domingo, 8 de diciembre de 2024

Polémicas entre conductistas, neuroeconomistas y empiristas

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“Las decisiones de inversión no siempre son racionales”, sostienen los neoconductistas. “En el fondo, la mente crea los objetos”, afirman los empiristas. A su vez, muchos economistas creen que la cuestión está mal planteada.

Para empezar, lo que Daniel Kahneman y los suyos llaman “homo oeconomicus” es un “homo pecuniosus”. Vale decir, quien actúa en función de inversor, especulador o rentista (una mínima fracción de la humanidad). Teniendo presente eso, pocos negarían que estados de ánimo e impulsos condicionan decisiones económicas, financieras y bursátiles de las personas.

Afines a los nuevos conductistas (Mercado, septiembre), algunos neurólogos postulan una “neuroeconomía”, inspirados en la neurolingüística. Sólo que, como señala el empirista rusonorteamericano Jerry A.Fodor, sería preciso “diferenciar entre decisiones individuales y decisiones grupales. Por ejemplo, las de un banco o una empresa”.

Un campeón de la neuroeconomía, Aldo Rustichelli (universidad de Minnesota), propone “una teoría sobre cómo la gente decide en situaciones estratégicas. Hasta ahora, ese proceso era una caja negra para los economistas”. Rustichelli emplea juegos experimentales diseñados con el fin de que cada participante anticipe qué harán los otros.

Como ocurre entre conductistas, los neuroeconomistas no eluden obviedades. Por ejemplo, que “al formular predicciones de corto plazo, los sistemas neurológicos se conectan con sensaciones y comparan el pasado con el presente”. De eso deducen algo harto común en materia cognitiva: “El cerebro precisa evaluar objetos, personas, hechos, recuerdos y necesidades –propias o ajenas- antes de hacer una elección”.

En un plano similar, el empirico Fodor –desde hace veinte años, un polémico psicólogo cognitivo, disciplina típica también de los neoconductistas- va más lejos. En su último libro, “Hume Variations” (el título alude al máximo referente del empirismo inglés, David Hume; 1711/76), rebate varias tesis sobre el conocimiento y postula: “la mente crea objetos usando ideas”.

Por supuesto, Fodor ha influido durante años a los neoconductistas, lo admitan o no. Parte de su carrera docente se ha desarrollado en semilleros de management –a su vez, criba del nuevo conductismo- como el MIT y, desde 1986, la universidad Rutgers. En realidad, Kahneman (Nobel económico compartido en 2002) y su grupo se relacionan con el neoempirismo vía dos acólitos de Fodor, Ernest LePore y Zenon Pylyshyn. Curiosamente, ninguno es anglosajón.

¿Dónde entra Hume? Simple: Fodor empezó su vida académica como racionalista y el autor inglés lo “convirtió” al empirismo. “Fue el primero en plantear una teoría psicológica basada en hechos y sus representaciones mentales. Las llamaba ideas. Nosotros las llamamos conceptos. Pero lo que cuenta es que los contenidos mentales son verdaderos objetos del pensamiento y las ideas son innatas al hombre”.

En la concepción de Hume, toda imagen mental se origina en los sentidos y funciona como un cuadro interior. Así, el pensamiento está dominado por asociaciones psíquicas. Para Fodor, “las asociaciones mentales no se guían por factores como la verdad, sino por criterios superficiales de aproximación o semejanza”. No obstante, “esas asociaciones constituyen explicaciones en sí mismas”.

Entre Hume, Fodor y Kahneman hay nexos. Por ejemplo, pioneros como el matemático Alan Mathison Turing –artífice de la lógica abstracta, 1935- o el lingüista Noam Chomsky, autor de la teoría sobre la sintaxis universal (1953).

Pero, a diferencia de esos predecesores o de Fodor, los neoconductistas y sus nuevos aliados, los neuroeconomistas, toman la parte por el todo. Es decir, reinterpretan empirismo, conductismo y neurología en función del “homo pecuniosus”. En cierto sentido, tratan de cerrar las brechas entre filosofía, historia y economía abiertas por dos contemporáneos de Hume: Adam Smith y Edward Gibbon. Algo similar, pero desde un extremo opuesto, había intentado Karl Marx en el siglo XIX. Ninguno de ellos, claro, identificaba al inversor bursátil o financiero con el hombre mismo.

