Putin: ¿para qué sirve la caza de oligarcas en Rusia?

Hostigar magnates rastacuerons de turbias fortunas es prioridad en la agenda de Vladyímir Putin. Pero los habituales analistas del mercado afirman que es un error y que los oligarcas son necesarios para el avance y la sobrevivencia del país.

16 enero, 2006

Inspirado en presiones sociales, más que polìticas, para acabar con la corrupción sistémica (que data del siglo XVIII, con un breve intervalo en 1917-24) el ex jerarca del KGB muestra un celo de cruzado, pero restringido al aspecto económico del fenómeno. No incluyen, pues, las crecientes aspìraciones autoritarias y geopolíticas del nuevo tsar. En ciertos aspectos, más afines a las de George W.Bush y sus amigos que a las de la dirigencia china.

En esta oportunidad, Putin se ha lanzado contra su tocayo Vladyímir Gusinsky, magnate de medios cuyo ídolo es el australiano Rupert Murdoch, junto a quien William R.Hearst era un principiante. Moscù lo acusa de estafador. Por otra parte, el gobierno trata de lograr –con cargos similares- la extradición de Borís Byerezovski, que vive espléndidamente en Londres.

Por supuesto, la presa más importante ha sido Míjail Jodorkovsky, ex presidente ejecutivo de la ex Yukos, creación suya confiscada en 2004, alojado por ocho años en Siberia por una justicia al servicio de Putin. Como le ocurrió a Alfonso Capone, cayó por evasión tributaria pero, a diferencia del caso norteamericano, en el ruso gran pante de las acusaciones carece de fundamento (John Edgar Hoover tenía sus escrúpulos).

Sin duda, Jodorkovsky era el elemento más prominente y con mayores ambiciones políticas de la “nueva” oligarquía. Ése era el punto: el proyecto de reelección permanente que encarna Putin veía en él un obstáculo. Por supuesto, el ex amo del petróleo ruso –como los otros magnates- habìa amasado fortuna e influencia durante el colapso de la Unión Soviétiva (Putin trata de resucitarla con retoques). La escandalosa malventa de activos estatales fue origen de esa nueva clase, como sucedió en Argentina durante los años 90. Por la misma época, en efecto, Moscú puso en remate gran parte del aparato productivo y financiero de la difunta URSS, a un extremo que empalidece los extremos del régimen menemista. En ambas oportunidades, los analistas de mercado aplaudían estruendosamente.

A su criterio de analistas anglosajones, esos neocapitalistas asumieron el “desafío” de revivir una economía moribunda, sin molestos escrúpulos éticos ni sociales. De paso, aprovecharon un sistema jurídico débil, incapaz de defender la propiedad ni los contratos entre partes. Pronto, los noveles oligarcas (“kulak”, palabra popularizada por Lenin y Trotsky) tuvieron un suceso más allá de toda expectativa y embolsaron miles de millones de dòlares.

Como no le tenían fe al sistema legal ruso para proteger sus activos, optaron por otra forma de seguro, consistente en sobornar jueces, fiscales, legisladores, funcionarios polìticos, etc. Sin duda, el ascenso de estos oligarcas le plantea un dilema a Rusia: el gobierno precisa salvaguardar el auge económico y financiero –que aún no alcanza a la gentre-, traducido en un producto bruto interno cuyo ritmo aparente de expansión promedia 7% anual desde 1999.

Por ejemplo, las petroleras, mineras y gasíferas todavía controladas por magnates crecen más rápido que el PBI. Al mismo tiempo, sus negocios turbios son mal vistos en Occidente, pues enmascaran corrupción y otras vulnerabilidades del sistema. Claro, para Putin aquel dilema no existe y los oligarcas deben ser reclutados, contenidos, sacados de escena o todo a la vez.

Entretanto, aquellos analistas de mercado temen que a Moscú se le vaya la mano y acabe con la “nueva clase”. Es decir, con un tipo de capitalismo salvaje afín a los mercados especulativos, excepto por un rasgo incómodo: la inseguridad jurìdica.

Medios especializados que debieran ser más sensatos cargan las tintas sobre los escándalos italianos, pero lo único que los desvela en el caso ruso es el “populismo político” antioligárquico. Preferirían el modelo totalitario chino, al cual creen “ortodoxo” en materia económica y financiera. En particular, porque la guerra a los kulak sirve para rearmar, esta vez sin lado bélico, un capitalismo de estado “neosoviético”.

Moscú quisiera que los magnates rusos siguiesen el camino de Roman Abrámovich, no el de Jodrkosky, Gusinsky y otros, Vale decir, pactar con el régimen, vender activos (en su momento, Síbñeft, cedida a Gazprom por US$ 13.000 millones). El magnate forma hoy parte del mundillo frívolo londinense, sugestivamente parecido al Estoril de posguerra y sus eternos pretendientes a coronas del siglo XIX.

“Los oligarcas son un mal menor comparados con Putin”, sostenìa dìas atrás un artículo del bimensuario “Foreign affairs”. Para esa publicación, el surgimiento de esos magnates es “consecuencia natural de las condiciones económicas, políticas y jurídicas prevalentes en Rusia”. Por ende, es mejor que sigan “promoviendo el auge de grandes grupos en sectores básicos e industrias. Es natural que un puñado de personas se haya enriquedo inmnensamente, porque las economías de mercado presuponen una clase de billonarios”.Como sostienen “neuroeconomistas” en boga, el consumidor no ya no es tan relevante.

