¿Qué quiso decir George W.Bush con fascistas islámicos”?

Probablemente, el mandatario no tenía la menor idea sobre el contexto histórico del calificativo. ¿Qué podía saber sobre el gran muftí de Jerusalem o la cooperación entre el Eje y muchos dirigentes árabes durante la II guerra mundial?

14 agosto, 2006

Aquel complejo personaje, enemigo jurado de los sionistas –por entonces, éstos apelaban al terrorismo vía el Irgún de Menajem Begin-, operaba junto con Anwar as-Sadat (mucho más tarde, presidente de un Egipto en paz con Israel) y ambos debieron huir de los ingleses, rumbo a Irán tan luego, en 1941. Después, la máxima autoridad sunní de Palestina pasó a Turquía (neutral), consiguió pasaporte italiano, se tiñó el pelo y llegó a Roma.

En octubre de ese año, fue recibido por Benito Mussolini y Galeazzo Ciano. Durante los años 30, el Duce había apoyado las aspiraciones sionistas contra Gran Bretaña, Por entonces, Londres trataba de olvidar la declaración Balfour de 1917 (una muestra de oportunismo), para no perder aliados árabes en la región, que Alemania trataría de invadir en 1940/2.

Pero, ya en 1941, Mussolini era aliado de Adolf Hitler y le dijo al muftí: “Si los judíos quieren un estado, que lo instalen en el continente americano. Son enemigos nuestros y no tienen lugar en Europa ni Levante”. El dirigente religioso partió a Berlín, siempre con Sadat al lado, donde permaneció hasta el fin de la guerra. Poco antes, hizo una visita a Bosnia y Albania para exhortar a los musulmanes a colaborar con el Eje y bendijo la unidad “Handzar”, SS con fez rojo y medialuna.

Los operadores del muftí en Palestina, Siria y Líbano, Alí Gailaní y Abú al-Huseiní, también eran afines al Eje. A fin de 1941, mientras el Afrika Korps de Erwin Rommel avanzaba desde Trípoli hacia Alejandría, un grupo de oficiales egipcios trabajaba en la clandestinidad para el mariscal. Varios de ellos reaparecerán junto con Abdel Gamal Nasser en la revolución republicana de 1952. Jean Lacouture, biógrafo del ra’ís, apunta que -mientras se peleaba en el-Alaméin-, Nasser organizaba manifestaciones populares en Alejandría y El Cairo apoyando a Rommel y Mussolini (pero no a Hitler).

Pero ninguno de todos árabes era fascista en el estricto sentido del término. Eran nacionalistas, algunos laicos y otros no, enemigos de Gran Bretaña –igual que los sionistas en Palestina-, que veían en algunos regímenes europeos un modelo ideal: líderes populistas autoritarios, control social, partido único con dominio sobre las fuerzas armadas, la burocracia y la policía. Curiosamente, ni Hitler ni Jódsif Stalin respondían completamente a esa receta.

En rigor, casi el único ”fascismo” de cuño árabe era el fundado en 1940 por Mijal Aflaq, un sirio cristiano educado en Francia, que antes fuera simpatizante del socialismo italiano y luego del leninismo. Vuelto a Damasco, creó el partido Ba’ath (renacimiento), cuyo primer acto fue sumarse a la revuelta de al Gailaní contra ingleses y franceses en 1941. Murió en Bagdad, 48 años después, bajo la protección de su principal discípulo iraquí, Saddam Huséin, un cruel dictador laico con ciertas veleidades socialistas.

Por ende, Bagdad acabó siendo el más “fascista” de los regímenes árabes, pero le faltaban demasiados ingredientes para imitar al III Reich, aunque pudiera compararse con la Italia de Mussolini. Por el contrario, los movimientos fundamentalistas islámicos –tanto sunníes como shi’íes- carecen de elementos fascistas. En especial, no son laicos ni mucho menos. Por lo mismo, Bush y su entorno tampoco son fascistas, pues creen desempeñar una misión casi tan divina como la de Israel. Más aún: en la larga guerra de 1980/88 entre Irak e Irán, Estados Unidos apoyó y armó a Saddam, justamente porque era laico y rechazaba el fundamentalismo de Ruhol-lá Jomeiní.

