<p>Esta condena al extinto consenso de Washington (1989) figura en “Crisis económica mundial: fallas sistémicas y remedios multilaterales”, un trabajo de 60 páginas distribuido por la Conferencia de Naciones Unidas sobre Comercio y Desarrollo (CNUCyD, en inglés UNCTAD). En el cono sur fue saludado con un hondo silencio.<br />
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A criterio de la entidad, ciertos efectos de la crisis sistémica de 2006/09 desatada en las economías centrales “tienen alcance mundial. Su dinámica resulta de las fallas en desregulación local e internacional, los persistentes desequilibrios por falta de un sistema monetario común y las hondas inconsistencias en políticas comerciales”. A ellos se añaden los vaivenes de euro. <br />
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Sin duda, se apunta a dos entidades multilaterales: Fondo Monetario Internacional y Organización Mundial de Comercio (FMI, OMC). Para no mencionar a la “gran espectadora muda”, la comisión económica para América latina y el Caribe (Cepal).<br />
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En esas condiciones, la tarea esencial es “quebrar la espiral descendiente de los precios de activos, influida por la demanda en contracción, y recomponer la capacidad prestadora del sector bancario”. Vale decir, “dar crédito orientado a la inversión productiva, el crecimiento económico –en términos de producto bruto interno- y evitar a deflación de valores”. <br />
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El informe no ahorra ni diluye críticas. “La fe ciega en la eficacia de los mercados no regulados y la ausencia de un sistema monetario apoyado en la cooperación fue fatal. Creó la ilusión de que las especulaciones en diversos segmentos podían dar ganancias inagotables y otorgaban patente para el derroche”.<br />
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Se trataba, en suma, de una ficción virtual, donde el dinero se reinventaba a sí mismo vía instrumentos tan complejos o volátiles como los derivativos y la transacciones de alta frecuencia. Los grandes bancos centrales y el FMI no querían ver la realidad que sólo señalaban economistas sistémicos o el comité de Basilea (Banco de Ajustes Internacionales). Era esa “muerte del dinero real” anunciada por Joel Kurtzman (1993) y antes vinculada a la especulación pura por Charles Kindleberger (1989).<br />
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“Tanta disfunción sistémica –apunta la CNUCyD- sólo puede subsanarse mediante una reforma completa que recobre la regulación y donde se confiera papel decisivo a los gobiernos”. Esto es, al sector público, no a banqueros responsables. “Contra la opinión de la sapiencia convencional, el estado está en mejores condiciones de medir y evaluar movimiento de precios en los mercados objetos de las especulación financiera, sobre todo los de futuros y opciones. Los gobiernos, claro, no deben vacilar en intervenir si vislumbran desequilibrios importantes”. Máxime desde 2008, cuando Estados Unidos sed lanzó estatizar bancos en aprietos.<br />
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El peso creciente de inversores en gran escala, dentro de los mercados a término de insumos básicos, afectó sus valores y aumentó la volatilidad subyacente. “En lapsos de auge económico, como el prevaleciente hasta 2006, se generaron burbujas especulativas en intangibles, que han estallado tras el colapso de las malas hipotecas y han hecho proliferar los activos tóxicos”.</p>
<p>Por ende, los reguladores -prescribe el documento- deben “obtener datos más completos sobre las transacciones, para entender qué factores definen en cada momento los movimientos de precios. Esto les permitirá intervenir ante operaciones problemáticas y cubrir hueco normativos fundamentales, impidiendo que los abusos en mercados extrabursátiles no regulados -el de derivativos es uno- lleven a la especulación desmedida”. La reforma financiera aprobada por el Senado estadounidense apunta en ese sentido.</p>
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No sólo la UN ha sepultado el consenso de Washington
El laissez faire de los principios de este siglo -fundamentalismo de mercado- fracasó. La desregulación acumuló riesgos que hoy, como en la Unión Europea, se subsanan con deflación o sobreendeudamiento y sólo pueden contrarrestarse vía nueva deuda.