La Argentina en el nuevo escenario

Es cierto que la situación financiera de nuestro país descendió entre las prioridades de Estados Unidos. Pero eso no necesariamente traerá consecuencias negativas.

20 septiembre, 2001

El argumento que se ha tornado popular desde el martes 11 es que la crisis financiera de nuestro país ya no es prioridad para Estados Unidos, una nación ahora absorbida por las demandas de la seguridad y de la guerra. Afortunadamente, el argumento es débil.

En primer lugar, la arquitectura financiera que trabajosamente se está diseñando para neutralizar el riesgo de cesación de pagos no requiere de recursos en efectivo sino de garantías, de modo que la Argentina no compite por fondos presupuestarios norteamericanos ni por financiamiento adicional de los organismos multilaterales de crédito.

En segundo lugar, no parece que éste sea un buen momento para que el mundo se coloque al borde de un colapso en las naciones emergentes con epicentro en la Argentina.

Desde el martes 11 hay indicios de una preferencia de los ahorristas por colocaciones seguras (“fuga hacia la calidad”), y lo mejor que le puede ocurrir al sistema financiero internacional es que eso no se consolide como tendencia.

Por ambas razones es que en el Departamento del Tesoro y en el FMI sigue habiendo especialistas trabajando en la crisis de la deuda argentina. Después de la catástrofe, los carpinteros norteamericanos siguen siendo carpinteros y los especialistas en la Argentina se mantienen en lo suyo.

En Buenos Aires también se trabaja. Para el gobierno, una de las cuestiones centrales es fortalecer su posición completando cuanto antes un esquema de canje de deuda que esta vez reduzca la cuenta de intereses en lo inmediato y en el futuro.

La alternativa que se explora es la siguiente. Las garantías que se consigan fuera del país servirán para bajar el riesgo del capital de los nuevos bonos que se emitan; adicionalmente, para mejorar el esquema de lo que en su momento fue el Plan Brady, la recaudación tributaria nacional garantizaría los intereses. Esto reuniría las condiciones para una oferta de bonos de alta calidad.

Queda por armar un mecanismo para que los grandes tenedores de deuda argentina tengan incentivos para participar del canje. Esto no podrá ser una pura operación de mercado.

O’Neill o Taylor tendrán que coordinar la acción para evitar el oportunismo de quienes quieran quedarse con los antiguos bonos de alto rendimiento aprovechando que el canje les asegura que no habrá cesación de pagos (el modelo del pasajero gratis).

Mientras tanto, el ministro de Economía de la Argentina ha presentado los trazos gruesos del presupuesto 2002. Fue duramente criticado por haber proyectado una tasa de crecimiento de 6% y, consecuentemente, un incremento en la recaudación de US$ 3.000 millones.

La crítica no es atinada: si las cosas salen bien, la reactivación, después de tres años de recesión, debería ser intensa. Y si las cosas salen mal él ya no estaría en su actual puesto para contarlo.

Previsiones de crecimiento del orden de 2% no son reales: constituyen el promedio entre la depresión profunda y la recuperación. Y si ése es el caso, bien vale hacer una apuesta.

El argumento que se ha tornado popular desde el martes 11 es que la crisis financiera de nuestro país ya no es prioridad para Estados Unidos, una nación ahora absorbida por las demandas de la seguridad y de la guerra. Afortunadamente, el argumento es débil.

En primer lugar, la arquitectura financiera que trabajosamente se está diseñando para neutralizar el riesgo de cesación de pagos no requiere de recursos en efectivo sino de garantías, de modo que la Argentina no compite por fondos presupuestarios norteamericanos ni por financiamiento adicional de los organismos multilaterales de crédito.

En segundo lugar, no parece que éste sea un buen momento para que el mundo se coloque al borde de un colapso en las naciones emergentes con epicentro en la Argentina.

Desde el martes 11 hay indicios de una preferencia de los ahorristas por colocaciones seguras (“fuga hacia la calidad”), y lo mejor que le puede ocurrir al sistema financiero internacional es que eso no se consolide como tendencia.

Por ambas razones es que en el Departamento del Tesoro y en el FMI sigue habiendo especialistas trabajando en la crisis de la deuda argentina. Después de la catástrofe, los carpinteros norteamericanos siguen siendo carpinteros y los especialistas en la Argentina se mantienen en lo suyo.

En Buenos Aires también se trabaja. Para el gobierno, una de las cuestiones centrales es fortalecer su posición completando cuanto antes un esquema de canje de deuda que esta vez reduzca la cuenta de intereses en lo inmediato y en el futuro.

La alternativa que se explora es la siguiente. Las garantías que se consigan fuera del país servirán para bajar el riesgo del capital de los nuevos bonos que se emitan; adicionalmente, para mejorar el esquema de lo que en su momento fue el Plan Brady, la recaudación tributaria nacional garantizaría los intereses. Esto reuniría las condiciones para una oferta de bonos de alta calidad.

Queda por armar un mecanismo para que los grandes tenedores de deuda argentina tengan incentivos para participar del canje. Esto no podrá ser una pura operación de mercado.

O’Neill o Taylor tendrán que coordinar la acción para evitar el oportunismo de quienes quieran quedarse con los antiguos bonos de alto rendimiento aprovechando que el canje les asegura que no habrá cesación de pagos (el modelo del pasajero gratis).

Mientras tanto, el ministro de Economía de la Argentina ha presentado los trazos gruesos del presupuesto 2002. Fue duramente criticado por haber proyectado una tasa de crecimiento de 6% y, consecuentemente, un incremento en la recaudación de US$ 3.000 millones.

La crítica no es atinada: si las cosas salen bien, la reactivación, después de tres años de recesión, debería ser intensa. Y si las cosas salen mal él ya no estaría en su actual puesto para contarlo.

Previsiones de crecimiento del orden de 2% no son reales: constituyen el promedio entre la depresión profunda y la recuperación. Y si ése es el caso, bien vale hacer una apuesta.

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