Inspirado en presiones sociales, más que polìticas, para acabar con la corrupción sistémica (que data del siglo XVIII, con un breve intervalo en 1917-24) el ex jerarca del KGB muestra un celo de cruzado, pero restringido al aspecto económico del fenómeno. No incluyen, pues, las crecientes aspìraciones autoritarias y geopolíticas del nuevo tsar. En ciertos aspectos, más afines a las de George W.Bush y sus amigos que a las de la dirigencia china.

En esta oportunidad, Putin se ha lanzado contra su tocayo Vladyímir Gusinsky, magnate de medios cuyo ídolo es el australiano Rupert Murdoch, junto a quien William R.Hearst era un principiante. Moscù lo acusa de estafador. Por otra parte, el gobierno trata de lograr –con cargos similares- la extradición de Borís Byerezovski, que vive espléndidamente en Londres.

Por supuesto, la presa más importante ha sido Míjail Jodorkovsky, ex presidente ejecutivo de la ex Yukos, creación suya confiscada en 2004, alojado por ocho años en Siberia por una justicia al servicio de Putin. Como le ocurrió a Alfonso Capone, cayó por evasión tributaria pero, a diferencia del caso norteamericano, en el ruso gran pante de las acusaciones carece de fundamento (John Edgar Hoover tenía sus escrúpulos).

Sin duda, Jodorkovsky era el elemento más prominente y con mayores ambiciones políticas de la “nueva” oligarquía. Ése era el punto: el proyecto de reelección permanente que encarna Putin veía en él un obstáculo. Por supuesto, el ex amo del petróleo ruso –como los otros magnates- habìa amasado fortuna e influencia durante el colapso de la Unión Soviétiva (Putin trata de resucitarla con retoques). La escandalosa malventa de activos estatales fue origen de esa nueva clase, como sucedió en Argentina durante los años 90. Por la misma época, en efecto, Moscú puso en remate gran parte del aparato productivo y financiero de la difunta URSS, a un extremo que empalidece los extremos del régimen menemista. En ambas oportunidades, los analistas de mercado aplaudían estruendosamente.

A su criterio de analistas anglosajones, esos neocapitalistas asumieron el “desafío” de revivir una economía moribunda, sin molestos escrúpulos éticos ni sociales. De paso, aprovecharon un sistema jurídico débil, incapaz de defender la propiedad ni los contratos entre partes. Pronto, los noveles oligarcas (“kulak”, palabra popularizada por Lenin y Trotsky) tuvieron un suceso más allá de toda expectativa y embolsaron miles de millones de dòlares.

Como no le tenían fe al sistema legal ruso para proteger sus activos, optaron por otra forma de seguro, consistente en sobornar jueces, fiscales, legisladores, funcionarios polìticos, etc. Sin duda, el ascenso de estos oligarcas le plantea un dilema a Rusia: el gobierno precisa salvaguardar el auge económico y financiero –que aún no alcanza a la gentre-, traducido en un producto bruto interno cuyo ritmo aparente de expansión promedia 7% anual desde 1999.

Por ejemplo, las petroleras, mineras y gasíferas todavía controladas por magnates crecen más rápido que el PBI. Al mismo tiempo, sus negocios turbios son mal vistos en Occidente, pues enmascaran corrupción y otras vulnerabilidades del sistema. Claro, para Putin aquel dilema no existe y los oligarcas deben ser reclutados, contenidos, sacados de escena o todo a la vez.

Entretanto, aquellos analistas de mercado temen que a Moscú se le vaya la mano y acabe con la “nueva clase”. Es decir, con un tipo de capitalismo salvaje afín a los mercados especulativos, excepto por un rasgo incómodo: la inseguridad jurìdica.

Medios especializados que debieran ser más sensatos cargan las tintas sobre los escándalos italianos, pero lo único que los desvela en el caso ruso es el “populismo político” antioligárquico. Preferirían el modelo totalitario chino, al cual creen “ortodoxo” en materia económica y financiera. En particular, porque la guerra a los kulak sirve para rearmar, esta vez sin lado bélico, un capitalismo de estado “neosoviético”.

Moscú quisiera que los magnates rusos siguiesen el camino de Roman Abrámovich, no el de Jodrkosky, Gusinsky y otros, Vale decir, pactar con el régimen, vender activos (en su momento, Síbñeft, cedida a Gazprom por US$ 13.000 millones). El magnate forma hoy parte del mundillo frívolo londinense, sugestivamente parecido al Estoril de posguerra y sus eternos pretendientes a coronas del siglo XIX.

“Los oligarcas son un mal menor comparados con Putin”, sostenìa dìas atrás un artículo del bimensuario “Foreign affairs”. Para esa publicación, el surgimiento de esos magnates es “consecuencia natural de las condiciones económicas, políticas y jurídicas prevalentes en Rusia”. Por ende, es mejor que sigan “promoviendo el auge de grandes grupos en sectores básicos e industrias. Es natural que un puñado de personas se haya enriquedo inmnensamente, porque las economías de mercado presuponen una clase de billonarios”.Como sostienen “neuroeconomistas” en boga, el consumidor no ya no es tan relevante.

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