Italia: Napolitano obliga a Prodi a formar gobierno

El miércoles, Romano Prodi debe pedir a ambas cámaras un voto de confianza para retomar las riendas. El senado sigue siendo una incógnita, Pero hay dos claves: un sistema parlamentario inadecuado y un ministro de economía con peso propio.

26 febrero, 2007

Este fin de semana, el presidente Giorgio Napolitano, con una firmeza que Romano Prodi no exhibe, lo forzó a formar otro gabinete y pedir un voto de confianza a una coalición tan variopinta como inestable y plagada de “personajes casi operísticos (ironía del “Economist”, eterno crítico de Italia sus políticos). “No estamos en condiciones de volver a las urnas”, sostuvo el presidente de la república.

Ahora, Prodi acudirá al parlamento con un “pacto programático de doce puntos”, cuyos aspectos más positivos se relaciona con la recuperación económica y financiera, lograda por el primer ministro y su ministro del ramo, tras años de desgobierno a cargo de Silvio Berlusconi. Pero la caída de Prodi tuvo causas políticas, en particular externas.

Con sólo 280 días de gestión, bastaron la semana pasada dos votos para forzar la renuncia, merced al absurdo sistema constitucional. Ahora, otro mecanismo, el artículo 94, lleva a este voto de confianza. El detonante de la renunciase relacionaba con compromisos militares externos. Prodi logró 158, la oposición 136, pero las abstenciones (24) se cuentan como “no”, otro dislate constitucional.

En general, observadores peninsulares y de otros países estiman que la derrota obedecía a una conjunción de factores. En primer lugar, una coalición centroizquierdista inestable, que estalló por dos casos: la base norteamericana en Vicenza y la participación italiana en Afganistán. La mayoría de quienes votaron a la alianza está contra ambas cosas, especialmente la guerra afgana, donde Italia no tiene nada que ganar, máxime si el conflicto se amplía a Pakistán y Cachemira (igual le ocurre a España).

La clave de la derrota era el hoy ex canciller, Massimo d’Alema, de origen comunista (en los años 70 apoyaba la ocupación soviética de Afganistán, como en 2002 Hillary Clinton la de Irak), que defendió la base en esa ciudad del noreste. Pero, por otra parte, se manejó muy bien en Líbano, era crítico de George W.Bush y tenía excelente imagen en la Unión Europea.

En segundo término, aparece la “guerra sucia” desencadenada por el Vaticano –a instancias de Benedicto XVI y su operador, el cardenal Giuseppe Ruini- contra la ley de parejas de hecho, un tema que no preocupa a casi nadie en la generalidad de países católicos, dentro o fuera de la UE. El mal manejo de la cuestión y un componente innecesario (casamientos homosexuales, apenas una moda de “gente linda”) explican la violencia de la campaña clerical.

La burocracia papal necesitaba hacer olvidar –al menos en Italia- la cadena de escándalos por abusos sexuales de sacerdotes contra menores en buena parte de la comunidad católica. Esto conduce al tercer factor: la cooperación entre Washington y el Vaticano para acelerar la caída de Prodi. El objeto estadounidense es la vuelta al poder de Berlusconi, un experto en trampas para no perderlo. Bush lo preferirá en Roma si opta por iniciar una guerra contra Irán.

Ahí aparece un cuarto elemento: la escasa transparencia de la dirigencia política italiana ha permitido que el ex primer ministro no haya ido a la cárcel por una serie de delitos económicos ni le hayan intervenido el fruto de esos afanes, Mediaset. En cierto sentido, la buena suerte de Berlusconi se parece a la de Giulio Andreotti (inexplicable senador vitalicio, una figura del siglo I antes de la era común).

Ahora, el presidente Napolitano resolvió que Prodi formase nuevo gabinete. Tampoco en eso hay consenso en la tambaleante coalición (ni en la derecha). Analistas económicos y dirigentes empresarios hubiesen promovido a Tommaso Padoa-Schioppa (economía) o a Luca Cordero Montezemolo (Fiat, Cofindustria), este caso al frente de una “gran coalición”. El ex jefe de banco central presenta ese lunes un informe económico positivo y, el martes, un informe fiscal ante sus colegas de la Eurozona (los trece adherentes a la moneda común).

