Petraeus y Pakistán: ¿guerra civil propia o junto a Afganistán?

Meses atrás, al-Qa’eda ordenaba el asesinato de Benadzir Bhutto. Esto significa que la crisis pakistana formaba parte de la guerra civil afgana. Poner al general David Petraeus en el comando regional simplemente lo confirma.

27 abril, 2008

La hipocresía del general Pervez Musharraf y sus maniobras para retener el poder pueden acabar en un régimen fundamentalista tipo talibán. O en la división de un país en realidad artificial, inventado recién en 1947, que atraviesa la peor crisis desde la guerra de 1971 con India.

Mucho antes que Irak, Afganistán –hasta 1895, controlaba Baluchistán hasta el mar de Omán- ha frustrado desde 1838 a ingleses, rusos y ahora norteamericanos, que se estrellan entre sus montañas. Lo que ocurre en Pakistán es historia también, aunque menos vieja.

Hace cuatro años, una violenta ofensiva de Islamabad sobre áreas talibán en la frontera pakiafgana inició la guerra abierta. En otras palabras, Pakistán –un país inventado sexagenario- irrumpió en el complejo ajedrez de Afganistán, que lleva siglos. Guerrillas de habla pashtún amenazan Peshawar, clave de la ruta entre Rawalpindi (otra capital paki, donde mataron a Bhutto) y el legendario paso de Jaiber, clave de una historia que viene de lejos. Ahí Alejandro III de Macedonia tuvo que detenerse en el siglo IV antes de la era común.

Mucho después, en 1938, el alto mando británico concluyó que cien años de esfuerzos habían sido inútiles para retener Kabul, Kandahar y Herat, las principales plazas fuertes afganas. Una aventura iniciada por Alexander Burnes (1831) desató la primera guerra angloafgana en 1838. Era en realidad un intento de asegurar la frontera noroccidental india, la misma que separa hoy Pakistán de Afganistán y sirve de santuario para al-Qa’eda.

Hacia 1830, la férula (raj) británica había llegado a la frontera noroeste de India, donde perdió la primera guerra angloafgana (1838/57). Los dos siguientes, 1879/81 y 1919/23, fueron nuevos desastres. Entretanto, los rusos fracasaban en 1885, 1896 y 1907. El problema era simple: los montañeses de habla irania –mayoría-, turca y mongol viven en perfecta anarquía, pero se unen cada vez que alguna potencia externa no musulmana trata de domeñarlos. Sus reductos están entre montañas de 4.000 metros para arriba.

La invasión soviética de 1975 (coincidente con la evacuación norteamericana de Vietnam) fue un completo fiasco. Pero generó dos grupos, los talibán y al Qa’eda, armados y sostenidos por Estados Unidos y Saudiarabia. La actual intervención norteamericana sigue ese camino, con un agravante: las guerrillas afganas han hecho pie en Pakistán noroccidental (hoy en manos de un régimen tambaleante) y los aliados de EE.UU. no aguantarán mucho tiempo más. Para no hablar de las incursiones guerrilleras en la parte india de Cachemira, al noreste del Jaiber.

Pero surge otro factor: a diferencia de Irán, Pakistán tiene desde hace rato armas nucleares. Musharraf –en el poder desde 1999- puede desencadenar la guerra civil y dejar a Estados Unidos sin su única ficha en el tablero regional. Ese cuadro afronta Petraeus, tras dejar Irak sumido en una guerra imposible.

La hipocresía del general Pervez Musharraf y sus maniobras para retener el poder pueden acabar en un régimen fundamentalista tipo talibán. O en la división de un país en realidad artificial, inventado recién en 1947, que atraviesa la peor crisis desde la guerra de 1971 con India.

Mucho antes que Irak, Afganistán –hasta 1895, controlaba Baluchistán hasta el mar de Omán- ha frustrado desde 1838 a ingleses, rusos y ahora norteamericanos, que se estrellan entre sus montañas. Lo que ocurre en Pakistán es historia también, aunque menos vieja.

Hace cuatro años, una violenta ofensiva de Islamabad sobre áreas talibán en la frontera pakiafgana inició la guerra abierta. En otras palabras, Pakistán –un país inventado sexagenario- irrumpió en el complejo ajedrez de Afganistán, que lleva siglos. Guerrillas de habla pashtún amenazan Peshawar, clave de la ruta entre Rawalpindi (otra capital paki, donde mataron a Bhutto) y el legendario paso de Jaiber, clave de una historia que viene de lejos. Ahí Alejandro III de Macedonia tuvo que detenerse en el siglo IV antes de la era común.

Mucho después, en 1938, el alto mando británico concluyó que cien años de esfuerzos habían sido inútiles para retener Kabul, Kandahar y Herat, las principales plazas fuertes afganas. Una aventura iniciada por Alexander Burnes (1831) desató la primera guerra angloafgana en 1838. Era en realidad un intento de asegurar la frontera noroccidental india, la misma que separa hoy Pakistán de Afganistán y sirve de santuario para al-Qa’eda.

Hacia 1830, la férula (raj) británica había llegado a la frontera noroeste de India, donde perdió la primera guerra angloafgana (1838/57). Los dos siguientes, 1879/81 y 1919/23, fueron nuevos desastres. Entretanto, los rusos fracasaban en 1885, 1896 y 1907. El problema era simple: los montañeses de habla irania –mayoría-, turca y mongol viven en perfecta anarquía, pero se unen cada vez que alguna potencia externa no musulmana trata de domeñarlos. Sus reductos están entre montañas de 4.000 metros para arriba.

La invasión soviética de 1975 (coincidente con la evacuación norteamericana de Vietnam) fue un completo fiasco. Pero generó dos grupos, los talibán y al Qa’eda, armados y sostenidos por Estados Unidos y Saudiarabia. La actual intervención norteamericana sigue ese camino, con un agravante: las guerrillas afganas han hecho pie en Pakistán noroccidental (hoy en manos de un régimen tambaleante) y los aliados de EE.UU. no aguantarán mucho tiempo más. Para no hablar de las incursiones guerrilleras en la parte india de Cachemira, al noreste del Jaiber.

Pero surge otro factor: a diferencia de Irán, Pakistán tiene desde hace rato armas nucleares. Musharraf –en el poder desde 1999- puede desencadenar la guerra civil y dejar a Estados Unidos sin su única ficha en el tablero regional. Ese cuadro afronta Petraeus, tras dejar Irak sumido en una guerra imposible.

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