Para empezar, lo que Daniel Kahneman y los suyos llaman “homo oeconomicus” es un “homo pecuniosus”. Vale decir, quien actúa en función de inversor, especulador o rentista (una mínima fracción de la humanidad). Teniendo presente eso, pocos negarían que estados de ánimo e impulsos condicionan decisiones económicas, financieras y bursátiles de las personas.

Afines a los nuevos conductistas (Mercado, septiembre), algunos neurólogos postulan una “neuroeconomía”, inspirados en la neurolingüística. Sólo que, como señala el empirista rusonorteamericano Jerry A.Fodor, sería preciso “diferenciar entre decisiones individuales y decisiones grupales. Por ejemplo, las de un banco o una empresa”.

Un campeón de la neuroeconomía, Aldo Rustichelli (universidad de Minnesota), propone “una teoría sobre cómo la gente decide en situaciones estratégicas. Hasta ahora, ese proceso era una caja negra para los economistas”. Rustichelli emplea juegos experimentales diseñados con el fin de que cada participante anticipe qué harán los otros.

Como ocurre entre conductistas, los neuroeconomistas no eluden obviedades. Por ejemplo, que “al formular predicciones de corto plazo, los sistemas neurológicos se conectan con sensaciones y comparan el pasado con el presente”. De eso deducen algo harto común en materia cognitiva: “El cerebro precisa evaluar objetos, personas, hechos, recuerdos y necesidades –propias o ajenas- antes de hacer una elección”.

En un plano similar, el empirico Fodor –desde hace veinte años, un polémico psicólogo cognitivo, disciplina típica también de los neoconductistas- va más lejos. En su último libro, “Hume Variations” (el título alude al máximo referente del empirismo inglés, David Hume; 1711/76), rebate varias tesis sobre el conocimiento y postula: “la mente crea objetos usando ideas”.

Por supuesto, Fodor ha influido durante años a los neoconductistas, lo admitan o no. Parte de su carrera docente se ha desarrollado en semilleros de management –a su vez, criba del nuevo conductismo- como el MIT y, desde 1986, la universidad Rutgers. En realidad, Kahneman (Nobel económico compartido en 2002) y su grupo se relacionan con el neoempirismo vía dos acólitos de Fodor, Ernest LePore y Zenon Pylyshyn. Curiosamente, ninguno es anglosajón.

¿Dónde entra Hume? Simple: Fodor empezó su vida académica como racionalista y el autor inglés lo “convirtió” al empirismo. “Fue el primero en plantear una teoría psicológica basada en hechos y sus representaciones mentales. Las llamaba ideas. Nosotros las llamamos conceptos. Pero lo que cuenta es que los contenidos mentales son verdaderos objetos del pensamiento y las ideas son innatas al hombre”.

En la concepción de Hume, toda imagen mental se origina en los sentidos y funciona como un cuadro interior. Así, el pensamiento está dominado por asociaciones psíquicas. Para Fodor, “las asociaciones mentales no se guían por factores como la verdad, sino por criterios superficiales de aproximación o semejanza”. No obstante, “esas asociaciones constituyen explicaciones en sí mismas”.

Entre Hume, Fodor y Kahneman hay nexos. Por ejemplo, pioneros como el matemático Alan Mathison Turing –artífice de la lógica abstracta, 1935- o el lingüista Noam Chomsky, autor de la teoría sobre la sintaxis universal (1953).

Pero, a diferencia de esos predecesores o de Fodor, los neoconductistas y sus nuevos aliados, los neuroeconomistas, toman la parte por el todo. Es decir, reinterpretan empirismo, conductismo y neurología en función del “homo pecuniosus”. En cierto sentido, tratan de cerrar las brechas entre filosofía, historia y economía abiertas por dos contemporáneos de Hume: Adam Smith y Edward Gibbon. Algo similar, pero desde un extremo opuesto, había intentado Karl Marx en el siglo XIX. Ninguno de ellos, claro, identificaba al inversor bursátil o financiero con el hombre mismo.

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