¿Podría Estados Unidos atacar por tierra y ocupar Irán? No

Hipotéticos ataques norteamericanos a Irán no abandonan los medios desde hace meses. Algunos creen que George W.Bush y Richard Cheney quisieran hacerlo antes de entregar la Casa Blanca, o sea en los próximos trece meses y medio.

1 noviembre, 2007

A juicio del analista estratégico George Friedman, muy vinculado al elenco estable del Pentágono, nadie sabe si este gobierno planea algo en serio o sólo quiere intimidar a Tehrán. Las incógnitas requieren examinar cómo sería un ataque, dados los fines o recursos estadounidenses y considerando potenciales reacciones iraníes. Pero antes sería pertinente discutir capacidades y resultados pretendidos.

En lo tocante a resultados, ¿qué espera lograr EE.UU.? La respuesta genérica es simple. Tras el 11 de septiembre de 2001, a la sazón, Washington lanzó una serie de réplicas contra el mundo islámico para quebrar al-Qa’eda y demonizar esa religión. También se buscó desestabilizar otros reductos musulmanes, una obsesión del gobierno republicano. La aparente declinación del radicalismo sunní (excepto al-Qa’eda/grupo talibán) pone hoy en primer plano la Shi’á en Irán.

Pero existen tres problemas. Primero, EE.UU, tiene con Irán una relación mucho más vieja y compleja que con al-Qa’eda. Tehrán apoyó los ataques –también rusos- contra los talibán-ul-jaq (guerrillas populares) afganos. Segundo, la “gran estrategia” implica aniquilar el radicalismo islámico, pero debe mantener dos equilibrio: entre sunníes-shi’íes y musulmanes árabes/no árabes.

El tercer problema reside en que todo depende de la capacidad militar norteamericana.Entonces ¿cuales serían las metas de un ataque? Tres, no mutuamente exclusivas:

1. Eliminar el programa nuclear.
2. Debilitar la infraestructura interna, inclusive política, y forzar un cambio de régimen favorable a los intereses estadounidenses.
3. Usar ataques o amagues para modificar la conducta iraní en Iraq, Líbano y otras zonas.

Cabe notar una opción no viable: la invasión por tierra. Washington simplemente carece de tropas necesarias para ocupar 1.600.000 km2, dos veces Turquía y más de tres veces Iraq. Igual sucede con Afganistán (650.000 km2). Por ende, sería preciso respaldarse en fuerzas aeronavales.

La destrucción de instalaciones atómicas sería fácil, suponiendo que la inteligencia estadounidense e israelí tenga idea clara de su ubicación y los centros no sean ya invulnerables a ataques convencionales. Por otra parte, la contigüidad con aliados de EE.UU. y Rusia descarta bombardeos atómicos, debido a la contaminación radiactiva en un amplio arco alrededor de los objetivos.

En verdad, la idea de ataques no seduce a Friedman. Primero, Irán parece a varios años de alcanzar capacidad de producir y guiar armas nucleares, algo que sí tenía Norcorea. Segundo, Tehrán bien podría –como el reino eremita- trocar su programa atómico por beneficios y concesiones en otros planos, especialmente Iraq. Pero eso exige otro ocupante en la Casa Blanca. Aparte, aun sin instalaciones nucleares, Irán no perderia influencia en aquel país, Líbano, etc. Por tanto una ofensiva sólo contra el aparato atómico carecería de sentido práctico.

Eso deja una campaña mucho más amplia por aire y mar, con cuatro componentes potenciales:

1. Ataques a refinerías petroleras.
2. Ataques contra la infraestructura militar.
3. Ataques contra líderes políticos y religiosos.
4. Bloqueo y sanciones.

Analizando cada punto en orden inverso, es obvio que EE.UU. tiene capacidad de bloquear la importación de refinados, insumos, alimentos y otros productos. Pero no podrá imponer un bloqueo por tierra. Por ejemplo, Washington mismo trepidará en capturar naves de países (Rusia, China, India, Unión Europea, casi toda Latinoamérica) que no respeten el embargo. Todos saben que la presencia militar norteamericana es una línea tan larga como delgada. Por otro lado, un bloqueo total presume que Irán esté aislado, pero -como ocurre con Cuba- no es así. En último término, el país viene preparándose desde hace años para lo peor y es difícil que se venga abajo.

