Krugman: en materia de petróleo, la historia se repite

En un libro editado hace algunos meses, Paul Krugman reúne trabajos publicados en el bienio 2001-2. Sin saberlo, uno de ellos –sobre Bush, Cheney y el petróleo- podría aplicarse a la situación actual, sin muchos retoques.

11 agosto, 2004

Richard Cheney, sostiene el economista, “tiene sentido del humor”. Así lo demostró en mayo de 2001: “al difundir su plan energético, el vicepresidente anunció algunas medidas conservacionistas. La primera, desgravaciones tributarias para quienes compren autos híbridos, o sea a gas y electricidad”.

Pero, durante la campaña de 2000, George W.Bush “se burlaba de una propuesta ecológica de Albert Gore: dar beneficios impositivos a quienes comprasen coches híbridos”. Menos de un año después, Cheney copiaba al candidato que había obtenido más votos que Bush, pero había perdido por ciertas trampas del sistema electoral. En 2001, empero, quedó claro que “la retórica moderada de Bush no era sincera pero, también, la retórica ultraconservadora usada para vender la rebaja de impuestos era igualmente deshonesta”.

Como lo explica el analista, “esos tipos no creen en el mercado libre. En realidad, sólo les interesan los negocios pesados: refinerías, oleoductos, plantas nucleares… Para justificar su pasión al respecto, Cheney y sus colaboradores van muy lejos en el objetivo de fabricar una crisis energética y, después, deciden que los mercados libres no funcionan”.

Entonces, aparece un informe, según el cual “durante los próximos veinte años, el consumo de hidrocarburos aumentará 33% en EE.UU.”. ¿De donde sacan las cifras”, se pregunta Krugman en “The great unravelling: losing our way in the new century”, porque ocurre que esa proyección es espantosamente alta. En las últimas décadas del siglo XX, recuerda, “el consumo de petróleo se elevó menos de 5%. Me imagino que la gente de Cheney extrapoló una caída abrupta de eficiencia en el consumo de combustibles, al substituirse autos comunes por rurales, en el quinquenio 1996-2000”.

Ese informe sugiere que toda la política energética futura asuma que “una tendencia reciente se prolongará por décadas”. Pero, para quemar tanto combustible como se presupone, todo propietario de un coche debiera comprarse una 4×4 y todo propietario de una rural, un tanque Sherman”, ironiza el autor. Hoy se sabe que ese 33% en veinte años era un truco estadigráfico.

¿Qué había detrás de esos torpes cálculos? “Asustar para atenuar regulaciones ambientales y –como lo revela el plan Cheney- ofrecer una serie de subsidios, explícitos e implícitos, al sector petrolero. De hecho, el muy conservador Cato Institute –subraya Krugman- lo calificó como un menú a gusto de todos los ‘lobbies’ del sector en Washington”.

Hasta aquí, es fácil notar las similitudes entre 2001-2 y la actualidad. En primera instancia, entonces se vivía una burbuja de precios petroleros. En segunda instancia, Cheney y el sector “promovían un auge constructor de plantas energéticas”. Como entonces, “la administración tiene las ideas dadas vuelta. Sostiene que nos enfrentamos a una crisis energética de largo plazo, pero carecemos de respuestas para el corto plazo”.

Por el contrario, “en el largo plazo, las fuerzas del mercado se ocuparan de afrontar problemas, con o sin el costoso programa de Cheney, orientado al bienestar de las empresas. Lo que precisamos es una estrategia para manejar los altísimos precios y las ganancias asociadas a la crisis, Pero no vamos a obtenerla de Washington”.

Redactado en 2001, el texto continúa válido en 2004. Puede consultarse, con recaudos, en “El gran resquebrajamiento: cómo hemos perdido el rumbo en el nuevo siglo”. Pero esta reciente traducción es pobre y abunda en errores, empezando por el título: “unravel” significa desembrollar, no resquebrajarse.

Richard Cheney, sostiene el economista, “tiene sentido del humor”. Así lo demostró en mayo de 2001: “al difundir su plan energético, el vicepresidente anunció algunas medidas conservacionistas. La primera, desgravaciones tributarias para quienes compren autos híbridos, o sea a gas y electricidad”.

Pero, durante la campaña de 2000, George W.Bush “se burlaba de una propuesta ecológica de Albert Gore: dar beneficios impositivos a quienes comprasen coches híbridos”. Menos de un año después, Cheney copiaba al candidato que había obtenido más votos que Bush, pero había perdido por ciertas trampas del sistema electoral. En 2001, empero, quedó claro que “la retórica moderada de Bush no era sincera pero, también, la retórica ultraconservadora usada para vender la rebaja de impuestos era igualmente deshonesta”.

Como lo explica el analista, “esos tipos no creen en el mercado libre. En realidad, sólo les interesan los negocios pesados: refinerías, oleoductos, plantas nucleares… Para justificar su pasión al respecto, Cheney y sus colaboradores van muy lejos en el objetivo de fabricar una crisis energética y, después, deciden que los mercados libres no funcionan”.

Entonces, aparece un informe, según el cual “durante los próximos veinte años, el consumo de hidrocarburos aumentará 33% en EE.UU.”. ¿De donde sacan las cifras”, se pregunta Krugman en “The great unravelling: losing our way in the new century”, porque ocurre que esa proyección es espantosamente alta. En las últimas décadas del siglo XX, recuerda, “el consumo de petróleo se elevó menos de 5%. Me imagino que la gente de Cheney extrapoló una caída abrupta de eficiencia en el consumo de combustibles, al substituirse autos comunes por rurales, en el quinquenio 1996-2000”.

Ese informe sugiere que toda la política energética futura asuma que “una tendencia reciente se prolongará por décadas”. Pero, para quemar tanto combustible como se presupone, todo propietario de un coche debiera comprarse una 4×4 y todo propietario de una rural, un tanque Sherman”, ironiza el autor. Hoy se sabe que ese 33% en veinte años era un truco estadigráfico.

¿Qué había detrás de esos torpes cálculos? “Asustar para atenuar regulaciones ambientales y –como lo revela el plan Cheney- ofrecer una serie de subsidios, explícitos e implícitos, al sector petrolero. De hecho, el muy conservador Cato Institute –subraya Krugman- lo calificó como un menú a gusto de todos los ‘lobbies’ del sector en Washington”.

Hasta aquí, es fácil notar las similitudes entre 2001-2 y la actualidad. En primera instancia, entonces se vivía una burbuja de precios petroleros. En segunda instancia, Cheney y el sector “promovían un auge constructor de plantas energéticas”. Como entonces, “la administración tiene las ideas dadas vuelta. Sostiene que nos enfrentamos a una crisis energética de largo plazo, pero carecemos de respuestas para el corto plazo”.

Por el contrario, “en el largo plazo, las fuerzas del mercado se ocuparan de afrontar problemas, con o sin el costoso programa de Cheney, orientado al bienestar de las empresas. Lo que precisamos es una estrategia para manejar los altísimos precios y las ganancias asociadas a la crisis, Pero no vamos a obtenerla de Washington”.

Redactado en 2001, el texto continúa válido en 2004. Puede consultarse, con recaudos, en “El gran resquebrajamiento: cómo hemos perdido el rumbo en el nuevo siglo”. Pero esta reciente traducción es pobre y abunda en errores, empezando por el título: “unravel” significa desembrollar, no resquebrajarse.

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