La otra cara de la globalización

Así como trajo progreso económico, más productividad y más interconexión para nuevas oportunidades, la otra cara de la globalización es concentración, problemas ambientales y debilitamiento de los Estados.

22 julio, 2014

El análisis sobre “Globalización y gobernanza mundial” elaborado por Jorge Remes Lenicov, con la colaboración de Anahí Viola y Patricia Knoll, para el boletín 9 del Observatorio de la Economía Mundial, perteneciente a la Escuela de Economía y Negocios de la Universidad Nacional de San Martín, indica que en los ´90, la globalización se profundizó con fuerte crecimiento del comercio mundial, mayor participación de las empresas multinacionales, corporaciones financieras con mayor presencia, disminución de la pobreza, deterioro de la distribución del ingreso, mayores migraciones.

 

Señala el informe que los resultados de la globalización son ambiguos. Por un lado, se registra un rápido progreso técnico, un fuerte aumento de la productividad que posibilita mejorar el nivel de vida de la población, una reducción de la pobreza, una creciente interconexión de la humanidad que permite crear nuevas oportunidades, y un proceso de convergencia entre los PD y PED.

 

Pero por el otro, también encierra riesgos y problemas, como el proceso de concentración económica, la mayor desigualdad distributiva que debilita la cohesión social, los crecientes problemas ambientales y la pérdida de poder de los estados nacionales y de los sindicatos de los trabajadores.

 

Los bancos y las multinacionales, que son los grandes beneficiarios de la globalización, muchas veces tienen más poder que los propios estados y pueden exigir políticas de su conveniencia, quedando como variable de ajuste los trabajadores y el ciudadano medio.

 

A pesar de la última crisis, las corporaciones multinacionales y los grandes bancos siguieron ganando posiciones. Esto puede explicar por qué la reforma y la nueva arquitectura financiera internacional avanzan muy lenta y parcialmente, y que los organismos internacionales poco se hayan modificado a pesar de su pobre actuación durante la crisis y el cambio del peso relativo de los PD y de los PED.

 

Precisamente por estas cuestiones, muchos no sólo no visualizan una mejoría personal sino que sienten una mayor incertidumbre; además, por el efecto “demostración” aumenta el grado de conflictividad social. A nivel de las empresas la mayor competencia las obliga a una constante modernización, que exige más capital pero también a reducir los costos laborales e impositivos.

 

Esto explica que sean muchos los que plantean, tanto en los PD como en los PED y en los países más pobres, que es necesario implementar políticas globales para compensar económica y socialmente a todas las personas que son marginadas del proceso. El avance tecnológico, las posibilidades financieras y la riqueza acumulada son tales que cuesta explicar cómo es posible que más de mil millones de personas tengan hambre o no puedan avanzar más rápidamente hacia estadios superiores de desarrollo. Es evidente que muchos de los ejes de la globalización requieren ser revisados, pero se debe actuar rápidamente, porque todo este proceso es tan acelerado que deja poco tiempo y espacio para el reacomodamiento, tanto de las personas como de los países.

Perspectivas de largo plazo

 

Predecir el futuro no es fácil porque en economía y en política siempre hay sorpresas.

 

Sin embargo, se puede imaginar un escenario donde la globalización siga profundizándose. Las multinacionales y los grandes bancos continuarán ganando participación motivo por el cual su posición política seguirá siendo la de promover la apertura comercial y las desregulaciones.

 

El comercio de bienes y servicios seguirán creciendo más que el PIB, continuarán firmándose Tratados de Libre Comercio y habrá varios mega acuerdos habida cuenta de las demoras de la Ronda Doha.

 

Las inversiones directas, las fusiones y las adquisiciones seguirán siendo muy relevantes y concentradoras. También es probable una participación más activa de los Estados nacionales para regular el sistema financiero y sus derivados como así también en las cuestiones vinculadas con la energía, el medio ambiente y el cambio climático.

 

Es muy probable que la pobreza continúe reduciéndose, pero seguirá empeorando la distribución de los ingresos, lo cual podría generar problemas sociales y políticos. China y muchos grandes PED seguirán creciendo más que el resto lo cual preanuncia que el mundo será más multipolar.

