Naciones Unidas, un programa y sobornos empresarios a Saddam

Unas 4.500 compañías participaron en el programa de la ONU “alimentos por petróleo”. Más de la mitad (2.300) se comprometieron en fraudes, pagaron sobreprecios y sobornaron a Husein. Pero esto no es nuevo en gran parte del mundo.

31 octubre, 2005

Ha tomado estado público el informe final de la comisión independiente encargada de investigar uno de los mayores casos de corrupción masiva en el globo. No sorprende que aparezcan al frente empresas de Rusia, donde la venalidad forma parte de una historia de siglos. De hecho, el régimen comunista fue menos corrupto -en ese plano- que los zares y los gobiernos posteriores a 1990.

Sigue Francia, cuya larga experiencia colonial en África le ha creado hábitos “ultramarinos” nada saludables. Por supuesto, puede objetarse que el jefe de la comisión provenga de Estados Unidos, cuyas petroleras –siguiendo el ejemplo británico, justamente en Irak e Irán- no han vacilado ante el soborno o las intrigas políticas para asegurarse negocios en el ex “tercer mundo”. Se trata de Paul Volcker, respetado antecesor de Alan Greenspan al mando del Sistema de Reserva Federal.

Los hallazgos del comité se resumen en el quinto y último informe elevado a Kofi Annan, presidente de la ONU, cuyo hijo mayor tiene una rica historia de venalidad en el mejor estilo africano. El documento sostiene que unas 2.300 firma de sesenta países lograron eludir contralores de la propia organización y obtener ganancias ilícitas para sì y para el clan tikrití (su jefe es Saddam mismo).

La versión final del trabajo, dando nombres, se difundía por Internet a partir del viernes pasado. Pero, según trascendió en medios europeos y japoneses, Rusia, Kadzajstán, Türkmenistán, Uzbekistán, Tadyikistán, Angola, Nigeria, Argelia y algunos grupos sectoriales trataban de bloquear el texto. Otros, como Halliburton, el Pentágono y algunas petroleras grandes presionaban –vía publicitaria, en varios casos- para impedir que el texto completo llegase al público. Cabe señalar que varios casos involucran a funcionarios y empresarios en apariencia ajenos a Irak mismo.

A diferencia de los informes previos, éste se centra en personas físicas y jurídicas que sacaron beneficios y cómo lo hicieron, aun sin habérselo propuesto específicamente. Como era imposible describir al detalle miles de casos, se seleccionaron cuarenta ejemplos. Aún así, figuran nombres tan relevantes como la ex Yukos, Yuganskñeftgaz, Lukol. el ENI italiano, Halliburton, Enron, ChevronTexaco, Aramco, Exxon Mobil, Elf (francesa), Petrovén, etc.

Volcker estima que, si bien la atención de los medios se enfoca en “maquinaciones y sobornos de alcance internacional”, el objeto real de las investigaciones es otro. “Debemos subrayar la necesidad de reformas drásticas en la propia ONU. La entidad ha sido responsable de programas cuyos gastos eran malversados o cuyas metas fueron tergiversadas por una burocracia ineficaz y poco transparente”.

Volcker apunta a una hecho clave: “Aun mirando desde fuera, resulta sospechoso que semejante sistema de corrupción se mantuviese tantos años sin que nadie, dentro de la ONU, abriese la boca”. En este plano y antes de asumir como presidente del Banco Internacional de Reconstrucción y Fomento (Banco Mundial), el ultraconservador Paul Wolfowitz vinculaba la “venalidad sistémica” de la organización a una “burocraria está dominada por gente en cuyos países impera la corrupción”.

En cuanto al programa “alimentos por petróleo”, las maniobras iban de inventar sociedades fantasmas para desviar fondos y pagar coimas a gobiernos enteros. No sólo el de Saddam. Esto involucró compañías internacionales y otras, muy conocidas en sus respectivos países, con larga historia en cuanto a sobornar funcionarios para obtener contratos o inflar utilidades.

