La crisis de la clase política

La crisis política que afecta al país tiene alcances globales. El hombre y no la economía es la medida de todas las cosas. Una manera de comprender la coyuntura. Sus aspectos negativos y positivos. Por Sergio Ceron.

18 noviembre, 2000

El mundo vive una crisis global que apenas logra disimular la algarabía de los operadores de Wall Street, a menudo seguida por momentos depresivos, tanto financiera como anímicamente.

En un reciente ensayo el politólogo alemán Hans-Georg Betz, sostiene que la transición del capitalismo organizado de la postguerra al capitalismo atomizado de la actualidad, ha creado un clima de incertidumbre y desasosiego social.

Y señala algunos síntomas, como la caída de la confianza de la opinión pública en los partidos tradicionales, en los hombres políticos y en el mismo proceso político, en general.

Una pérdida que explica la creciente impotencia de los partidos y los gobiernos frente a los cada vez más graves problemas económicos, la desocupación en aumento y el progresivo desnivel en la participación del rédito por los diversos estratos sociales.

Una escena que se complementa, según el ensayista germano, con los escándalos políticos y la difusa corrupción política imperantes en casi todas las democracias occidentales.

De donde el lector puede concluir que lo que está fallando en el mundo es el objetivo real de toda actividad humana: el hombre.

Y que el hombre congregado en la sociedad moderna cuenta con un instrumento intelectual y fáctico para proyectarse en lo social y en lo individual.

La economía debe ser un instrumento al servicio de la política, al decir de los filósofos clásicos, la más excelsa y sublime de las artes, porque está al servicio de la plena realización del potencial humano.

En esta crisis sistémica mundial se inserta, con características propias, la crisis argentina; donde se observan todos los vicios mencionados por Betz, más los propios de nuestra idiosincracia.

Este es el trasfondo de la conmoción que vive el país, en el que pareciera que la economía empuña las riendas de la estrategia nacional y la política es ,apenas, un instrumento al servicio de intereses especulativos.

Según se percibe, la clase dirigente argentina no logra asimilar que el objeto de su accionar es el hombre, todos y cada uno de ellos.

Hubo una expresión de crítica hace pocos días, en la que Eduardo Duhalde –por las razones que fueren–descargó un exabrupto contra políticos, empresarios y sindicalistas, sin excluirse (Ver “Duhalde critica a la dirigencia”).

En la que aludió a la seriedad del momento y a la falta de sensatez de quienes participan de alguna manera del poder social.

Los ciudadanos observan, entretanto, los regateos con que el gobierno y la oposición pretenden distribuir los recursos económicos y los instrumentos políticos, con vistas a 2001 (renovación legislativa) y 2003 (elección presidencial).

El viernes se observaba un clima de tensión en la Casa Rosada, por la postergación de la firma del acuerdo con los gobernadores justicialistas para aprobar las medidas del paquete económico-financiero preparado por José Luis Machinea.

Según despachos del exterior, esto puede perjudicar la relación con el Fondo Monetario Internacional que necesita definiciones concretas para movilizar el blindaje financiero destinado a asegurar el pago de la deuda por la Argentina.

El cuadro se complicaba con el ya sugestivo silencio de Carlos Alvarez, desaparecido de la atención de los medios, y dedicado a una suerte de retiro espiritual que el indiscutido líder del Frepaso parece haberse impuesto.

No ayuda tampoco a disminuir esa tensión las dudas sobre las supuestas coimas y sobornos legislativos y la imagen cada vez menos positiva que acompaña a figuras estelares del 24 de octubre de 1999, como Graciela Fernández Meijide, cuya administración –justa o injustamente– aparece teñida de sospechas.

La corrupción, para los hombres y mujeres de la calle, ya no tiñe solamente a la administración de Carlos Saúl Menem, se extiende a toda la clase política argentina.

El mismo fenómeno localizado en el resto de los países, aunque ello no sirva de mayor consuelo para los argentinos.

El mundo vive una crisis global que apenas logra disimular la algarabía de los operadores de Wall Street, a menudo seguida por momentos depresivos, tanto financiera como anímicamente.

En un reciente ensayo el politólogo alemán Hans-Georg Betz, sostiene que la transición del capitalismo organizado de la postguerra al capitalismo atomizado de la actualidad, ha creado un clima de incertidumbre y desasosiego social.

Y señala algunos síntomas, como la caída de la confianza de la opinión pública en los partidos tradicionales, en los hombres políticos y en el mismo proceso político, en general.

Una pérdida que explica la creciente impotencia de los partidos y los gobiernos frente a los cada vez más graves problemas económicos, la desocupación en aumento y el progresivo desnivel en la participación del rédito por los diversos estratos sociales.

Una escena que se complementa, según el ensayista germano, con los escándalos políticos y la difusa corrupción política imperantes en casi todas las democracias occidentales.

De donde el lector puede concluir que lo que está fallando en el mundo es el objetivo real de toda actividad humana: el hombre.

Y que el hombre congregado en la sociedad moderna cuenta con un instrumento intelectual y fáctico para proyectarse en lo social y en lo individual.

La economía debe ser un instrumento al servicio de la política, al decir de los filósofos clásicos, la más excelsa y sublime de las artes, porque está al servicio de la plena realización del potencial humano.

En esta crisis sistémica mundial se inserta, con características propias, la crisis argentina; donde se observan todos los vicios mencionados por Betz, más los propios de nuestra idiosincracia.

Este es el trasfondo de la conmoción que vive el país, en el que pareciera que la economía empuña las riendas de la estrategia nacional y la política es ,apenas, un instrumento al servicio de intereses especulativos.

Según se percibe, la clase dirigente argentina no logra asimilar que el objeto de su accionar es el hombre, todos y cada uno de ellos.

Hubo una expresión de crítica hace pocos días, en la que Eduardo Duhalde –por las razones que fueren–descargó un exabrupto contra políticos, empresarios y sindicalistas, sin excluirse (Ver “Duhalde critica a la dirigencia”).

En la que aludió a la seriedad del momento y a la falta de sensatez de quienes participan de alguna manera del poder social.

Los ciudadanos observan, entretanto, los regateos con que el gobierno y la oposición pretenden distribuir los recursos económicos y los instrumentos políticos, con vistas a 2001 (renovación legislativa) y 2003 (elección presidencial).

El viernes se observaba un clima de tensión en la Casa Rosada, por la postergación de la firma del acuerdo con los gobernadores justicialistas para aprobar las medidas del paquete económico-financiero preparado por José Luis Machinea.

Según despachos del exterior, esto puede perjudicar la relación con el Fondo Monetario Internacional que necesita definiciones concretas para movilizar el blindaje financiero destinado a asegurar el pago de la deuda por la Argentina.

El cuadro se complicaba con el ya sugestivo silencio de Carlos Alvarez, desaparecido de la atención de los medios, y dedicado a una suerte de retiro espiritual que el indiscutido líder del Frepaso parece haberse impuesto.

No ayuda tampoco a disminuir esa tensión las dudas sobre las supuestas coimas y sobornos legislativos y la imagen cada vez menos positiva que acompaña a figuras estelares del 24 de octubre de 1999, como Graciela Fernández Meijide, cuya administración –justa o injustamente– aparece teñida de sospechas.

La corrupción, para los hombres y mujeres de la calle, ya no tiñe solamente a la administración de Carlos Saúl Menem, se extiende a toda la clase política argentina.

El mismo fenómeno localizado en el resto de los países, aunque ello no sirva de mayor consuelo para los argentinos.

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