En cuanto a liquidar la clase gobernante, exige datos de inteligencia refinados sobre ubicación de los dirigentes en determinado momento. Israel y Siria pueden apelar a asesinatos selectivos en Libano-Palestina porque se trata de 30.000 km2 o menos.

La segunda opción es un asalto contra el aparato militar. Pero Irán se respalda esencialmente en una infantería concebida para control interno y operaciones en suelo montañoso o desiertos, típicos de sus fronteras terrestres. Una vez lanzadas las operaciones estadounidenses, pronto acabaran en ataques sobre la población en general, como en Vietnam o Somalía.

A criterio de Friedman, los persas bien pueden perdee infraestructura técnica y transferir la cadena de mandos a niveles locales. No es probable un colapso de las fuerzas armadas, como lo prueba la guerra con Iraq (1980/88), ni la pérdida de control en el interior o las fronteras.

Eso deja la alternativa de un asalto directo por aire contra la infraestructura económica e industrial. Si bien parece el camino más promisorio, tiene diversos antecedentes y, en verdad, sólo tuvo éxito en dos instancias: Japón (1944/5) y Kósovo a fines del siglo XX. En el primer caso, dos bombas atómicas sobre ciudades abiertas forzaron la rendición del imperio. En cuanto a Kósovo, fue más un triunfo diplomático europeo que una victoria militar.

Sin la menor duda, los norteamericanos pueden infringir enormes daños económicos, pero la historia señala que esas acciones consolidan la identificación de la gente con el gobierno atacado en su territorio. Por lo mismo, el público estadounidense suele acabar rechazando guerras remotas, como sucede en este momento. En un plano más prosaico, unacampaña en toda la línea contra el cuarto exportador petrolero del mundo sacaría de mecaro unos cuatro millones de barriles diarios, en momento cuando los superan los US$ 90 y se acercan al máximo en dólares constantes (105/110).

Finalmente, debe considerarse una respuesta iraníque será clásicamente asimétrica. Primero, se complicará la situación de las fuerzas ocupantes en Iraq, ya bajo amenaza de invasión turca sobre el noreste kurdo. Los iraníes también intentarán bloquear, vía guerrillas majdíes (shiitas), suministros kuweitíes a Bagdad y la zona central. ¿Es de interés nacional para Washington dedicar fondos, tiempo, recursos humanos y esfuerzos para atacar, ocupar o destruir Irán? No, salvo en la óptica de Bush y Cheney.

A juicio del analista estratégico George Friedman, muy vinculado al elenco estable del Pentágono, nadie sabe si este gobierno planea algo en serio o sólo quiere intimidar a Tehrán. Las incógnitas requieren examinar cómo sería un ataque, dados los fines o recursos estadounidenses y considerando potenciales reacciones iraníes. Pero antes sería pertinente discutir capacidades y resultados pretendidos.

En lo tocante a resultados, ¿qué espera lograr EE.UU.? La respuesta genérica es simple. Tras el 11 de septiembre de 2001, a la sazón, Washington lanzó una serie de réplicas contra el mundo islámico para quebrar al-Qa’eda y demonizar esa religión. También se buscó desestabilizar otros reductos musulmanes, una obsesión del gobierno republicano. La aparente declinación del radicalismo sunní (excepto al-Qa’eda/grupo talibán) pone hoy en primer plano la Shi’á en Irán.

Pero existen tres problemas. Primero, EE.UU, tiene con Irán una relación mucho más vieja y compleja que con al-Qa’eda. Tehrán apoyó los ataques –también rusos- contra los talibán-ul-jaq (guerrillas populares) afganos. Segundo, la “gran estrategia” implica aniquilar el radicalismo islámico, pero debe mantener dos equilibrio: entre sunníes-shi’íes y musulmanes árabes/no árabes.

El tercer problema reside en que todo depende de la capacidad militar norteamericana.Entonces ¿cuales serían las metas de un ataque? Tres, no mutuamente exclusivas:

1. Eliminar el programa nuclear.
2. Debilitar la infraestructura interna, inclusive política, y forzar un cambio de régimen favorable a los intereses estadounidenses.
3. Usar ataques o amagues para modificar la conducta iraní en Iraq, Líbano y otras zonas.

Cabe notar una opción no viable: la invasión por tierra. Washington simplemente carece de tropas necesarias para ocupar 1.600.000 km2, dos veces Turquía y más de tres veces Iraq. Igual sucede con Afganistán (650.000 km2). Por ende, sería preciso respaldarse en fuerzas aeronavales.