Por supuesto, Saddam era la estrella de las investigaciones, pues recibió US$ 1.800 millones en dinero ilícito. Casi todo, entre 1996 y 2002. Pero buena parte de las culpas le cabe a la ONU, “por entregar el programa a un management inepto y corrupto. Por ejemplo, el ex director del programa –Benon Sevan- también cobraba sobornos para repartir contratos.

A diferencia de otras muestras de venalidad en la ONU (por ejemplo, “expertos” en lucha contra el hambre que cobran cada uno hasta US$ 10.000 mensuales sólo por hacer turismo), el programa cifrado en Irak movía una suma muy alta: US$ 64.000 millones. Otro factor cuestionable es haberlo puesto en órbita del consejo de Seguridad. El ente carecía de experiencia en supervisar un proyecto que trocaba exportaciones de crudos por alimentos destinados a Bagdad. Todo con un peligroso grado de intermediación.

“Alguien como Volcker debió haber estado desde el principio a cargo del contralor ejecutivo. No después del final y sólo para evaluar el desastre”. Asì señala el “Financial Times”. Pero ¿qué podía haber hecho, si Francia y Rusia vetaban en el consejo toda propuesta para investigar el destino de los fondos? Naturalmente, París y Moscú operaban para sus propias empresas, algo que París hace –con bastante desparpajo- en otros sectores.

Por otra parte, existían antes del programa condiciones aptas para maniobras ilícitas de largo alcance. Durante varios años antes de 1996, el contrabando de petróleo iraquí implicaba considerables volúmenes y beneficiaba a aliados de Estados Unidos (para no hablar de compañías norteamericanas). Por ejemplo, Kuwait, Saudiarabia, Bahréin, Qatar, Jordania y la Unión de Emiratos Àrabes. El informne final calcula en casi US$ 11.000 millones el monto de esas operaciones ilícitas, desde 1992 hasta antes del programa.

Notificadas las empresas aludidas en el trabajo, poco antes de su publicación, sus reacciones van de la total negativa a la total admisión de culpas. Como ya es común en los grandes escándalos, la mayoría sostuvo no haber tenido conocimiento previo de tantas irregularidades. Ante ello, Volcker les recordó que la comisión no tiene facultades ejecutivas, pero su informe servirá para abrir procesos judiciales en varios países. No, claro, los feudos de la península arábiga, Rusia, Bielorusia ni las dictaduras poscomunistas de Asia central.

Ha tomado estado público el informe final de la comisión independiente encargada de investigar uno de los mayores casos de corrupción masiva en el globo. No sorprende que aparezcan al frente empresas de Rusia, donde la venalidad forma parte de una historia de siglos. De hecho, el régimen comunista fue menos corrupto -en ese plano- que los zares y los gobiernos posteriores a 1990.

Sigue Francia, cuya larga experiencia colonial en África le ha creado hábitos “ultramarinos” nada saludables. Por supuesto, puede objetarse que el jefe de la comisión provenga de Estados Unidos, cuyas petroleras –siguiendo el ejemplo británico, justamente en Irak e Irán- no han vacilado ante el soborno o las intrigas políticas para asegurarse negocios en el ex “tercer mundo”. Se trata de Paul Volcker, respetado antecesor de Alan Greenspan al mando del Sistema de Reserva Federal.

Los hallazgos del comité se resumen en el quinto y último informe elevado a Kofi Annan, presidente de la ONU, cuyo hijo mayor tiene una rica historia de venalidad en el mejor estilo africano. El documento sostiene que unas 2.300 firma de sesenta países lograron eludir contralores de la propia organización y obtener ganancias ilícitas para sì y para el clan tikrití (su jefe es Saddam mismo).

La versión final del trabajo, dando nombres, se difundía por Internet a partir del viernes pasado. Pero, según trascendió en medios europeos y japoneses, Rusia, Kadzajstán, Türkmenistán, Uzbekistán, Tadyikistán, Angola, Nigeria, Argelia y algunos grupos sectoriales trataban de bloquear el texto. Otros, como Halliburton, el Pentágono y algunas petroleras grandes presionaban –vía publicitaria, en varios casos- para impedir que el texto completo llegase al público. Cabe señalar que varios casos involucran a funcionarios y empresarios en apariencia ajenos a Irak mismo.