Aquel complejo personaje, enemigo jurado de los sionistas –por entonces, éstos apelaban al terrorismo vía el Irgún de Menajem Begin-, operaba junto con Anwar as-Sadat (mucho más tarde, presidente de un Egipto en paz con Israel) y ambos debieron huir de los ingleses, rumbo a Irán tan luego, en 1941. Después, la máxima autoridad sunní de Palestina pasó a Turquía (neutral), consiguió pasaporte italiano, se tiñó el pelo y llegó a Roma.

En octubre de ese año, fue recibido por Benito Mussolini y Galeazzo Ciano. Durante los años 30, el Duce había apoyado las aspiraciones sionistas contra Gran Bretaña, Por entonces, Londres trataba de olvidar la declaración Balfour de 1917 (una muestra de oportunismo), para no perder aliados árabes en la región, que Alemania trataría de invadir en 1940/2.

Pero, ya en 1941, Mussolini era aliado de Adolf Hitler y le dijo al muftí: “Si los judíos quieren un estado, que lo instalen en el continente americano. Son enemigos nuestros y no tienen lugar en Europa ni Levante”. El dirigente religioso partió a Berlín, siempre con Sadat al lado, donde permaneció hasta el fin de la guerra. Poco antes, hizo una visita a Bosnia y Albania para exhortar a los musulmanes a colaborar con el Eje y bendijo la unidad “Handzar”, SS con fez rojo y medialuna.

Los operadores del muftí en Palestina, Siria y Líbano, Alí Gailaní y Abú al-Huseiní, también eran afines al Eje. A fin de 1941, mientras el Afrika Korps de Erwin Rommel avanzaba desde Trípoli hacia Alejandría, un grupo de oficiales egipcios trabajaba en la clandestinidad para el mariscal. Varios de ellos reaparecerán junto con Abdel Gamal Nasser en la revolución republicana de 1952. Jean Lacouture, biógrafo del ra’ís, apunta que -mientras se peleaba en el-Alaméin-, Nasser organizaba manifestaciones populares en Alejandría y El Cairo apoyando a Rommel y Mussolini (pero no a Hitler).

Pero ninguno de todos árabes era fascista en el estricto sentido del término. Eran nacionalistas, algunos laicos y otros no, enemigos de Gran Bretaña –igual que los sionistas en Palestina-, que veían en algunos regímenes europeos un modelo ideal: líderes populistas autoritarios, control social, partido único con dominio sobre las fuerzas armadas, la burocracia y la policía. Curiosamente, ni Hitler ni Jódsif Stalin respondían completamente a esa receta.

En rigor, casi el único ”fascismo” de cuño árabe era el fundado en 1940 por Mijal Aflaq, un sirio cristiano educado en Francia, que antes fuera simpatizante del socialismo italiano y luego del leninismo. Vuelto a Damasco, creó el partido Ba’ath (renacimiento), cuyo primer acto fue sumarse a la revuelta de al Gailaní contra ingleses y franceses en 1941. Murió en Bagdad, 48 años después, bajo la protección de su principal discípulo iraquí, Saddam Huséin, un cruel dictador laico con ciertas veleidades socialistas.

Por ende, Bagdad acabó siendo el más “fascista” de los regímenes árabes, pero le faltaban demasiados ingredientes para imitar al III Reich, aunque pudiera compararse con la Italia de Mussolini. Por el contrario, los movimientos fundamentalistas islámicos –tanto sunníes como shi’íes- carecen de elementos fascistas. En especial, no son laicos ni mucho menos. Por lo mismo, Bush y su entorno tampoco son fascistas, pues creen desempeñar una misión casi tan divina como la de Israel. Más aún: en la larga guerra de 1980/88 entre Irak e Irán, Estados Unidos apoyó y armó a Saddam, justamente porque era laico y rechazaba el fundamentalismo de Ruhol-lá Jomeiní.

Compartir:
Notas Relacionadas

Suscripción Digital

Suscríbase a Mercado y reciba todos los meses la mas completa información sobre Economía, Negocios, Tecnología, Managment y más.

Suscribirse Archivo Ver todos los planes

Newsletter


Reciba todas las novedades de la Revista Mercado en su email.

Reciba todas las novedades