Irak: ¿detonante de la segunda revolución norteamericana?

Mientras George W.Bush recorría Levante insistiendo en que el objetivo esencial en Irak era instalar una democracia, el Pentágono se encargó de contradecirlo. Paul Wolfowitz, subsecretario de Defensa, reconoció que la clave era el petróleo.

7 junio, 2003

“Wolfowitz se fue de boca en pésimo momento”, admitió luego ante algunos senadores nadie menos que Richard Cheney, vicepresidente y jefe de la campaña por la reelección presidencial. Precisamente, los legisladores criticaban a John Snow, secretario de Hacienda, por lanzarse a recolectar fondos para esa misma campaña, gesto poco o atinado. Simultáneamente, medios en Londres y Nueva York acusaban al Pentágono, la Casa Blanca y Downing Street de haber exagerado datos sobre armas de destrucción masiva (AMD) ocultos en Irak, haber difundido noticias e imágenes engañosas y no haber explicado las razones reales de la guerra.

“Los hidrocarburos fueron el principal motivo para ir a la guerra (explicaba Wolfowitz, en Singapur). A diferencia de Norcorea, en Irak no teníamos alternativa, porque ese país nada en petróleo”. Estas declaraciones del subsecretario coincidieron, para peor, con una investigación –iniciada por la CIA- para determinar si fue distorsionado el informe secreto sobre AMD que llegó a Bush y lo decidió a invadir. En paralelo, el MI5 hacía lo mismo respecto de Tony Blair. El asunto involucra a Cheney: según el “Washington Post”, el vicepresidente trató de influir personalmente las evaluaciones de la CIA, en pos de resultados a medida del gobierno.

Revelaciones molestas

Poco a poco, salen a luz incómodas revelaciones. “No podíamos declararle la guerra a Saudiarabia, Irán ni los emiratos. Por tanto, se la declaramos a Irak”, confesaba Robert Kagan –uno de los “nuevos halcones”- ante analistas polìticos en Washington. Entre ellos, Dominique Moïsi, subdirector del Institut Français des Relations Internationales, que reprodujo esas palabras en el “Financial Times”.

A criterio del experto galo, “los europeos aún no entienden la revolución o involución que vive Washington, tras los ataques terroristas del 11 de septiembre de 2001. La tendencia imperial se acentúa con la victoria en Bagdad, si bien matizada por signos de moderación o iniciativas positivas, como la hoja de ruta para Palestina e Israel”. Parte del fenómeno se relaciona con frustraciones ante un modelo de negocios en crisis por escándalos empresarios y reveses en sectores de vanguardia tecnológica.

“Para muchos norteamericanos, la única forma de defenderse ante un mundo hostil –considera Moïsi- es cambiarlo por la fuerza. Creen que, en Levante, la paz no deparará democracia sino al revés: la democracia fomentará paz”. En esa óptica, Irak no es mala elección: posee enormes recursos petroleros, una incipiente clase media, una tradición de estado laico y fuerte. Sólo Egipto y, hasta cierto punto, Siria se le parecen en el bloque árabe. “Si no mediase la intransigencia sirioisraelí, Palestina y Líbano serían candidatos naturales”.

Esta nueva política exterior no es neowilsoniana, sino una mezcla del “garrote” (Theodore Roosevelt) y “bolcheviquismo democrático” –definición del analista francés-, emparentada con ideas de Richard Nixon y Henry Kissinger. Básicamente, los “nuevos halcones” suponen que “su” democracia puede acabar con el terrorismo y las dictaduras hostiles –no las amigables- como acabó con el bloque soviético (aunque no con China ni Vietnam).

¿Papel imposible?

Pero hay una amplia brecha entre el papel global que pretende EE.UU. y el precio que aceptaría pagar. Durante la guerra fría, “Washington era una república imperial, sin ser un imperialismo clásico. Hoy, es un imperialismo cuyos ciudadanos todavía no son imperialistas: no les gustaría que proliferasen las guerras remotas ni que sus solados ocupasen país tras país”. No son como los ingleses hasta los años 30 ni como los romanos después de la III guerra púnica”. A su vez, “el gobierno Bush sobrestima recursos y subestima obstáculos. Con una deuda externa de US$ 3 billones (28,5% del PBI), es difícil ejercer un papel imperial como el propuesto por Kagan”. Por otra parte, recuerda el analista, “los retos que plantea el terrorismo no son los del comunismo, que era un producto occidental. En sus formas más agresivas, el terrorismo actual proviene de otra cultura, el Islam, donde república y democracia no son conceptos válidos”.

Los ingleses saben esto desde su propia aventura levantina, iniciada en 1899 (protectorado sobre los estados del golfo) y profundizada en 1907, al dividirse con Rusia “zonas de influencia” en Irán. Ya durante la gran guerra, Gran Bretaña lucha con turcos y alemanes por el control de Medio Oriente, mientras juega dos cartas opuestas –nacionalismo árabe, sionismo-, inventa países junto con Francia (Irak, Transjordania, Siria, Líbano) y suprime otros (Armenia, Kurdistán). Para 1923, la Iraq Petroleum (Mosul) y la Anglo-Iranian (Abadán) manejan los hidrocarburos de la región y la flota británica controla las rutas entre Occidente, India y el sudeste asiático. El imperio se cree en su apogeo. En la década siguiente, los saudíes lo desplazan de la península arábiga, Irak e Irán escapan al protectorado inglés e India inicia el proceso de independencia.

