Irak: Bush intentó poner en segundo plano la retirada británica

Con esta visita relámpago para sacarse fotos y anunciar, por fin, una plan de evacuación paulatina, George W.Bush trató de restarle relevancia al retiro inglés. Pero sigue sin entender que, “en Irak no se libra una guerra, sino tres”.

4 septiembre, 2007

Así sostiene el analista político Christopher Hitchens. “Cuando dicen que es preciso acabar con la guerra, me pregunto a cuál se refieren porque, además de varios conflictos secundarios, en Irak se libran hoy por lo menos tres guerras”, apunta este escéptico inglés. “La más trágica es entre sunníes y shiíes. La segunda es una campaña para aislar y batir a al-Qa’eda. La tercera, menos dura, la protagonizan los kurdos que ocupan el noreste del país”.

A criterio del experto, el Kurdistán iraquí es en realidad un sorprendente éxito. Desde la guerra del Golfo (1991) y a la sombra del escudo aéreo aliado, “esas provincias se gestionan sobre un modelo laico (como el de la vecina Turquía, valga el contrasentido) y gozan de prosperidad económica. En el gobierno central, los ministros kurdos, que manejan relaciones exteriores y aguas, tienen fama de capaces e inteligentes”.

También aportan brigadas propias a la lucha contra al-Qa’eda, que evita enfrentarlas, sin involucrarse en la guerra civil entre iraquíes sunnitas y shiitas. “Aun los atentados en Erbil y Kirkuk, dos de las tres ciudades kurdas, han sido hechos esporádicos”, observa Hitchens. Curiosamente, el álbum de Bush no incluye fotos con kurdos, quizá para no molestar a Angora.

Por el contrario, “en el segundo frente, la provincia de An’bar (alrededor de la capital), al-Qa’eda –sin posibilidades de imponerse- ha desencadenado una ofensiva psicópata sobre las tropas de ocupación, a costa de perder sus propios cabecillas. Por otra parte, los restos del partido Ba’ath no cooperan con los presuntos secuaces de bin Laden”. Las dificultades de este grupo vesánico revelan que existe creciente polarización política en el campo sunní, aunque eso no beneficie a Estados Unidos.

En el tercer frente principal, las cosas tampoco marchan como quisiera Bagdad. Por una parte, los efectivos norteamericanos no secundan las metas del primer ministro shií Nurí al-Malikí, consistentes en liquidar las guerrillas sunníes. Por la otra, Washington no logra doblegar la guerrilla majdí (“mesiánica”), orientada por el ayatollá Moqtada as-Sadr y apoyada por Irán, desde allende la larga frontera común.

A Hitchens no le causa la menor gracia el relativo éxito de este grupo. Pero la retirada militar británica y la entrega de Basora a tropas iraquíes juega en favor de as-Sadr: la población de la zona es shií. En ese contexto, el sudeste del país empieza a funcionar como cuarto frente, escenario de arreglos, transacciones y enfrentamientos localizados entre Sunná y Shi’á. Pero sin abierta injerencia persa, salvo asistencia médica y alimentaria.

Aunque el analista trate de soslayarlo, la “re-partición” cobra cada día mayor vigencia. Antes de que Gran Bretaña inventase Irak para darle una corona a un aliado árabe (1922), el país se componía de tres antiguas provincias otomanas: Mosul (noreste kurdo), Bagdad (centro y oeste), Basora (sudeste y la costa hasta Qatar). Cuando Saddam Huséin invadió Kuweit, lo reivindicaba como parte de esa ex provincia. Sin embargo, había una historia más remota. Al surgir el imperio Otomano (siglo XV), se formalizó la división entre el Irak arabí (el actual), sunnita bajo égida turca, y el Irak adyemí (al este de la Mesopotomia), shiita y persa.

Así sostiene el analista político Christopher Hitchens. “Cuando dicen que es preciso acabar con la guerra, me pregunto a cuál se refieren porque, además de varios conflictos secundarios, en Irak se libran hoy por lo menos tres guerras”, apunta este escéptico inglés. “La más trágica es entre sunníes y shiíes. La segunda es una campaña para aislar y batir a al-Qa’eda. La tercera, menos dura, la protagonizan los kurdos que ocupan el noreste del país”.

A criterio del experto, el Kurdistán iraquí es en realidad un sorprendente éxito. Desde la guerra del Golfo (1991) y a la sombra del escudo aéreo aliado, “esas provincias se gestionan sobre un modelo laico (como el de la vecina Turquía, valga el contrasentido) y gozan de prosperidad económica. En el gobierno central, los ministros kurdos, que manejan relaciones exteriores y aguas, tienen fama de capaces e inteligentes”.

También aportan brigadas propias a la lucha contra al-Qa’eda, que evita enfrentarlas, sin involucrarse en la guerra civil entre iraquíes sunnitas y shiitas. “Aun los atentados en Erbil y Kirkuk, dos de las tres ciudades kurdas, han sido hechos esporádicos”, observa Hitchens. Curiosamente, el álbum de Bush no incluye fotos con kurdos, quizá para no molestar a Angora.

Por el contrario, “en el segundo frente, la provincia de An’bar (alrededor de la capital), al-Qa’eda –sin posibilidades de imponerse- ha desencadenado una ofensiva psicópata sobre las tropas de ocupación, a costa de perder sus propios cabecillas. Por otra parte, los restos del partido Ba’ath no cooperan con los presuntos secuaces de bin Laden”. Las dificultades de este grupo vesánico revelan que existe creciente polarización política en el campo sunní, aunque eso no beneficie a Estados Unidos.

En el tercer frente principal, las cosas tampoco marchan como quisiera Bagdad. Por una parte, los efectivos norteamericanos no secundan las metas del primer ministro shií Nurí al-Malikí, consistentes en liquidar las guerrillas sunníes. Por la otra, Washington no logra doblegar la guerrilla majdí (“mesiánica”), orientada por el ayatollá Moqtada as-Sadr y apoyada por Irán, desde allende la larga frontera común.

A Hitchens no le causa la menor gracia el relativo éxito de este grupo. Pero la retirada militar británica y la entrega de Basora a tropas iraquíes juega en favor de as-Sadr: la población de la zona es shií. En ese contexto, el sudeste del país empieza a funcionar como cuarto frente, escenario de arreglos, transacciones y enfrentamientos localizados entre Sunná y Shi’á. Pero sin abierta injerencia persa, salvo asistencia médica y alimentaria.

Aunque el analista trate de soslayarlo, la “re-partición” cobra cada día mayor vigencia. Antes de que Gran Bretaña inventase Irak para darle una corona a un aliado árabe (1922), el país se componía de tres antiguas provincias otomanas: Mosul (noreste kurdo), Bagdad (centro y oeste), Basora (sudeste y la costa hasta Qatar). Cuando Saddam Huséin invadió Kuweit, lo reivindicaba como parte de esa ex provincia. Sin embargo, había una historia más remota. Al surgir el imperio Otomano (siglo XV), se formalizó la división entre el Irak arabí (el actual), sunnita bajo égida turca, y el Irak adyemí (al este de la Mesopotomia), shiita y persa.

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