Más acusaciones y escándalos salpican a Bush y la Casa Blanca

Un duro informe parlamentario sobre Katrina se suma a declaraciones de Jack Abramoff, Lewis Libby –ex asesor de Richard Cheney- y Michael Brown, ex jefe de emergencias. En aprietos, el gobierrno hace circular un plan para atacar Irán.

14 febrero, 2006

Deposiciones de Abramoff y Libby en sede judicial amenazan a Bush y al vicepresidente. Su ex jefe de gabinete fue despedido porque hizo revelar vía medios la identidad de Valerie Plame, agente encubierta de la CIA que espiaba a su esposo –ex diplomático- por cuenta de Cheney mismo.

Pero, esta vez, se trata de admisiones ante un gran jurado que investiga las explicaciones esgrimidas por Bush y Cheney para justificar la invasión a Irak. Libby no vaciló en vincular ese plan con el caso “Plamegate”, afirmando haber actuado en todos los casos según órdenes superiores, lo cual implica al vicepresidente, de quien dependía.

En paralelo, Paul Pillar –ex director de la CIA para operaciones en Bagdad- acusó al presidente de “atacar Irak contra las recomendaciones del Pentágono, la secretaría de Estado y la comunidad de inteligencia”. De paso, explicó que Washington había inducido a Tony Blair, primer ministro británico, a apoyar los falsos pretextos de la Casa Blanca y sumarse a “una guerra sin salida a la vista”. El “Plamegate” formaba parte de esas intrigas.

Por su parte, Abramoff, un “lobbyista” turbio, confesó –y luego se lo dijo vía correo electrónico a un periodista- haber corrompido políticos y legisladores con dinero de empresarios. También reveló “una docena de reuniones con Bush en el salón oval y el rancho familiar de Tejas”. Abramoff está siendo procesado por malversación de aportes electorales y lavado de dinero, en complicidad con el diputado republicano Thomas DeLay (obligado a renunciar como jefe de bancada), operador clave de Bush en el congreso.

A tres escándalos (Abramoff, “Plamegate”, mentiras sobre el arsenal nuclear iraquí) se sumó, inesperadamente, la denuncia de Michael Brown ante un comité senatorial. En enérgicas declaraciones que salieron en directo por la TV mundial –salvo CNN y Fox, claro-, el ex jefe de emergencias reveló que Bush había conocido el colapso de diques y el anegamiento de Nueva Orleáns “al momento de ocurrir, no un día después, como les mintió a todos. Me hicieron chivo emisario porque la secretaría de Seguridad nacional sólo prestaba a atención a presuntos riesgos terroristas y su rédito político, no a catástrofes naturales”.

Encarando a un senador republicano, que quedó en postura desairada, Brown calificó los dichos oficiales de “falsos y tontos”. El huracán Katrina, sostuvo, “puso en evidencia una burocracia cara, lenta e inservible. Bush fue informado el lunes 29 de agosto a las 8:30 hora local, no al día siguiente”. Lo malo del asunto es que, poco antes de estas revelaciones, el “New York Times” publicó documentos que las probaban.

El lunes 13, el congreso difundía el informe adelantado por la prensa, donde acusa a George W.Bush y su gobierno de “haber fracaso en la respuesta a las crisis de los huracanes”. Junto con dos documentos independientes, se responsabiliza a Washington por “una clara falta de liderazgo, que costó vidas, viviendas y miles de millones”.

Por suopuesto, los cargos se centran en la secretaría de Seguridad interna (manejada por Michael Chertoff, amigo de Cheney y Rumsfeld) y su agencia de emergencias federales, donde actuaba Brown. Pero los tres informnas resaltan el “mal papel del presidente, los gobiernos locales y muchas empresas grandes”. Las críticas aluden a “lentitud administrativa, ineficacia malgasto de dineros públicos”. Este detalle fue revelado por contraloría general de cuentas.

Como si todo eso fuera poco, el martes un comité de once legisladores produjo otro informe, esta vez referido a “graves fallas inmediatamente posteriores a Katrina, como si no hubiese existido la experiencia de septiembre de 2001”. Poco antes, Chertoff mismo admitió que varias “algunas” acusaciones formuladas por Brown.

“Esta administración se encamina a algo peor que Watergate”, opinaban dos senadores integrantes del panel ante cual había expuesto Brown. Entretanto, éste iniciaba acciones judiciales contra Seguridad interna y la oficina ejecutiva del presidente. Laura Bush no había logrado hacerlo desistir. La combinación de cuatro escándalos, fracasos en política exterior y año de elecciones parlamentarias genera ya presiones por la renuncia de Cheney y Donald Rumsfeld (en su caso, por los contratos otorgados a Halliburton).

Al margen, hubo un síntoma patético, casi ingenuo. Michael Bloomberg, alcalde de Nueva York y hombre de Wall Street, pedía el viernes a los principales operadores olvidar el enorme déficit comercial (US$ 726.000 millones en 2005) y “apoyar al presidente con un cierre positivo”.

El domingo, oportunamente, un medio conservador inglés (el “Sunday Telegraph”) revelaba un plan para atacar con proyectiles nucleares desde submarinos presuntas instalaciones atómicas (y sus áreas) en Irán. Si bien se habla de “solución extrema a adoptar recién hacia 2008”, es clara la intención de crear otra “ola de patriotismo” que frene eventuales juicios políticos a Bush y Cheney.

No parece fácil: también en Londres, la entidad Oxford Research Group sostiene que una ofensiva contra Tehrán “desencadenará otra guerra prolongada en Levante, algo que EE.UU. ya no tiene capacidad política ni estratégica de afrontar”. Se trata de alcanzar por lo menos veinte objetivos, eliminando miles de civiles”. Ni siquiera Israel podría encarar semejante operación, porque “su territorio es mucho menos defendible que el iraní”.

