía, China e India. Sólo los siete primeros adhieren en diverso grado a la ortodoxia.<br />
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A todo esto ¿qué hace el Fondo Monetario Internacional? Promueve un decálogo no muy original. Empieza recomendando programas creíbles a mediano plazo “sin facilismos” y no concentrar en el corto término los ajustes “salvo si se trata de urgencias financieras”. El punto tres sugiere fijar objetivos graduales para reducir la relación PBI-deuda y el siguiente prescribe centrarse en instrumentos de consolidación capaces de fomentar crecimiento.<br />
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El punto quinto es en exceso impolítico: reformar los sistemas jubilatorios y de salud hoy “financieramente insostenibles”. Esto lleva, como puntos sexto y séptimo, a ajustes fiscales paralelos que –imagina del FMI- mejoren el perfil del déficit fiscal y reduzcan en cinco años de 30 a 10 puntos la razón PBI-deuda pública. Los tres últimos puntos son pour la galerie: consolidar las instituciones fiscales, coordinarlas con la política monetaria local e internacional.</p>
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Se divide el grupo de los 8 y no hay consenso en el G-20
Impulsado por Brasil, Rusia, India, Argentina, Sudáfrica y otros, todos en el G-20, el gravamen a la actividad financiera local y supranacional abre una brecha en el G-8. Entre bambalinas, Estados Unidos acompaña la tasa Tobin versión 2010.