Salimos del cese de pagos, afirmó Kirchner en el Congreso (1-III)

En la apertura del año legislativo, Néstor Kirchner anunció que la Argentina ha salido del cese de pagos, aunque sin dar mayores detalles. Pero Gobierno, banqueros y hasta el “lobby” opuesto al canje coinciden en alrededor de 80% de aceptación.

2 marzo, 2005

Algunos bancos grandes daban por hecho el canje ya el viernes. En general, suponen que –luego- el riesgo soberano puede ceder hasta 600 puntos. Los “ortodoxos” temen que la Argentina siente precedente y hay remisos. Este fin de semana, se barajaba una aceptación de 77 a 80%.

En un clima quizá demasiado optimista –en ciertos casos, con entusiasmo de conversos-, una serie de entidades financieras líderes se pronunciaba por el canje. Técnicamente, éste cerraba el viernes a las seis de la tarde, hora local. Según estimaciones respecto del lunes, sobre US$ 81.800 millones en bonos a canjear, la aceptación genérica oscilaba en torno de 80%, cifra inimaginable apenas diez días atrás. Por supuesto, la local rozaba 98%. Apenas un grupo de italianos recalcitrantes se quedaba afuera, pues sólo entró 28%.

El lunes, cuando nadie lo esperaba, una asociación germana que posee bonos argentinos por unos US$ 1.200 millones anunció haber entrado –el viernes- en el canje. La Argentine Bond Restructuring Agency (ABRA), que agrupa a 30.000 bonistas de Alemania, Austria, Suiza y Luxemburgo, decidió finalmente aceptar la oferta que había rechazado con anterioridad. A raíz de esta sorpresa, algunos medios especializados del exterior sospechan que una parte de bonistas italianos puede haber hecho lo mismo y no se decide a declararlo en público. El resto, sigue confiando en los abogados.

Instituciones como Banco Bilbao Vizcaya Argentina (BBVA), Deutsche Bank, Crédito Suisse First Boston o Citigroup recomendaban aceptar la propuesta. Más reticentes y especulativas, las bancas de inversión y firmas de valores (Goldman Sachs, ABN Amro, JP Morgan Chase, UBS Securities, etc.) eludían definirse, pero ya no hostigaban. Desde hace tiempo adversa a los países en desarrollo, la banca francesa mira desde afuera: con el Estado como accionista, prefiere tirar plata en “colonias virtuales” africanas y sus dudosos regímenes.

En cuanto a la presunta reacción de Mitsubishi Tokyo Financial Group (MTFG), líder local, y Shinsei, de tercera línea, tenía visos de operación mediática. Ocurre que la fuente del dato era el “comité global”. Además, el nombre del MTFG no es el correcto. Por otra parte, no tenía sentido que esas entidades hubieran comunicado su renuencia a Nicola Stock, que no es instancia válida en negociación alguna (para empezar, nunca declaró a cuántos bonistas ni qué montos representaba). La versión sugería que los bancos le pedirían al propio gobierno presionar contra la propuesta, actitud que –amén de poco usual en Japón- sería tardía.

Por supuesto, agotada la campaña de medios (salvo la “noticia japonesa”) contra el canje, empiezan otras. Una apunta a las restricciones impuestas –por sugerencia de Estados Unidos- a las sociedades extraterritoriales en Buenos Aires (con sede en turbias oficinas de Montevideo). Sus defensores sostienen que son necesarias para “inversiones externas directas, útiles al desarrollo”.

Justamente, ése es el argumento esgrimido por Andrew Fastow, ex director financiero de Enron y creador de miles de firmas “off shore” para evadir impuestos norteamericanos. Por supuesto, la Justicia y la Securities & Exchange Commission (comisión federal de valores, no precisamente un reducto socialista) rechazaron de plano el argumento, también intentado en escándalos como Adelphia, WorldCom, Qwest, Vivendi, etcétera.

La otra campaña se funda en el “mal ejemplo argentino” y se originó, hace bastante tiempo, en el llamado “comité global”, instrumento de fondos buitres. Charles Dallara, su sello cabildero (Institute of International Finance) y sus adláteres (Nicola Stock, Hans Humes, Domenico Siniscalco). Pero el vocero inicial de la campaña fue Horst Köhler, entonces director gerente del Fondo Monetario. “Si tiene éxito, el canje argentino minará los principios que fundamentan a los mercados emergentes”, decían a coro Wall Street, la City londinense y el FMI.

También hablaban así ex discípulos de Rüdiger Dornbusch o Steve Hanke, antiguos asesores rentados de Domingo F. Cavallo. Por ejemplo, el venezolano Ricardo Hausman, hoy “arrepentido” promotor de otro cadáver, el Consenso de Washington, génesis de la “década perdida” en Latinoamérica. Salvo el nuevo gobierno uruguayo, de pronto monetarista, varios países examinan ahora posibilidades de seguir el camino argentino.

