Irán terceriza a Rusia tareas nucleares, pero sigue belicoso

Casi vencido el plazo del Consejo de Seguridad para suspender su plan atómico, Tehrán convino con Moscú la participación en ese programa. Mientras, el Pentágono diseminaba versiones sobre apoyo turco e israelí en un eventual ataque a Irán.

24 abril, 2006

Horas después de conocerse el acuerdo rusoiraní, una salida parcial a la crisis desatada por las presiones occidentales sobre el plan nuclear persa, el presidente Majmud Ahmadinedyad retomó su encendida oratoria. Definió al programa como irreversible –pero admitió que una parte se tercerizará con Rusia (una idea que, al parecer, salió de Beijing).

En esta oportunidad, el belicoso dirigente tenía un motivo adicional, si se quiere psicológico. Durante el fin de semana, en efecto, medios europeos difundieron una especie originada –sostienen en Alemania e Italia- cercad de Donald Rumsfeld, todavía secretario de Defensa. Según la versión, en caso de ataque estadounidense sobre objetivos nucleares iraníes, participarían Israel, Turquía y Saudiarabia. Sea activamente (Tel Aviv), sea permitiendo uso de bases en sus territorios (Angora, Riyadh).

Todo empezó, claro, cuando George W.Bush reveló que Washington no había descartado el empleo de la fuerza para acabar con el enriquecimiento de uranio en Irán. A partir de entonces –hace quince días-, la gran prensa occidental ha publicado datos sobre planes militares más bien extremos. Naturalmente, Rusia, China, India y parte de la Unión Europea salieron a censurar ese tipo de proyectos.

Durante su visita a Estados Unidos, el presidente Hu Jintao advirtió sobre “riesgos geopolíticos”. Luego, el convenio entre Moscú y Tehrán puso en posición desairada a Naciones Unidas (apuntaban medios franceses). La actitud del Consejo de Seguridad, plegándose a la Agencia Internacional de Energía Atómica –vista como complaciente ante el Pentágono-, podía tomarse como una luz verde para atacar Irán bajo el paraguas de la ONU.

Por supuesto, EE.UU. tiene un solo aliado (Gran Bretaña) entre los miembros permanentes del Consejo. Ante ambos se yerguen Rusia, China y Francia, redondamente opuestos a aventuras bélicas. Entretanto, Turquía y Saudiarabia no desean involucrarse en planes militares donde, además, podría participar Israel. Sin embarco, esta eventualidad es descartada por expertos de varios países, pues el territorio judío está demasiado expuesto a todo tipo de represalias.

Tampoco existe un sólido frente interno en EE.UU. El sábado, Peter Hoesktra (preside el comité de inteligencia, cámara baja) reconoció que Washington no cuenta con datos fehacientes sobre si Irán puede desarrollar armas de destrucción masiva en corto o mediano plazo. En otro plano, los enormes déficit fiscal y de pagos externos dificultarán extraordinariamente la tarea de financiar una tercer guerra en el golfo Pérsico, en tanto siguen la segunda y la de Afganistán. En cuanto a Moscú, se sabe que el presidente Vladyímir Putin la aconsejó a su colega persa baja el tono de sus parrafadas (algo que el mandatario brasileño acaba de sugerirle a Hugo Chávez, aunque en otros temas).

Horas después de conocerse el acuerdo rusoiraní, una salida parcial a la crisis desatada por las presiones occidentales sobre el plan nuclear persa, el presidente Majmud Ahmadinedyad retomó su encendida oratoria. Definió al programa como irreversible –pero admitió que una parte se tercerizará con Rusia (una idea que, al parecer, salió de Beijing).

En esta oportunidad, el belicoso dirigente tenía un motivo adicional, si se quiere psicológico. Durante el fin de semana, en efecto, medios europeos difundieron una especie originada –sostienen en Alemania e Italia- cercad de Donald Rumsfeld, todavía secretario de Defensa. Según la versión, en caso de ataque estadounidense sobre objetivos nucleares iraníes, participarían Israel, Turquía y Saudiarabia. Sea activamente (Tel Aviv), sea permitiendo uso de bases en sus territorios (Angora, Riyadh).

Todo empezó, claro, cuando George W.Bush reveló que Washington no había descartado el empleo de la fuerza para acabar con el enriquecimiento de uranio en Irán. A partir de entonces –hace quince días-, la gran prensa occidental ha publicado datos sobre planes militares más bien extremos. Naturalmente, Rusia, China, India y parte de la Unión Europea salieron a censurar ese tipo de proyectos.

Durante su visita a Estados Unidos, el presidente Hu Jintao advirtió sobre “riesgos geopolíticos”. Luego, el convenio entre Moscú y Tehrán puso en posición desairada a Naciones Unidas (apuntaban medios franceses). La actitud del Consejo de Seguridad, plegándose a la Agencia Internacional de Energía Atómica –vista como complaciente ante el Pentágono-, podía tomarse como una luz verde para atacar Irán bajo el paraguas de la ONU.

Por supuesto, EE.UU. tiene un solo aliado (Gran Bretaña) entre los miembros permanentes del Consejo. Ante ambos se yerguen Rusia, China y Francia, redondamente opuestos a aventuras bélicas. Entretanto, Turquía y Saudiarabia no desean involucrarse en planes militares donde, además, podría participar Israel. Sin embarco, esta eventualidad es descartada por expertos de varios países, pues el territorio judío está demasiado expuesto a todo tipo de represalias.

Tampoco existe un sólido frente interno en EE.UU. El sábado, Peter Hoesktra (preside el comité de inteligencia, cámara baja) reconoció que Washington no cuenta con datos fehacientes sobre si Irán puede desarrollar armas de destrucción masiva en corto o mediano plazo. En otro plano, los enormes déficit fiscal y de pagos externos dificultarán extraordinariamente la tarea de financiar una tercer guerra en el golfo Pérsico, en tanto siguen la segunda y la de Afganistán. En cuanto a Moscú, se sabe que el presidente Vladyímir Putin la aconsejó a su colega persa baja el tono de sus parrafadas (algo que el mandatario brasileño acaba de sugerirle a Hugo Chávez, aunque en otros temas).

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