A diferencia de los informes previos, éste se centra en personas físicas y jurídicas que sacaron beneficios y cómo lo hicieron, aun sin habérselo propuesto específicamente. Como era imposible describir al detalle miles de casos, se seleccionaron cuarenta ejemplos. Aún así, figuran nombres tan relevantes como la ex Yukos, Yuganskñeftgaz, Lukol. el ENI italiano, Halliburton, Enron, ChevronTexaco, Aramco, Exxon Mobil, Elf (francesa), Petrovén, etc.

Volcker estima que, si bien la atención de los medios se enfoca en “maquinaciones y sobornos de alcance internacional”, el objeto real de las investigaciones es otro. “Debemos subrayar la necesidad de reformas drásticas en la propia ONU. La entidad ha sido responsable de programas cuyos gastos eran malversados o cuyas metas fueron tergiversadas por una burocracia ineficaz y poco transparente”.

Volcker apunta a una hecho clave: “Aun mirando desde fuera, resulta sospechoso que semejante sistema de corrupción se mantuviese tantos años sin que nadie, dentro de la ONU, abriese la boca”. En este plano y antes de asumir como presidente del Banco Internacional de Reconstrucción y Fomento (Banco Mundial), el ultraconservador Paul Wolfowitz vinculaba la “venalidad sistémica” de la organización a una “burocraria está dominada por gente en cuyos países impera la corrupción”.

En cuanto al programa “alimentos por petróleo”, las maniobras iban de inventar sociedades fantasmas para desviar fondos y pagar coimas a gobiernos enteros. No sólo el de Saddam. Esto involucró compañías internacionales y otras, muy conocidas en sus respectivos países, con larga historia en cuanto a sobornar funcionarios para obtener contratos o inflar utilidades.

Por supuesto, Saddam era la estrella de las investigaciones, pues recibió US$ 1.800 millones en dinero ilícito. Casi todo, entre 1996 y 2002. Pero buena parte de las culpas le cabe a la ONU, “por entregar el programa a un management inepto y corrupto. Por ejemplo, el ex director del programa –Benon Sevan- también cobraba sobornos para repartir contratos.

A diferencia de otras muestras de venalidad en la ONU (por ejemplo, “expertos” en lucha contra el hambre que cobran cada uno hasta US$ 10.000 mensuales sólo por hacer turismo), el programa cifrado en Irak movía una suma muy alta: US$ 64.000 millones. Otro factor cuestionable es haberlo puesto en órbita del consejo de Seguridad. El ente carecía de experiencia en supervisar un proyecto que trocaba exportaciones de crudos por alimentos destinados a Bagdad. Todo con un peligroso grado de intermediación.

“Alguien como Volcker debió haber estado desde el principio a cargo del contralor ejecutivo. No después del final y sólo para evaluar el desastre”. Asì señala el “Financial Times”. Pero ¿qué podía haber hecho, si Francia y Rusia vetaban en el consejo toda propuesta para investigar el destino de los fondos? Naturalmente, París y Moscú operaban para sus propias empresas, algo que París hace –con bastante desparpajo- en otros sectores.

Por otra parte, existían antes del programa condiciones aptas para maniobras ilícitas de largo alcance. Durante varios años antes de 1996, el contrabando de petróleo iraquí implicaba considerables volúmenes y beneficiaba a aliados de Estados Unidos (para no hablar de compañías norteamericanas). Por ejemplo, Kuwait, Saudiarabia, Bahréin, Qatar, Jordania y la Unión de Emiratos Àrabes. El informne final calcula en casi US$ 11.000 millones el monto de esas operaciones ilícitas, desde 1992 hasta antes del programa.

Notificadas las empresas aludidas en el trabajo, poco antes de su publicación, sus reacciones van de la total negativa a la total admisión de culpas. Como ya es común en los grandes escándalos, la mayoría sostuvo no haber tenido conocimiento previo de tantas irregularidades. Ante ello, Volcker les recordó que la comisión no tiene facultades ejecutivas, pero su informe servirá para abrir procesos judiciales en varios países. No, claro, los feudos de la península arábiga, Rusia, Bielorusia ni las dictaduras poscomunistas de Asia central.

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