Básicamente, por una verdad de Perogrullo que vienen señalando desde hace decenios Aldo Ferrer, Paul Krugman o la escuela de Estocolmo: “Los países no son empresas ni existe aún una ley internacional de quiebras”. De hecho, como ha puntualizado Robert Kuttner, “si hubiese bancarrota soberana, el primer candidato sería Estados Unidos”.

Algunos bancos grandes daban por hecho el canje ya el viernes. En general, suponen que –luego- el riesgo soberano puede ceder hasta 600 puntos. Los “ortodoxos” temen que la Argentina siente precedente y hay remisos. Este fin de semana, se barajaba una aceptación de 77 a 80%.

En un clima quizá demasiado optimista –en ciertos casos, con entusiasmo de conversos-, una serie de entidades financieras líderes se pronunciaba por el canje. Técnicamente, éste cerraba el viernes a las seis de la tarde, hora local. Según estimaciones respecto del lunes, sobre US$ 81.800 millones en bonos a canjear, la aceptación genérica oscilaba en torno de 80%, cifra inimaginable apenas diez días atrás. Por supuesto, la local rozaba 98%. Apenas un grupo de italianos recalcitrantes se quedaba afuera, pues sólo entró 28%.

El lunes, cuando nadie lo esperaba, una asociación germana que posee bonos argentinos por unos US$ 1.200 millones anunció haber entrado –el viernes- en el canje. La Argentine Bond Restructuring Agency (ABRA), que agrupa a 30.000 bonistas de Alemania, Austria, Suiza y Luxemburgo, decidió finalmente aceptar la oferta que había rechazado con anterioridad. A raíz de esta sorpresa, algunos medios especializados del exterior sospechan que una parte de bonistas italianos puede haber hecho lo mismo y no se decide a declararlo en público. El resto, sigue confiando en los abogados.

Instituciones como Banco Bilbao Vizcaya Argentina (BBVA), Deutsche Bank, Crédito Suisse First Boston o Citigroup recomendaban aceptar la propuesta. Más reticentes y especulativas, las bancas de inversión y firmas de valores (Goldman Sachs, ABN Amro, JP Morgan Chase, UBS Securities, etc.) eludían definirse, pero ya no hostigaban. Desde hace tiempo adversa a los países en desarrollo, la banca francesa mira desde afuera: con el Estado como accionista, prefiere tirar plata en “colonias virtuales” africanas y sus dudosos regímenes.

En cuanto a la presunta reacción de Mitsubishi Tokyo Financial Group (MTFG), líder local, y Shinsei, de tercera línea, tenía visos de operación mediática. Ocurre que la fuente del dato era el “comité global”. Además, el nombre del MTFG no es el correcto. Por otra parte, no tenía sentido que esas entidades hubieran comunicado su renuencia a Nicola Stock, que no es instancia válida en negociación alguna (para empezar, nunca declaró a cuántos bonistas ni qué montos representaba). La versión sugería que los bancos le pedirían al propio gobierno presionar contra la propuesta, actitud que –amén de poco usual en Japón- sería tardía.

Por supuesto, agotada la campaña de medios (salvo la “noticia japonesa”) contra el canje, empiezan otras. Una apunta a las restricciones impuestas –por sugerencia de Estados Unidos- a las sociedades extraterritoriales en Buenos Aires (con sede en turbias oficinas de Montevideo). Sus defensores sostienen que son necesarias para “inversiones externas directas, útiles al desarrollo”.

Justamente, ése es el argumento esgrimido por Andrew Fastow, ex director financiero de Enron y creador de miles de firmas “off shore” para evadir impuestos norteamericanos. Por supuesto, la Justicia y la Securities & Exchange Commission (comisión federal de valores, no precisamente un reducto socialista) rechazaron de plano el argumento, también intentado en escándalos como Adelphia, WorldCom, Qwest, Vivendi, etcétera.

La otra campaña se funda en el “mal ejemplo argentino” y se originó, hace bastante tiempo, en el llamado “comité global”, instrumento de fondos buitres. Charles Dallara, su sello cabildero (Institute of International Finance) y sus adláteres (Nicola Stock, Hans Humes, Domenico Siniscalco). Pero el vocero inicial de la campaña fue Horst Köhler, entonces director gerente del Fondo Monetario. “Si tiene éxito, el canje argentino minará los principios que fundamentan a los mercados emergentes”, decían a coro Wall Street, la City londinense y el FMI.

También hablaban así ex discípulos de Rüdiger Dornbusch o Steve Hanke, antiguos asesores rentados de Domingo F. Cavallo. Por ejemplo, el venezolano Ricardo Hausman, hoy “arrepentido” promotor de otro cadáver, el Consenso de Washington, génesis de la “década perdida” en Latinoamérica. Salvo el nuevo gobierno uruguayo, de pronto monetarista, varios países examinan ahora posibilidades de seguir el camino argentino.

Básicamente, por una verdad de Perogrullo que vienen señalando desde hace decenios Aldo Ferrer, Paul Krugman o la escuela de Estocolmo: “Los países no son empresas ni existe aún una ley internacional de quiebras”. De hecho, como ha puntualizado Robert Kuttner, “si hubiese bancarrota soberana, el primer candidato sería Estados Unidos”.

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