República Dominicana, al borde de un cese de pagos

El pequeño país de borrascosa historia, que comparte la Española nada menos que con Haití, se halla peligrosamente cerca de declararse en cese de pagos. Eso a pocos días de que asuma el nuevo presidente, Leonel Fernández.

6 agosto, 2004

Las señales típicas en vísperas de una crisis financiera su multiplican. En la capital, Santo Domingo, los precios de la canasta básica se han doblado en un año. La falta de combustible torna inútiles a muchos automotores, los cortes luz suelen durar hasta veinte horas en todo el país.

El gobierno saliente, encabezado por Hipólito Mejía, fracasó en el intento reelectoral de mayo. Amén de no ocuparse más de los problemas, la administración es acusada de usar fondos públicos para indemnizar a un pequeño número de inversores –ricos y terratenientes con influencias-, perjudicados por la caída de varios bancos en 2003. El salvataje de rentistas y especuladores ha insumido casi 20% del producto bruto interno.

Las tensiones generadas en el deterioro económico se manifiestan por varios canales, inclusive la protesta callejera y estudiantil. Mejía ya no puede recorrer la capital en su rumbosa caravana de coches oficiales y un ejército de guardaespaldas. Empresario célebre por su retórica populista, el mandatario soslaya temas urgentes y dedica sus últimos días en el poder a recompensar adictos y paniaguados. A orillas del colapso externo, trata de pasar un decreto que permita a empleados públicos importar coches sin pagar gravámenes aduaneros.

Fernández es un abogado bilingüe, criado en el Bronx neoyorquino, que ya fue presidente en los 90, cuando la Dominicana exhibía una de las mayores tasas de crecimiento en Latinoamérica. Hoy lo presionan los acreedores internacionales –los mismos que le prestaban a Mejía sin revisar sus cuentas- exigiéndole sacar rápidamente un plan para afrontar la crisis de los bancos y el aumento de hidrocarburos importados.

Como señal del desastre en ciernes, el Banco Central no cumplió con la renta (US$ 27 millones) de un bono internacional. Queda un período de gracia de treinta días, antes de entrar en cese técnico de pagos, pero cunde el escepticismo al respecto. Así confirma un informe de la calificadora de riesgos Standard & Poor’s.

Estas perspectivas representan un notable revés para una economía que solía ponerse como modelo para la región hasta apenas dos años atrás. Un auge de casi década y media, apoyado en exportación industrial y turismo, se hizo trizas bajo Mejía. Las crecientes dificultades en los sectores financiero y energético fueron ignoradas por el entorno presidencial.

En rigor, la economía empezó a achicarse recién en 2003, luego de un largo período dinámico iniciado en 1990. En realidad, el PBI volvió de golpe a ese año. El país afronta una brecha financiera externa de US$ 100 a 200 millones este año -ni siquiera hay cifras concretas- y el dólar ha subido durante 2004 de $D 20 a 45.

La depreciación de la moneda eleva el riesgo ante acreedores del exterior, mientras la deuda pública pasa de 20 a 40% del PBI. En efecto, Mejía deja pasivos por US$ 6.000 millones, fruto de cinco años tomando crédito a rolete. En este proceso, el Fondo Monetario Internacional se ha mostrado pasivo.

Las señales típicas en vísperas de una crisis financiera su multiplican. En la capital, Santo Domingo, los precios de la canasta básica se han doblado en un año. La falta de combustible torna inútiles a muchos automotores, los cortes luz suelen durar hasta veinte horas en todo el país.

El gobierno saliente, encabezado por Hipólito Mejía, fracasó en el intento reelectoral de mayo. Amén de no ocuparse más de los problemas, la administración es acusada de usar fondos públicos para indemnizar a un pequeño número de inversores –ricos y terratenientes con influencias-, perjudicados por la caída de varios bancos en 2003. El salvataje de rentistas y especuladores ha insumido casi 20% del producto bruto interno.

Las tensiones generadas en el deterioro económico se manifiestan por varios canales, inclusive la protesta callejera y estudiantil. Mejía ya no puede recorrer la capital en su rumbosa caravana de coches oficiales y un ejército de guardaespaldas. Empresario célebre por su retórica populista, el mandatario soslaya temas urgentes y dedica sus últimos días en el poder a recompensar adictos y paniaguados. A orillas del colapso externo, trata de pasar un decreto que permita a empleados públicos importar coches sin pagar gravámenes aduaneros.

Fernández es un abogado bilingüe, criado en el Bronx neoyorquino, que ya fue presidente en los 90, cuando la Dominicana exhibía una de las mayores tasas de crecimiento en Latinoamérica. Hoy lo presionan los acreedores internacionales –los mismos que le prestaban a Mejía sin revisar sus cuentas- exigiéndole sacar rápidamente un plan para afrontar la crisis de los bancos y el aumento de hidrocarburos importados.

Como señal del desastre en ciernes, el Banco Central no cumplió con la renta (US$ 27 millones) de un bono internacional. Queda un período de gracia de treinta días, antes de entrar en cese técnico de pagos, pero cunde el escepticismo al respecto. Así confirma un informe de la calificadora de riesgos Standard & Poor’s.

Estas perspectivas representan un notable revés para una economía que solía ponerse como modelo para la región hasta apenas dos años atrás. Un auge de casi década y media, apoyado en exportación industrial y turismo, se hizo trizas bajo Mejía. Las crecientes dificultades en los sectores financiero y energético fueron ignoradas por el entorno presidencial.

En rigor, la economía empezó a achicarse recién en 2003, luego de un largo período dinámico iniciado en 1990. En realidad, el PBI volvió de golpe a ese año. El país afronta una brecha financiera externa de US$ 100 a 200 millones este año -ni siquiera hay cifras concretas- y el dólar ha subido durante 2004 de $D 20 a 45.

La depreciación de la moneda eleva el riesgo ante acreedores del exterior, mientras la deuda pública pasa de 20 a 40% del PBI. En efecto, Mejía deja pasivos por US$ 6.000 millones, fruto de cinco años tomando crédito a rolete. En este proceso, el Fondo Monetario Internacional se ha mostrado pasivo.

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