<p>“La competencia económica y comercial Beijing-Washington se agudiza, mientras se vislumbran presiones militares de ambos lados y puede temerse una guerra nuclear”. Así afirmaba –con notable exageración- aludiendo a las espectaculares maniobras (2008/09) de fuerzas chinas y rusas en el mar Amarillo. Era un trabajo publicado por el belicoso Atlantic Monthly. Las fuentes remitían a “estrategas del Pentágono” pero sin identificarlos.<br />
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A criterio de Kaplan, un ultraconservador vinculado a Paul Wolfowitz (efímero presidente del Banco Mundial), Washington “simula empeñarse en democratizar Levante, pero sus verdaderas preocupaciones estratégicas se cifran en el Pacífico occidental. Así lo vislumbran los juegos de guerra habituales en el Pentágono y sus equivalentes en China, Rusia, Japón, Taiwán, Surcorea y Vietnam”.<br />
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Por lo mismo, su fértil imaginación detectó en EE. UU. doscientos vietnamitas entrenándose, porque Saigón sabe que será el primer objetivo de Beijing. Eso no es nuevo. Vietnam fue durante siglos tributario del Imperio Celeste y sus herederos nunca han renunciado a reivindicaciones territoriales. También lo fueron Corea, Birmania, Tibet y Nepal.<br />
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“Hasta el presente –insistía Kaplan más tarde en el boletín StratFor- no ha habido fuerzas de mar y tierra capaces de amenazar a EE.UU. Esta situación cambia y la amenaza es de raíz económica”. Ahora bien, el futurólogo recicla ideas formuladas en 1968/9 por el difunto Hermann Kahn , el “doctor No” de Woody Allen. Desde el Hudson Institute, vislumbraba que “el sistema armado en la segunda posguerra durará poco”. Posteriormente, las guerras en la ex Yugoslavia, Irak o Afganistán-Pakistán han puesto en evidencia el colapso interno de la OTAN.<br />
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<p>En la fase actual, “peligra el dominio norteamericano del Pacífico, cuya jurisdicción llega hasta Australia y Nueva Zelanda”. Tras señalar que la guerra cambiaria desatada en 2010 puede ser un detonante, el profeta apela a Michael Vickers (Centro de evaluaciones presupuestarias y estratégicas, Washington), a cuyo criterio “embarcarse en una guerra de origen económico contra China es tan simple como inevitable. El problema será salir. Existe otro análisis del Pentágono, según el cual para lograrlo será preciso reducir drásticamente la capacidad militar y económica del enemigo, amenazar sus fuentes de energía, combustibles y agua, mientras se busca el colapso del Partido Comunista como aparato de gobierno”. <br />
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Kaplan y otros olvidan que resulta imposible ocupar siquiera las principales ciudades –más de 15 millones de residentes cada una- de un país con 9.600.000 km2 (tercero del mundo en superficie) y 1.340 millones de habitantes. Sólo los mongoles y los manchúes lo consiguieron (siglos XIII, XVII), pero a costa de hacerse chinos y abandonar su patria.</p>
<p>Según la visión “pentagonal” China destinará cada vez más recursos al gasto bélico, como señalan los aviones adquiridos en enero de 2011. Lo único realista es que EE.UU. haga lo mismo. A diferencia de la perimida Unión Soviética, Beijing tiene tanto poder blando como duro. Su peculiar mezcla de autoritarismo y economía de mercado (pero no libre) seduce a Latinoamérica y hasta rescata países europeos en aprietos.<br />
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El analista, allegado a Henry Kissinger, reconoce que “la democracia resulta viable en pocas zonas fuera de las economías centrales”. Eso explica la proliferación de tropas norteamericanas sobre las fronteras chinas, rusas e indias, con presencia en Uzbekistán, Afganistán, Tadyikistán, Pakistán, Tailandia, Filipinas, Taiwán, Japón, Surcorea y Australia. Salvo los últimos tres, el resto no es precisamente un grupo de democracias.</p>
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