“Wolfowitz se fue de boca en pésimo momento”, admitió luego ante algunos senadores nadie menos que Richard Cheney, vicepresidente y jefe de la campaña por la reelección presidencial. Precisamente, los legisladores criticaban a John Snow, secretario de Hacienda, por lanzarse a recolectar fondos para esa misma campaña, gesto poco o atinado. Simultáneamente, medios en Londres y Nueva York acusaban al Pentágono, la Casa Blanca y Downing Street de haber exagerado datos sobre armas de destrucción masiva (AMD) ocultos en Irak, haber difundido noticias e imágenes engañosas y no haber explicado las razones reales de la guerra.

“Los hidrocarburos fueron el principal motivo para ir a la guerra (explicaba Wolfowitz, en Singapur). A diferencia de Norcorea, en Irak no teníamos alternativa, porque ese país nada en petróleo”. Estas declaraciones del subsecretario coincidieron, para peor, con una investigación –iniciada por la CIA- para determinar si fue distorsionado el informe secreto sobre AMD que llegó a Bush y lo decidió a invadir. En paralelo, el MI5 hacía lo mismo respecto de Tony Blair. El asunto involucra a Cheney: según el “Washington Post”, el vicepresidente trató de influir personalmente las evaluaciones de la CIA, en pos de resultados a medida del gobierno.

Revelaciones molestas

Poco a poco, salen a luz incómodas revelaciones. “No podíamos declararle la guerra a Saudiarabia, Irán ni los emiratos. Por tanto, se la declaramos a Irak”, confesaba Robert Kagan –uno de los “nuevos halcones”- ante analistas polìticos en Washington. Entre ellos, Dominique Moïsi, subdirector del Institut Français des Relations Internationales, que reprodujo esas palabras en el “Financial Times”.

A criterio del experto galo, “los europeos aún no entienden la revolución o involución que vive Washington, tras los ataques terroristas del 11 de septiembre de 2001. La tendencia imperial se acentúa con la victoria en Bagdad, si bien matizada por signos de moderación o iniciativas positivas, como la hoja de ruta para Palestina e Israel”. Parte del fenómeno se relaciona con frustraciones ante un modelo de negocios en crisis por escándalos empresarios y reveses en sectores de vanguardia tecnológica.

“Para muchos norteamericanos, la única forma de defenderse ante un mundo hostil –considera Moïsi- es cambiarlo por la fuerza. Creen que, en Levante, la paz no deparará democracia sino al revés: la democracia fomentará paz”. En esa óptica, Irak no es mala elección: posee enormes recursos petroleros, una incipiente clase media, una tradición de estado laico y fuerte. Sólo Egipto y, hasta cierto punto, Siria se le parecen en el bloque árabe. “Si no mediase la intransigencia sirioisraelí, Palestina y Líbano serían candidatos naturales”.

Esta nueva política exterior no es neowilsoniana, sino una mezcla del “garrote” (Theodore Roosevelt) y “bolcheviquismo democrático” –definición del analista francés-, emparentada con ideas de Richard Nixon y Henry Kissinger. Básicamente, los “nuevos halcones” suponen que “su” democracia puede acabar con el terrorismo y las dictaduras hostiles –no las amigables- como acabó con el bloque soviético (aunque no con China ni Vietnam).

¿Papel imposible?

Pero hay una amplia brecha entre el papel global que pretende EE.UU. y el precio que aceptaría pagar. Durante la guerra fría, “Washington era una república imperial, sin ser un imperialismo clásico. Hoy, es un imperialismo cuyos ciudadanos todavía no son imperialistas: no les gustaría que proliferasen las guerras remotas ni que sus solados ocupasen país tras país”. No son como los ingleses hasta los años 30 ni como los romanos después de la III guerra púnica”. A su vez, “el gobierno Bush sobrestima recursos y subestima obstáculos. Con una deuda externa de US$ 3 billones (28,5% del PBI), es difícil ejercer un papel imperial como el propuesto por Kagan”. Por otra parte, recuerda el analista, “los retos que plantea el terrorismo no son los del comunismo, que era un producto occidental. En sus formas más agresivas, el terrorismo actual proviene de otra cultura, el Islam, donde república y democracia no son conceptos válidos”.

Los ingleses saben esto desde su propia aventura levantina, iniciada en 1899 (protectorado sobre los estados del golfo) y profundizada en 1907, al dividirse con Rusia “zonas de influencia” en Irán. Ya durante la gran guerra, Gran Bretaña lucha con turcos y alemanes por el control de Medio Oriente, mientras juega dos cartas opuestas –nacionalismo árabe, sionismo-, inventa países junto con Francia (Irak, Transjordania, Siria, Líbano) y suprime otros (Armenia, Kurdistán). Para 1923, la Iraq Petroleum (Mosul) y la Anglo-Iranian (Abadán) manejan los hidrocarburos de la región y la flota británica controla las rutas entre Occidente, India y el sudeste asiático. El imperio se cree en su apogeo. En la década siguiente, los saudíes lo desplazan de la península arábiga, Irak e Irán escapan al protectorado inglés e India inicia el proceso de independencia.

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