 

Es difícil que en el mediano plazo se llegue a una coordinación financiera, monetaria y cambiaria o a la formulación de una nueva arquitectura financiera internacional.

 

En el peor momento de la última gran recesión, que fue la más grande desde el acuerdo de Bretton Woods (1944) no hubo avances muy significativos, en buena medida por la presión del sistema financiero y de las corporaciones y las diferentes posturas de los países más grandes del G20.

 

El mercado será cada vez más mundial mientras que la democracia, allí donde exista, seguirá siendo local, lo cual hará que el rol equilibrador y regulador del Estado siga debilitándose. Cuando los retos y los problemas son globales y los instrumentos para resolverlos son, en esencia, nacionales, la situación es muy compleja.

 

La dirección y la estrategia de las empresas estarán cada vez más desvinculada de cualquier base nacional; cambiarán de ubicación constantemente buscando el lugar donde las leyes sean menos estrictas y la presión tributaria más baja.

 

La movilidad del capital y del trabajo lo permitirá. La situación tenderá a parecerse a lo planteado por algunos economistas muy ortodoxos: economía de mercado (casi puro y perfecto) sin Estado.

 

Mundialización del mercado sin la mundialización del Estado no puede más que conducir a agravar los actuales problemas de concentración y desigualdad.

 

¿Es posible un gobierno internacional?

 

Para enfrentar los problemas antes señalados es necesario cambiar la manera de gobernar la globalización. No es nada fácil porque hay intereses muy contrapuestos entre los grandes países: unos son ricos pero están perdiendo espacio económico y otros son pobres pero están creciendo muy velozmente; por ejemplo Estados Unidos y China no tienen los mismos objetivos. A ello hay que sumarle la presión de los grupos concentrados que no quieren más regulaciones y tampoco perder poder.

 

El cambio es difícil porque aquellos que se benefician son muy poderosos y resistirán cualquier alteración de las reglas.

 

Por eso los grandes empresarios siguen planteando que la reforma del sistema financiero no debe promover una mayor injerencia del Estado, a pesar que en las primeras reuniones del G20 se planteaban dos principios: fortalecer las regulaciones y reforzar la cooperación internacional para que éstas sean más consistentes a través de todos los mercados.

 

Por eso es que a pesar de los profundos cambios que se produjeron en la economía mundial durante las últimas décadas, los organismos internacionales se mantienen tal como en la época en que fueron creadas, hace 70 años. La crisis de 2008/09 puso en evidencia la irrelevancia del FMI y el BM, pero a pesar del reclamo del G20 para su transformación, poco se ha avanzado.

Para llevar adelante las necesarias modificaciones es fundamental que los países, sobre todo los PD, impulsen la implementación de los acuerdos logrados en el G20 sobre la reforma del sistema financiero y monetario internacional y el control de los paraísos fiscales; lo mismo para todo lo vinculado con el cambio climático y el medio ambiente. Por su parte, también es fundamental que los gobiernos transformen sus Estados y legislación para hacer frente a los actuales y nuevos desafíos que genera la globalización.

 

Es casi un imposible pensar que se pueda implementar rápidamente un gobierno mundial. Una alternativa podría ser la de ir resolviendo temas concretos y puntuales e ir avanzando en la modificación de los organismos existentes para que sean más democráticos, modifiquen su manera de pensar y actuar y se vaya aplicando lo acordado en el G20.

 

Es preferible el “avance de a poco” a querer “cambiar todo y de manera inmediata” porque con la primera opción se puede lograr algo, con la segunda, nada. Pero para avanzar es fundamental la participación y presión de la sociedad civil a través de los partidos políticos y las ONG.

 

La ciencia económica dispone de instrumentos para anticipar y resolver las crisis, pero en cada análisis y decisión siempre están presentes los intereses sectoriales, que generalmente no coinciden con los del conjunto de la sociedad.

 

La presión llega a ser tan fuerte que muchas veces se pone más el acento en lo que dice el mercado que en las necesidades y los reclamos de los ciudadanos.

 

Por eso es fundamental volver a situar al ser humano como el objetivo central de la economía y al mercado como un instrumento.

 

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