La destrucción de instalaciones atómicas sería fácil, suponiendo que la inteligencia estadounidense e israelí tenga idea clara de su ubicación y los centros no sean ya invulnerables a ataques convencionales. Por otra parte, la contigüidad con aliados de EE.UU. y Rusia descarta bombardeos atómicos, debido a la contaminación radiactiva en un amplio arco alrededor de los objetivos.

En verdad, la idea de ataques no seduce a Friedman. Primero, Irán parece a varios años de alcanzar capacidad de producir y guiar armas nucleares, algo que sí tenía Norcorea. Segundo, Tehrán bien podría –como el reino eremita- trocar su programa atómico por beneficios y concesiones en otros planos, especialmente Iraq. Pero eso exige otro ocupante en la Casa Blanca. Aparte, aun sin instalaciones nucleares, Irán no perderia influencia en aquel país, Líbano, etc. Por tanto una ofensiva sólo contra el aparato atómico carecería de sentido práctico.

Eso deja una campaña mucho más amplia por aire y mar, con cuatro componentes potenciales:

1. Ataques a refinerías petroleras.
2. Ataques contra la infraestructura militar.
3. Ataques contra líderes políticos y religiosos.
4. Bloqueo y sanciones.

Analizando cada punto en orden inverso, es obvio que EE.UU. tiene capacidad de bloquear la importación de refinados, insumos, alimentos y otros productos. Pero no podrá imponer un bloqueo por tierra. Por ejemplo, Washington mismo trepidará en capturar naves de países (Rusia, China, India, Unión Europea, casi toda Latinoamérica) que no respeten el embargo. Todos saben que la presencia militar norteamericana es una línea tan larga como delgada. Por otro lado, un bloqueo total presume que Irán esté aislado, pero -como ocurre con Cuba- no es así. En último término, el país viene preparándose desde hace años para lo peor y es difícil que se venga abajo.

En cuanto a liquidar la clase gobernante, exige datos de inteligencia refinados sobre ubicación de los dirigentes en determinado momento. Israel y Siria pueden apelar a asesinatos selectivos en Libano-Palestina porque se trata de 30.000 km2 o menos.

La segunda opción es un asalto contra el aparato militar. Pero Irán se respalda esencialmente en una infantería concebida para control interno y operaciones en suelo montañoso o desiertos, típicos de sus fronteras terrestres. Una vez lanzadas las operaciones estadounidenses, pronto acabaran en ataques sobre la población en general, como en Vietnam o Somalía.

A criterio de Friedman, los persas bien pueden perdee infraestructura técnica y transferir la cadena de mandos a niveles locales. No es probable un colapso de las fuerzas armadas, como lo prueba la guerra con Iraq (1980/88), ni la pérdida de control en el interior o las fronteras.

Eso deja la alternativa de un asalto directo por aire contra la infraestructura económica e industrial. Si bien parece el camino más promisorio, tiene diversos antecedentes y, en verdad, sólo tuvo éxito en dos instancias: Japón (1944/5) y Kósovo a fines del siglo XX. En el primer caso, dos bombas atómicas sobre ciudades abiertas forzaron la rendición del imperio. En cuanto a Kósovo, fue más un triunfo diplomático europeo que una victoria militar.

Sin la menor duda, los norteamericanos pueden infringir enormes daños económicos, pero la historia señala que esas acciones consolidan la identificación de la gente con el gobierno atacado en su territorio. Por lo mismo, el público estadounidense suele acabar rechazando guerras remotas, como sucede en este momento. En un plano más prosaico, unacampaña en toda la línea contra el cuarto exportador petrolero del mundo sacaría de mecaro unos cuatro millones de barriles diarios, en momento cuando los superan los US$ 90 y se acercan al máximo en dólares constantes (105/110).

Finalmente, debe considerarse una respuesta iraníque será clásicamente asimétrica. Primero, se complicará la situación de las fuerzas ocupantes en Iraq, ya bajo amenaza de invasión turca sobre el noreste kurdo. Los iraníes también intentarán bloquear, vía guerrillas majdíes (shiitas), suministros kuweitíes a Bagdad y la zona central. ¿Es de interés nacional para Washington dedicar fondos, tiempo, recursos humanos y esfuerzos para atacar, ocupar o destruir Irán? No, salvo en la óptica de Bush y Cheney.

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