Posición crítica de la Iglesia

La Iglesia endurece su denuncia contra la situación económico social del país. Preocupa al plenario de obispos reunido durante la semana la falta de trabajo, la violencia y la inseguridad.

11 noviembre, 2000

Desde el plenario de obispos inaugurado el lunes surgieron durante la semana claras señales de que la Iglesia Argentina robustecerá su posición crítica ante el modelo económico y social vigente.

El presidente el Episcopado, monseñor Estanislao Karlic, a quien se caracteriza por su prudencia y mesura, no vaciló en declarar que los obispos se sienten “profundamente interpelados por el nivel de falta de trabajo y de violencia e inseguridad”.

El periodismo registró definiciones aún más categóricas; así, monseñor Eduardo Mirás, vicepresidente primero del cuerpo episcopal, expresó desde Rosario – sede de su diócesis – que “este salvajismo económico destruyó el aparato productivo”.

Pero tal vez fue el arzobispo de Resistencia, Carmelo Giaquinta, quien se mostró más duro en sus apreciaciones sobre la realidad socioeconómica; algunas de su frases son de una inusitada crudeza:
1. “Salvo los enquistados en el poder, hasta el más ignorante entiende que, por el camino actual, la Argentina es una nación sin futuro, a la que sólo espera una decadencia cada vez más profunda, con conflictos imprevisibles”.

2. “Es innegable el terrible olor de podredumbre de la vida político-social que explotó en el Senado. ¿ Por qué no destapar todos los pozos ciegos de donde emana, haciéndolo voluntariamente en forma controlada?”.

Un vocero autorizado del plenario afirmó que es decisión unánime de los obispos reafirmar su adhesión al sistema democrático, así como su respaldo a las autoridades legítimamente elegidas, pese a lo cual consideran su deber moral señalar que la clase dirigente argentina debe volcar su esfuerzo y su dedicación a la gente antes que pensar en cómo reaccionarán los mercados y los especuladores financieros.

La preocupación de los miembros del plenario tiene asidero en la permanente relación de la Iglesia con los sectores más desposeídos socialmente.

Les preocupa que la sucesión de episodios de protesta, como el corte de rutas, pueda desbordar en algún momento hacia situaciones fuera de control.

El temido “estallido social”, esgrimido por algunos como instrumento de coacción sobre el gobierno y observado por otros como un fenómeno que puede amenazar la paz social y marcar un pico de gravedad en la crisis que vive el país, parecía sobrevolar con su presencia las deliberaciones.

De ahí que al finalizar la semana laboral se aguardaba con ansiedad el documento que probablemente emitirán los obispos en las últimas horas del sábado, cuyo texto intentará –según se adelanta– convertirse en una voz profética, pero de ninguna manera en una incitación a poner en riesgo el equilibrio de las instituciones democráticas.

Precisamente el obispo de Mar del Plata, José María Arancedo, precisó el miércoles en conferencia de prensa que no corresponde a los prelados “ocupar el lugar de los políticos ni dar soluciones técnicas, sino dar orientaciones”.

Desde el plenario de obispos inaugurado el lunes surgieron durante la semana claras señales de que la Iglesia Argentina robustecerá su posición crítica ante el modelo económico y social vigente.

El presidente el Episcopado, monseñor Estanislao Karlic, a quien se caracteriza por su prudencia y mesura, no vaciló en declarar que los obispos se sienten “profundamente interpelados por el nivel de falta de trabajo y de violencia e inseguridad”.

El periodismo registró definiciones aún más categóricas; así, monseñor Eduardo Mirás, vicepresidente primero del cuerpo episcopal, expresó desde Rosario – sede de su diócesis – que “este salvajismo económico destruyó el aparato productivo”.

Pero tal vez fue el arzobispo de Resistencia, Carmelo Giaquinta, quien se mostró más duro en sus apreciaciones sobre la realidad socioeconómica; algunas de su frases son de una inusitada crudeza:
1. “Salvo los enquistados en el poder, hasta el más ignorante entiende que, por el camino actual, la Argentina es una nación sin futuro, a la que sólo espera una decadencia cada vez más profunda, con conflictos imprevisibles”.

2. “Es innegable el terrible olor de podredumbre de la vida político-social que explotó en el Senado. ¿ Por qué no destapar todos los pozos ciegos de donde emana, haciéndolo voluntariamente en forma controlada?”.

Un vocero autorizado del plenario afirmó que es decisión unánime de los obispos reafirmar su adhesión al sistema democrático, así como su respaldo a las autoridades legítimamente elegidas, pese a lo cual consideran su deber moral señalar que la clase dirigente argentina debe volcar su esfuerzo y su dedicación a la gente antes que pensar en cómo reaccionarán los mercados y los especuladores financieros.

La preocupación de los miembros del plenario tiene asidero en la permanente relación de la Iglesia con los sectores más desposeídos socialmente.

Les preocupa que la sucesión de episodios de protesta, como el corte de rutas, pueda desbordar en algún momento hacia situaciones fuera de control.

El temido “estallido social”, esgrimido por algunos como instrumento de coacción sobre el gobierno y observado por otros como un fenómeno que puede amenazar la paz social y marcar un pico de gravedad en la crisis que vive el país, parecía sobrevolar con su presencia las deliberaciones.

De ahí que al finalizar la semana laboral se aguardaba con ansiedad el documento que probablemente emitirán los obispos en las últimas horas del sábado, cuyo texto intentará –según se adelanta– convertirse en una voz profética, pero de ninguna manera en una incitación a poner en riesgo el equilibrio de las instituciones democráticas.

Precisamente el obispo de Mar del Plata, José María Arancedo, precisó el miércoles en conferencia de prensa que no corresponde a los prelados “ocupar el lugar de los políticos ni dar soluciones técnicas, sino dar orientaciones”.

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