Este fin de semana, el presidente Giorgio Napolitano, con una firmeza que Romano Prodi no exhibe, lo forzó a formar otro gabinete y pedir un voto de confianza a una coalición tan variopinta como inestable y plagada de “personajes casi operísticos (ironía del “Economist”, eterno crítico de Italia sus políticos). “No estamos en condiciones de volver a las urnas”, sostuvo el presidente de la república.

Ahora, Prodi acudirá al parlamento con un “pacto programático de doce puntos”, cuyos aspectos más positivos se relaciona con la recuperación económica y financiera, lograda por el primer ministro y su ministro del ramo, tras años de desgobierno a cargo de Silvio Berlusconi. Pero la caída de Prodi tuvo causas políticas, en particular externas.

Con sólo 280 días de gestión, bastaron la semana pasada dos votos para forzar la renuncia, merced al absurdo sistema constitucional. Ahora, otro mecanismo, el artículo 94, lleva a este voto de confianza. El detonante de la renunciase relacionaba con compromisos militares externos. Prodi logró 158, la oposición 136, pero las abstenciones (24) se cuentan como “no”, otro dislate constitucional.

En general, observadores peninsulares y de otros países estiman que la derrota obedecía a una conjunción de factores. En primer lugar, una coalición centroizquierdista inestable, que estalló por dos casos: la base norteamericana en Vicenza y la participación italiana en Afganistán. La mayoría de quienes votaron a la alianza está contra ambas cosas, especialmente la guerra afgana, donde Italia no tiene nada que ganar, máxime si el conflicto se amplía a Pakistán y Cachemira (igual le ocurre a España).

La clave de la derrota era el hoy ex canciller, Massimo d’Alema, de origen comunista (en los años 70 apoyaba la ocupación soviética de Afganistán, como en 2002 Hillary Clinton la de Irak), que defendió la base en esa ciudad del noreste. Pero, por otra parte, se manejó muy bien en Líbano, era crítico de George W.Bush y tenía excelente imagen en la Unión Europea.

En segundo término, aparece la “guerra sucia” desencadenada por el Vaticano –a instancias de Benedicto XVI y su operador, el cardenal Giuseppe Ruini- contra la ley de parejas de hecho, un tema que no preocupa a casi nadie en la generalidad de países católicos, dentro o fuera de la UE. El mal manejo de la cuestión y un componente innecesario (casamientos homosexuales, apenas una moda de “gente linda”) explican la violencia de la campaña clerical.

La burocracia papal necesitaba hacer olvidar –al menos en Italia- la cadena de escándalos por abusos sexuales de sacerdotes contra menores en buena parte de la comunidad católica. Esto conduce al tercer factor: la cooperación entre Washington y el Vaticano para acelerar la caída de Prodi. El objeto estadounidense es la vuelta al poder de Berlusconi, un experto en trampas para no perderlo. Bush lo preferirá en Roma si opta por iniciar una guerra contra Irán.

Ahí aparece un cuarto elemento: la escasa transparencia de la dirigencia política italiana ha permitido que el ex primer ministro no haya ido a la cárcel por una serie de delitos económicos ni le hayan intervenido el fruto de esos afanes, Mediaset. En cierto sentido, la buena suerte de Berlusconi se parece a la de Giulio Andreotti (inexplicable senador vitalicio, una figura del siglo I antes de la era común).

Ahora, el presidente Napolitano resolvió que Prodi formase nuevo gabinete. Tampoco en eso hay consenso en la tambaleante coalición (ni en la derecha). Analistas económicos y dirigentes empresarios hubiesen promovido a Tommaso Padoa-Schioppa (economía) o a Luca Cordero Montezemolo (Fiat, Cofindustria), este caso al frente de una “gran coalición”. El ex jefe de banco central presenta ese lunes un informe económico positivo y, el martes, un informe fiscal ante sus colegas de la Eurozona (los trece adherentes a la moneda común).

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