martes, 11 de febrero de 2025

Rusia y China resucitan una vieja alianza contra Occidente

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Repitiendo ejercicios conjuntos de 2005 y 2006, Moscú y Beijing los concluían este fin de semana en Asia central. Participaban además Kadsajstán, Türkmenistán, Kirghizia, Uzbekistán y Tadyikistán.

La presencia de observadores destacados por Adserbaidyán, Ucrania, Biolorrusia y Mongolia parece una llamativa “reconstrucción” de la Unión Soviética. Todo bajo el manto de la Organización pro cooperación de Shanghai (OCS), obvia réplica de la Otán, pero con un curioso sesgos: este reacercamiento rusochino remite al modelo vigente entre 1923 y 1953, o sea a los tiempos de Iósif Stalin.

Las maniobras anuales empezaron el 7 de agosto en China y terminan ahora en las estepas rusas. La invitación a Irán como quinto observador señala que, como decía el analista norteamericano Robert Kagan, “el mundo vuelve a la normalidad”.

A su juicio, el colapso soviético y el fin de la guerra fría habían hecho creer a muchos que se venía un nuevo orden internacional unipolar (centrado en Estados Unidos), sin conflictos ideológicos ni culturales. Era lo que el módico pensador Francis Fukuyama proclamaba como “fin de la historia”, tergiversando a G.W. Friedrich Hegel (1770/1830). El mismo F.F. admitirá diez años después que era un espejismo.

“El mundo no se transformó. Los estados nacionales –apunta Kagan- siguen vigentes”. Dos gigantes, Moscú y Beijing, “reinvindican ambiciones y compiten por el poder global, aunque esencialmente en lo económico. Estas maniobras son meramente simbólicas. Mientras Washington fracasa en Irak y Afganistán, el país más poblado –China- y el más grande del mundo (Rusia) aprovechan sus riquezas para ocupar espacios.

Vladyímir Putin “resovietiza” sectores claves de la economía y emplea al monopolio Gazprom como ariete para penetrar en Europa occidental. Hu Jintao promueve avances geopolíticos en África realizando cuantiosas inversiones en infraestructura y recursos primarios.

La Unión Europea, ex aliada de EE.UU., es un jugador neutral incapaz, siquiera, de dictarse una constitución aceptable. En buena medida por el patético aislacionismo de Gran Bretaña y la imaginaria “grandeur” Francia.

La presencia de observadores destacados por Adserbaidyán, Ucrania, Biolorrusia y Mongolia parece una llamativa “reconstrucción” de la Unión Soviética. Todo bajo el manto de la Organización pro cooperación de Shanghai (OCS), obvia réplica de la Otán, pero con un curioso sesgos: este reacercamiento rusochino remite al modelo vigente entre 1923 y 1953, o sea a los tiempos de Iósif Stalin.

Las maniobras anuales empezaron el 7 de agosto en China y terminan ahora en las estepas rusas. La invitación a Irán como quinto observador señala que, como decía el analista norteamericano Robert Kagan, “el mundo vuelve a la normalidad”.

A su juicio, el colapso soviético y el fin de la guerra fría habían hecho creer a muchos que se venía un nuevo orden internacional unipolar (centrado en Estados Unidos), sin conflictos ideológicos ni culturales. Era lo que el módico pensador Francis Fukuyama proclamaba como “fin de la historia”, tergiversando a G.W. Friedrich Hegel (1770/1830). El mismo F.F. admitirá diez años después que era un espejismo.

“El mundo no se transformó. Los estados nacionales –apunta Kagan- siguen vigentes”. Dos gigantes, Moscú y Beijing, “reinvindican ambiciones y compiten por el poder global, aunque esencialmente en lo económico. Estas maniobras son meramente simbólicas. Mientras Washington fracasa en Irak y Afganistán, el país más poblado –China- y el más grande del mundo (Rusia) aprovechan sus riquezas para ocupar espacios.

Vladyímir Putin “resovietiza” sectores claves de la economía y emplea al monopolio Gazprom como ariete para penetrar en Europa occidental. Hu Jintao promueve avances geopolíticos en África realizando cuantiosas inversiones en infraestructura y recursos primarios.

La Unión Europea, ex aliada de EE.UU., es un jugador neutral incapaz, siquiera, de dictarse una constitución aceptable. En buena medida por el patético aislacionismo de Gran Bretaña y la imaginaria “grandeur” Francia.

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