Rusia ataca a Estonia en el ciberespacio y genera reacciones tardías

Molesto porque la minirrepública báltica retiró una estatua al soldado soviético de la II guerra, Moscú lanzó hace cuatro semanas una ofensiva en Internet. Se bloquearon sitios de todo tipo. Ahora comienzan a aparecer reacciones.

28 mayo, 2007

Tratándose de un régimen poco afecto a las sutilezas –lo subraya la represión a homsexuales en alianza con grupos nazis, el fin de semana en Moscú-, esta “guerra virtual” es imaginativa. Por supuesto, el gobierno de Vladyímir Putin la niega, pero analistas suecos, fineses y polacos sospechan que la lleva a cabo un equipo de “hackers” allegado a la inteligencia moscovita. Según las malas lenguas, opera desde Transdñestria, un estado ilegal entre Ucrania y Moldavia -sólo lo reconocen Moscú, Kíyev y Minsk-, que concentra poderosas mafias internacionales.

Pero, la semana pasada, Tallinn llevó el asunto a la OTAN, invocando el artículo quinto de la carta. Lo apoya Finlandia, país con el cual Estonia tiene fuertes lazos étnicos y lingüísticos. En cuanto a la enorme estatua de bronce, las hay o las había similares en todas las capitales del ex bloque soviético. En general, fueron retiradas o puestas en lugares menos visibles.

El caso estonio se complica por dos razones. Una es local: 20% de la población habla ruso. Letonia, justo al sur, tiene 40% de rusos étnicos y, por tanto, no ha tocado la famosa estatua. La tercera república báltica, Lituania, sacó las suyas de Kaunas y Vilnius porque tiene el respaldo de Polonia, su secular aliada.

El otro motivo es más inquietante: las relaciones entre Moscú y la OTAN pasan por un momento tenso, pues Estados Unidos intenta tender un escudo nuclear sobre las fronteras occidentales de Rusia, Bielorrusia y Ucrania, con el pretexto de un ”peligro iraní”. Alemania, Polonia y Lituania secundan la idea, razón por la cual Condoleezza Rice y Angela Merkel han chocado estos días con Putin. Curiosamente, Finlandia, Estonia y Letonia ven con preocupación el proyecto.

La ofensiva rusa sobre Estonia confirma algo archisabido: los aspectos negros de la globalización “convierten Internet en un instrumento aterrador”, admite el “Economist”, adalid del mercantilismo decimonónico. Poco le costó a Putin inmovilizar Estonia, como descubrió el semanario a casi un mes del ciberataque (abordado en este sitio hace varios días).

Por supuesto, proliferan ahora quienes piden “elaborar legislación internacional contra los nuevos delitos”. Pero ¿qué sucede si los transgresores son potencias como Rusia? Naturalmente, nada obsta para que el terrorismo profesional haga cosas parecidas, en un contexto global donde ya no existe la bipolaridad de la última posguerra (Estados Unidos-URSS) ni la saludable multipolaridad típica desde el congreso de Viena hasta el fin de los imperios alemán, austrohúngaro, otomano, británico y francés.

El uso intensivo de Internet por parte de al-Qa’eda y similares o tráficos ilícitos –armas, drogas, pornografía infantil- pone en evidencia que la generalidad de controles es rudimentaria, poco efectiva. La propia censura impuesta en la Red por China, Norcorea, Cuba, Irán y varios estados islámicos son otro aspecto del lado obscuro. También lo es, aunque sus beneficiarios y aliados lo oculten, el uso de recursos informáticos para especular con instrumentos derivativos. Un Las Vegas que mueve cientos de billones en activos de aire, cuyos periódicos desinfles pueden ser letales. En este contexto, Estonia o Transdñestria son apenas ensayos en menor escala.

Tratándose de un régimen poco afecto a las sutilezas –lo subraya la represión a homsexuales en alianza con grupos nazis, el fin de semana en Moscú-, esta “guerra virtual” es imaginativa. Por supuesto, el gobierno de Vladyímir Putin la niega, pero analistas suecos, fineses y polacos sospechan que la lleva a cabo un equipo de “hackers” allegado a la inteligencia moscovita. Según las malas lenguas, opera desde Transdñestria, un estado ilegal entre Ucrania y Moldavia -sólo lo reconocen Moscú, Kíyev y Minsk-, que concentra poderosas mafias internacionales.

Pero, la semana pasada, Tallinn llevó el asunto a la OTAN, invocando el artículo quinto de la carta. Lo apoya Finlandia, país con el cual Estonia tiene fuertes lazos étnicos y lingüísticos. En cuanto a la enorme estatua de bronce, las hay o las había similares en todas las capitales del ex bloque soviético. En general, fueron retiradas o puestas en lugares menos visibles.

El caso estonio se complica por dos razones. Una es local: 20% de la población habla ruso. Letonia, justo al sur, tiene 40% de rusos étnicos y, por tanto, no ha tocado la famosa estatua. La tercera república báltica, Lituania, sacó las suyas de Kaunas y Vilnius porque tiene el respaldo de Polonia, su secular aliada.

El otro motivo es más inquietante: las relaciones entre Moscú y la OTAN pasan por un momento tenso, pues Estados Unidos intenta tender un escudo nuclear sobre las fronteras occidentales de Rusia, Bielorrusia y Ucrania, con el pretexto de un ”peligro iraní”. Alemania, Polonia y Lituania secundan la idea, razón por la cual Condoleezza Rice y Angela Merkel han chocado estos días con Putin. Curiosamente, Finlandia, Estonia y Letonia ven con preocupación el proyecto.

La ofensiva rusa sobre Estonia confirma algo archisabido: los aspectos negros de la globalización “convierten Internet en un instrumento aterrador”, admite el “Economist”, adalid del mercantilismo decimonónico. Poco le costó a Putin inmovilizar Estonia, como descubrió el semanario a casi un mes del ciberataque (abordado en este sitio hace varios días).

Por supuesto, proliferan ahora quienes piden “elaborar legislación internacional contra los nuevos delitos”. Pero ¿qué sucede si los transgresores son potencias como Rusia? Naturalmente, nada obsta para que el terrorismo profesional haga cosas parecidas, en un contexto global donde ya no existe la bipolaridad de la última posguerra (Estados Unidos-URSS) ni la saludable multipolaridad típica desde el congreso de Viena hasta el fin de los imperios alemán, austrohúngaro, otomano, británico y francés.

El uso intensivo de Internet por parte de al-Qa’eda y similares o tráficos ilícitos –armas, drogas, pornografía infantil- pone en evidencia que la generalidad de controles es rudimentaria, poco efectiva. La propia censura impuesta en la Red por China, Norcorea, Cuba, Irán y varios estados islámicos son otro aspecto del lado obscuro. También lo es, aunque sus beneficiarios y aliados lo oculten, el uso de recursos informáticos para especular con instrumentos derivativos. Un Las Vegas que mueve cientos de billones en activos de aire, cuyos periódicos desinfles pueden ser letales. En este contexto, Estonia o Transdñestria son apenas ensayos en menor escala.

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