¿Por qué Benjamin Bernanke pone énfasis en el retraso salarial?

“Hay espacio para que sueldos y salarios suban y razones para esperarlo”, declaró Benjamin Bernanke ante las dos cámaras del parlamento, días atrás. Luego volvió a tocar el tema social, para enojo de Wall Street.

26 julio, 2006

El presidente del Sistema de Reserva Federal salió con un domingo 13, en un ámbito donde flota aún el legado conservador y nada prolaboral de Alan Greenspan. Sin tener en cuenta, tampoco, el sesgo claramente empresario de George W.Bush, para quien los dividendos bursátiles son más sacros que los embriones desechados. Bernanke sostuvo que “sueldos y salarios van retrasándose en relación con utilidades y dividendos”. Interrogado, señaló que una actualización salarial no influiría en la actual perspectiva inflacionaria.

“Las alzas de salarios reales no son incompatibles con una inflación controlada”, indicó en lo que parecía una involuntaria respuesta a Roberto Lavagna y quienes, en Argentina, se rasgan las vestiduras cuando se toca el tema. El alto funcionario también entiende que trabajadores y público norteamericanos se sienten “despojados por los aumentos en combustibles, energía y otros rubros”. Bernanke repitió que la economía física se halla en transición, hacia un menor ritmo de crecimiento. A su vez, el representante Barney Fink (demócrata, Massachusetts) apuntó: “las expectativas en disminución parecen surgir justo mientras el costo de vida deteriora los salarios de bolsillo. Vale decir, retrae a los consumidores”.

¿De dónde proviene esa “nueva lógica”? Según Paul Krugman, de un dato real: “crece la concentración de ingresos en muy pocas manos y el proceso avanza al punto de que la mayoría de norteamericanos (99%) no ha recibido casi nada del crecimiento aparente registrado en los últimos años”. Estadísticas hasta 2004 –estos números suelen llevar años de retraso- confirman que la expansión “robusta” –término del cual se abusa- alcanza a un grupo muy pequeño.

Ese año, el producto bruto avanzó 4,2%. Pero, revela la oficina federal de Censos, el ingreso real de la familia tipo cedió, en tanto aumentaban la pobreza y la masa de personas sin atención médica. Entonces ¿que pasó con ese 4,2%? Los econometristas Thomas Piketty y Manuel Sáez ofrecen una respuesta: sus ya clásicas estimaciones sobre ingresos a largo plazo. Esas series muestran que, aun excluyendo dividendos bursátiles, “en 2004 las entradas reales del 1% más rico subieron 12%. Al mismo tiempo, para el resto de la población ese aumento fue de apenas 1,5%”.

Dicho de otro modo, un grupo muy reducido se quedó con casi todo ese crecimiento del PBI. A criterio de Krugman, los datos de 2004 –probablemente, también los de 2005- ponen de manifiesto otra cosa alarmante: quedaron al margen no sólo los pobres, el proletariado y la clase media baja, sino además la clase media alta. O sea, el alza de ingresos fue a gente que ya vivía en el séptimo cielo económico.

Pero los trabajos de ambos expertos evidencian otro factor, también preocupante: un alto nivel de educación no garante mejor participación en los beneficios del crecimiento. Un viejo mito, perpetuado por economistas conservadores, es que la creciente desigualdad en EE.UU. –y en el planeta, imagina el Banco Mundial- refleja esencialmente una brecha entre los muy educados y los no tanto. Por el contrario, el censo indica que los ingresos reales del graduado terciario promedio cedieron en 2004.

Sin duda, Bernanke había visto esas estadísticas, a las cuales ni Greenspan ni el nuevo secretario de Hacienda, Henry Paulson (Goldman Sachs, claro) prestan atención. Tampoco parecen notarlas las innumerables escuelas de negocios que, al decir de Jeffrey Garten, no enseñan lo que deben. “La economía florece –apunta Krugman- para ejecutivos de grande firmas, accionistas fuertes, banqueros e intermediarios financieros. La mayoría de la gente vive el crecimiento del PBI como mera espectadora.

Una forma de atenuar esa inequidad de ingresos, cree Bernanke, es “empezar aumentando salarios mínimos que, en valores reales, se hallan en el peor nivel de los últimos cincuenta años”. Pero, en lugar de eso, George W.Bush presiona que los tres paquetes de ventajas tributarias a los ricos (US$ 2,35 billones en 2001-12) sean definitivos.

