Polonia escrutará en el pasado de sus 144 obispos

Nunca ocurrió que un flamante arzobispo –Stanislaw Wielgus, Varsovia- renunciase en la misa de entronización. Tampoco que un sínodo episcopal íntegro quede bajo investigación por sus relaciones con gobiernos prosoviéticos.

14 enero, 2007

Por un lado, el cardenal Józef Glemp (debió retomar la diócesis capitalina por acefalía) difundió documentos que, presuntamente, ponen a Wielgus en mejor posición. Pero el gobierno ulranacionalista de Lech Kaczynsi igual dispuso indagar en los antecedentes de todos los purpurados, inclusive el que timonea la beatificación de Karol Wojtila.

Si Juan Pablo II canonizó o beatificó más gente que la suma de sus antecesores desde el siglo XI, Polonia es un caso de superpoblación episcopal. Se trata de un país de apenas 310.000 km2 (poco más que la provincia de Buenos Aires) y 40 millones de habitantes que cuenta con 144 obispos. Francia, España e Italia –tres reductos católicos anteriores al polaco- empalidecen en comparación.

La posición del nuevo papa, Benedicto XVI, no es cómoda. Primero generó un escándalo si se quiere teológico, en Ratisbona, apelando a un diálogo apócrifo del siglo XV para descalificar al Islam. Ahora es un nombramiento que –al parecer- pasó varios filtros sin detectar nexos poco explicables del obispo Wielgus con el régimen comunista desde 1978. Un gobierno que, debe reconocerse, mostraba una tolerancia y una flexibilidad religiosas inconcebibles, por ejemplo, en la ex Alemania oriental o en Lituania (origen étnico de Wielgus).

Tampoco los mellizos Kaczynski son dechados de virtudes democráticas. Lech, presidemte, y Jaroslaw, primer ministro, son al mismo tiempo ex burócratas comunistas y católicos ultramontanos. Algo así como dos Le Pen pero con crucifijos. Nacionalistas enemigos de la integración financiera o empresaria con la Unión Europea, sus vínculos con la red antijudía Radio Maria explican el escándalo actual.

El pontífice anterior (polaco e intangible para Varsovia) exigió a esa red morigerar sus ataques racistas, durante su última visita al país. Pero Josef Ratzinger es alemán y, aparte, no tiene el estaño política de Wojtyla. Por tanto, era un blanco seguro. Resulta curioso, de paso, que Benedicto XVI provenga de Baviera, donde gobierna una coalición conservadora y flotan espectros nacionalsocialistas parecidos a los de la vecina Austria.

Por un lado, el cardenal Józef Glemp (debió retomar la diócesis capitalina por acefalía) difundió documentos que, presuntamente, ponen a Wielgus en mejor posición. Pero el gobierno ulranacionalista de Lech Kaczynsi igual dispuso indagar en los antecedentes de todos los purpurados, inclusive el que timonea la beatificación de Karol Wojtila.

Si Juan Pablo II canonizó o beatificó más gente que la suma de sus antecesores desde el siglo XI, Polonia es un caso de superpoblación episcopal. Se trata de un país de apenas 310.000 km2 (poco más que la provincia de Buenos Aires) y 40 millones de habitantes que cuenta con 144 obispos. Francia, España e Italia –tres reductos católicos anteriores al polaco- empalidecen en comparación.

La posición del nuevo papa, Benedicto XVI, no es cómoda. Primero generó un escándalo si se quiere teológico, en Ratisbona, apelando a un diálogo apócrifo del siglo XV para descalificar al Islam. Ahora es un nombramiento que –al parecer- pasó varios filtros sin detectar nexos poco explicables del obispo Wielgus con el régimen comunista desde 1978. Un gobierno que, debe reconocerse, mostraba una tolerancia y una flexibilidad religiosas inconcebibles, por ejemplo, en la ex Alemania oriental o en Lituania (origen étnico de Wielgus).

Tampoco los mellizos Kaczynski son dechados de virtudes democráticas. Lech, presidemte, y Jaroslaw, primer ministro, son al mismo tiempo ex burócratas comunistas y católicos ultramontanos. Algo así como dos Le Pen pero con crucifijos. Nacionalistas enemigos de la integración financiera o empresaria con la Unión Europea, sus vínculos con la red antijudía Radio Maria explican el escándalo actual.

El pontífice anterior (polaco e intangible para Varsovia) exigió a esa red morigerar sus ataques racistas, durante su última visita al país. Pero Josef Ratzinger es alemán y, aparte, no tiene el estaño política de Wojtyla. Por tanto, era un blanco seguro. Resulta curioso, de paso, que Benedicto XVI provenga de Baviera, donde gobierna una coalición conservadora y flotan espectros nacionalsocialistas parecidos a los de la vecina Austria.

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