Rusia: ¿debilidad tapada por burbujas a medida?

Una fiebre constructora, una ola de consumo y la afluencia de inversiones externas ayudan a disimular vulnerabilidades estructurales. Desde hace varios, así lo creen, al menos, varios analistas occidentales.

10 diciembre, 2007

Por ejemplo, en el centro y las áreas prósperas de Moscú o Petersburgo, un departamento de dos ambientes ha subido de US$ 100.000 a un millón en pocos años. Cabe recordar que, en Nueva York, eso mismo costaba US$ 250.000 hasta el actual desinfle inmobiliario. Mientras tanto, los fines de semana y feriados la clase media se lanza sobre megamercados estilo Tyopliy Stan, un paseo de compras que cubre 150.000 m2 en un suburbio acomodado de la capital. La gente compra frenéticamente cualquier cosa, desde muebles y línea blanca hasta televisores plásmicos y celulares de uso múltiple.

Según la firma sueca Ikea, que maneja ese centro, en 2006 hubi 60 millones de visitas (no de visitantes, claro), lo cual mantiene Tyopliy Stan al frente de su categorìa en toda Europa. Pare este año, se espera superar los 65 millones.

Las rutas rusas, nunca un dechado de perfección, absorben 100.000 nuevos vehículos por año. En Moscú, la congestión es tanta que –tiempo atrás- un equipo estrella de fútbol abandonar los ómnibus y tomar el subterráneo para no llegar tarde a la cancha, donde lo esperaba el rival de turno.

En todo el país, el crédito para consumo subió casi un tercio en los tres primeros trimestres (respecto de igual lapso en 2006) y pasó de US$ 100.000 millones. Por supuesto, hay un factor de fondo: el producto bruto interno ha estado creciendo a razón de 7% anual desde 1999. Vale decir, más tres veces el ritmo en la Unión Europea y 2,5 veces el de Estados Unidos.

En virtual quiebra hace diez años, Rusia pagó en 2006 la última cuota (US$ 23.700 millones) del financiamiento obtenido tras el cese de pagos provocado por la crisis de 1997/8. Pero hay un problema: mucho de esta prosperidad se debe a los hidrocarburos, o sea a precios internacionales que –de un modo u otro- vienen sostenidos y firmes desde 2004.

Este año, crudos, gas natural y derivados representan 65% de exportaciones y 60% de ingresos fiscales, señala un informe de Alfa Bank. El resto de la nueva liquidez proviene de dos burbujas: ventas minoristas y sector inmobiliario, alimentadas -claro- por la bonanza petrolera.

Vladyímir Putin es el primero en reconocer que “el auge de los hidrocarburos no puede durar por siempre. Necesitamos diversificar la economía en corto plazo”, señalaba al parlamento después de las recientes elecciones,. El presidente apunta a promover la fabricación de automotores, aviones y otros bienes complejos de tipo industrial.

Sea como fuere, Rusia es el primer exportador mundial de gas y el segundo de petróleo, si se acepta que Saudiarabia sigue al frente (aunque no se sepa hasta cuándo). Obviamente, cuando los crudos marcaron el último máximo nominal (US$ 98,50 el barril de tejano dulce, noviembre), acumulaban 155% de alza en cuatro años.

Se explica, pues, que a fin de octubre las reservas internacionales rusas totalizaran US$ 330.000 millones. Vale decir, más que en la Eurozona (los trece adherentes a la moneda común). Agregando a los hidrocarburos otros insumos primarios se llega a 80% de las exportaciones.

Al empezar diciembre, el nivel de los crudos roza US$ 83 el barril en Nueva York. Esto es 15,7% bajo el pico nominal histórico. La brecha no es alarmante pero, sostienen expertos sectoriales, si el petróleo bajase de US$ 70, por ejemplo, la economía rusa quedaría ilíquida y las burbujas se pincharían. Un analista citado por Bloomberg’s llega más lejos y habla de crudos a menos de US$ 60. Pero no es serio: en ese caso, se habría venido abajo todo el negocio global; estatal o privado.