El presidente del Sistema de Reserva Federal salió con un domingo 13, en un ámbito donde flota aún el legado conservador y nada prolaboral de Alan Greenspan. Sin tener en cuenta, tampoco, el sesgo claramente empresario de George W.Bush, para quien los dividendos bursátiles son más sacros que los embriones desechados. Bernanke sostuvo que “sueldos y salarios van retrasándose en relación con utilidades y dividendos”. Interrogado, señaló que una actualización salarial no influiría en la actual perspectiva inflacionaria.

“Las alzas de salarios reales no son incompatibles con una inflación controlada”, indicó en lo que parecía una involuntaria respuesta a Roberto Lavagna y quienes, en Argentina, se rasgan las vestiduras cuando se toca el tema. El alto funcionario también entiende que trabajadores y público norteamericanos se sienten “despojados por los aumentos en combustibles, energía y otros rubros”. Bernanke repitió que la economía física se halla en transición, hacia un menor ritmo de crecimiento. A su vez, el representante Barney Fink (demócrata, Massachusetts) apuntó: “las expectativas en disminución parecen surgir justo mientras el costo de vida deteriora los salarios de bolsillo. Vale decir, retrae a los consumidores”.

¿De dónde proviene esa “nueva lógica”? Según Paul Krugman, de un dato real: “crece la concentración de ingresos en muy pocas manos y el proceso avanza al punto de que la mayoría de norteamericanos (99%) no ha recibido casi nada del crecimiento aparente registrado en los últimos años”. Estadísticas hasta 2004 –estos números suelen llevar años de retraso- confirman que la expansión “robusta” –término del cual se abusa- alcanza a un grupo muy pequeño.

Ese año, el producto bruto avanzó 4,2%. Pero, revela la oficina federal de Censos, el ingreso real de la familia tipo cedió, en tanto aumentaban la pobreza y la masa de personas sin atención médica. Entonces ¿que pasó con ese 4,2%? Los econometristas Thomas Piketty y Manuel Sáez ofrecen una respuesta: sus ya clásicas estimaciones sobre ingresos a largo plazo. Esas series muestran que, aun excluyendo dividendos bursátiles, “en 2004 las entradas reales del 1% más rico subieron 12%. Al mismo tiempo, para el resto de la población ese aumento fue de apenas 1,5%”.

Dicho de otro modo, un grupo muy reducido se quedó con casi todo ese crecimiento del PBI. A criterio de Krugman, los datos de 2004 –probablemente, también los de 2005- ponen de manifiesto otra cosa alarmante: quedaron al margen no sólo los pobres, el proletariado y la clase media baja, sino además la clase media alta. O sea, el alza de ingresos fue a gente que ya vivía en el séptimo cielo económico.

Pero los trabajos de ambos expertos evidencian otro factor, también preocupante: un alto nivel de educación no garante mejor participación en los beneficios del crecimiento. Un viejo mito, perpetuado por economistas conservadores, es que la creciente desigualdad en EE.UU. –y en el planeta, imagina el Banco Mundial- refleja esencialmente una brecha entre los muy educados y los no tanto. Por el contrario, el censo indica que los ingresos reales del graduado terciario promedio cedieron en 2004.

Sin duda, Bernanke había visto esas estadísticas, a las cuales ni Greenspan ni el nuevo secretario de Hacienda, Henry Paulson (Goldman Sachs, claro) prestan atención. Tampoco parecen notarlas las innumerables escuelas de negocios que, al decir de Jeffrey Garten, no enseñan lo que deben. “La economía florece –apunta Krugman- para ejecutivos de grande firmas, accionistas fuertes, banqueros e intermediarios financieros. La mayoría de la gente vive el crecimiento del PBI como mera espectadora.

Una forma de atenuar esa inequidad de ingresos, cree Bernanke, es “empezar aumentando salarios mínimos que, en valores reales, se hallan en el peor nivel de los últimos cincuenta años”. Pero, en lugar de eso, George W.Bush presiona que los tres paquetes de ventajas tributarias a los ricos (US$ 2,35 billones en 2001-12) sean definitivos.

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