Deposiciones de Abramoff y Libby en sede judicial amenazan a Bush y al vicepresidente. Su ex jefe de gabinete fue despedido porque hizo revelar vía medios la identidad de Valerie Plame, agente encubierta de la CIA que espiaba a su esposo –ex diplomático- por cuenta de Cheney mismo.

Pero, esta vez, se trata de admisiones ante un gran jurado que investiga las explicaciones esgrimidas por Bush y Cheney para justificar la invasión a Irak. Libby no vaciló en vincular ese plan con el caso “Plamegate”, afirmando haber actuado en todos los casos según órdenes superiores, lo cual implica al vicepresidente, de quien dependía.

En paralelo, Paul Pillar –ex director de la CIA para operaciones en Bagdad- acusó al presidente de “atacar Irak contra las recomendaciones del Pentágono, la secretaría de Estado y la comunidad de inteligencia”. De paso, explicó que Washington había inducido a Tony Blair, primer ministro británico, a apoyar los falsos pretextos de la Casa Blanca y sumarse a “una guerra sin salida a la vista”. El “Plamegate” formaba parte de esas intrigas.

Por su parte, Abramoff, un “lobbyista” turbio, confesó –y luego se lo dijo vía correo electrónico a un periodista- haber corrompido políticos y legisladores con dinero de empresarios. También reveló “una docena de reuniones con Bush en el salón oval y el rancho familiar de Tejas”. Abramoff está siendo procesado por malversación de aportes electorales y lavado de dinero, en complicidad con el diputado republicano Thomas DeLay (obligado a renunciar como jefe de bancada), operador clave de Bush en el congreso.

A tres escándalos (Abramoff, “Plamegate”, mentiras sobre el arsenal nuclear iraquí) se sumó, inesperadamente, la denuncia de Michael Brown ante un comité senatorial. En enérgicas declaraciones que salieron en directo por la TV mundial –salvo CNN y Fox, claro-, el ex jefe de emergencias reveló que Bush había conocido el colapso de diques y el anegamiento de Nueva Orleáns “al momento de ocurrir, no un día después, como les mintió a todos. Me hicieron chivo emisario porque la secretaría de Seguridad nacional sólo prestaba a atención a presuntos riesgos terroristas y su rédito político, no a catástrofes naturales”.

Encarando a un senador republicano, que quedó en postura desairada, Brown calificó los dichos oficiales de “falsos y tontos”. El huracán Katrina, sostuvo, “puso en evidencia una burocracia cara, lenta e inservible. Bush fue informado el lunes 29 de agosto a las 8:30 hora local, no al día siguiente”. Lo malo del asunto es que, poco antes de estas revelaciones, el “New York Times” publicó documentos que las probaban.

El lunes 13, el congreso difundía el informe adelantado por la prensa, donde acusa a George W.Bush y su gobierno de “haber fracaso en la respuesta a las crisis de los huracanes”. Junto con dos documentos independientes, se responsabiliza a Washington por “una clara falta de liderazgo, que costó vidas, viviendas y miles de millones”.

Por suopuesto, los cargos se centran en la secretaría de Seguridad interna (manejada por Michael Chertoff, amigo de Cheney y Rumsfeld) y su agencia de emergencias federales, donde actuaba Brown. Pero los tres informnas resaltan el “mal papel del presidente, los gobiernos locales y muchas empresas grandes”. Las críticas aluden a “lentitud administrativa, ineficacia malgasto de dineros públicos”. Este detalle fue revelado por contraloría general de cuentas.

Como si todo eso fuera poco, el martes un comité de once legisladores produjo otro informe, esta vez referido a “graves fallas inmediatamente posteriores a Katrina, como si no hubiese existido la experiencia de septiembre de 2001”. Poco antes, Chertoff mismo admitió que varias “algunas” acusaciones formuladas por Brown.

“Esta administración se encamina a algo peor que Watergate”, opinaban dos senadores integrantes del panel ante cual había expuesto Brown. Entretanto, éste iniciaba acciones judiciales contra Seguridad interna y la oficina ejecutiva del presidente. Laura Bush no había logrado hacerlo desistir. La combinación de cuatro escándalos, fracasos en política exterior y año de elecciones parlamentarias genera ya presiones por la renuncia de Cheney y Donald Rumsfeld (en su caso, por los contratos otorgados a Halliburton).

Al margen, hubo un síntoma patético, casi ingenuo. Michael Bloomberg, alcalde de Nueva York y hombre de Wall Street, pedía el viernes a los principales operadores olvidar el enorme déficit comercial (US$ 726.000 millones en 2005) y “apoyar al presidente con un cierre positivo”.

El domingo, oportunamente, un medio conservador inglés (el “Sunday Telegraph”) revelaba un plan para atacar con proyectiles nucleares desde submarinos presuntas instalaciones atómicas (y sus áreas) en Irán. Si bien se habla de “solución extrema a adoptar recién hacia 2008”, es clara la intención de crear otra “ola de patriotismo” que frene eventuales juicios políticos a Bush y Cheney.

No parece fácil: también en Londres, la entidad Oxford Research Group sostiene que una ofensiva contra Tehrán “desencadenará otra guerra prolongada en Levante, algo que EE.UU. ya no tiene capacidad política ni estratégica de afrontar”. Se trata de alcanzar por lo menos veinte objetivos, eliminando miles de civiles”. Ni siquiera Israel podría encarar semejante operación, porque “su territorio es mucho menos defendible que el iraní”.

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