Por ejemplo, en el centro y las áreas prósperas de Moscú o Petersburgo, un departamento de dos ambientes ha subido de US$ 100.000 a un millón en pocos años. Cabe recordar que, en Nueva York, eso mismo costaba US$ 250.000 hasta el actual desinfle inmobiliario. Mientras tanto, los fines de semana y feriados la clase media se lanza sobre megamercados estilo Tyopliy Stan, un paseo de compras que cubre 150.000 m2 en un suburbio acomodado de la capital. La gente compra frenéticamente cualquier cosa, desde muebles y línea blanca hasta televisores plásmicos y celulares de uso múltiple.

Según la firma sueca Ikea, que maneja ese centro, en 2006 hubi 60 millones de visitas (no de visitantes, claro), lo cual mantiene Tyopliy Stan al frente de su categorìa en toda Europa. Pare este año, se espera superar los 65 millones.

Las rutas rusas, nunca un dechado de perfección, absorben 100.000 nuevos vehículos por año. En Moscú, la congestión es tanta que –tiempo atrás- un equipo estrella de fútbol abandonar los ómnibus y tomar el subterráneo para no llegar tarde a la cancha, donde lo esperaba el rival de turno.

En todo el país, el crédito para consumo subió casi un tercio en los tres primeros trimestres (respecto de igual lapso en 2006) y pasó de US$ 100.000 millones. Por supuesto, hay un factor de fondo: el producto bruto interno ha estado creciendo a razón de 7% anual desde 1999. Vale decir, más tres veces el ritmo en la Unión Europea y 2,5 veces el de Estados Unidos.

En virtual quiebra hace diez años, Rusia pagó en 2006 la última cuota (US$ 23.700 millones) del financiamiento obtenido tras el cese de pagos provocado por la crisis de 1997/8. Pero hay un problema: mucho de esta prosperidad se debe a los hidrocarburos, o sea a precios internacionales que –de un modo u otro- vienen sostenidos y firmes desde 2004.

Este año, crudos, gas natural y derivados representan 65% de exportaciones y 60% de ingresos fiscales, señala un informe de Alfa Bank. El resto de la nueva liquidez proviene de dos burbujas: ventas minoristas y sector inmobiliario, alimentadas -claro- por la bonanza petrolera.

Vladyímir Putin es el primero en reconocer que “el auge de los hidrocarburos no puede durar por siempre. Necesitamos diversificar la economía en corto plazo”, señalaba al parlamento después de las recientes elecciones,. El presidente apunta a promover la fabricación de automotores, aviones y otros bienes complejos de tipo industrial.

Sea como fuere, Rusia es el primer exportador mundial de gas y el segundo de petróleo, si se acepta que Saudiarabia sigue al frente (aunque no se sepa hasta cuándo). Obviamente, cuando los crudos marcaron el último máximo nominal (US$ 98,50 el barril de tejano dulce, noviembre), acumulaban 155% de alza en cuatro años.

Se explica, pues, que a fin de octubre las reservas internacionales rusas totalizaran US$ 330.000 millones. Vale decir, más que en la Eurozona (los trece adherentes a la moneda común). Agregando a los hidrocarburos otros insumos primarios se llega a 80% de las exportaciones.

Al empezar diciembre, el nivel de los crudos roza US$ 83 el barril en Nueva York. Esto es 15,7% bajo el pico nominal histórico. La brecha no es alarmante pero, sostienen expertos sectoriales, si el petróleo bajase de US$ 70, por ejemplo, la economía rusa quedaría ilíquida y las burbujas se pincharían. Un analista citado por Bloomberg’s llega más lejos y habla de crudos a menos de US$ 60. Pero no es serio: en ese caso, se habría venido abajo todo el negocio global; estatal o privado.

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