Irak afronta riesgos petroleros en el largo plazo

El gobierno de George W.Bush gasta cientos de millones en reparar ductos y sistemas de bombeo. Pero ha eludido un grave problema: las reservas petrolíferas subterráneas tienden a escasear o agotarse.

20 diciembre, 2003

En el norte, el vasto campo de Kirkuk envejece y sufre de una enfermedad terminal: el agua se filtra en los depósitos. Similares problemas muestran las enormes áreas del sur. Años de mal manejo y escasez de fondos han dañado las explotaciones. Esto compromete los actuales esfuerzos para recobrar rápidamente volúmenes de extracción anteriores a la guerra. Si se intensifican, podrán reducir la productividad futura.

Según Issam al-Shalabí, ex ministro del ramo, “aumentar al máximo la producción en el corto plazo deterioraría las reservas”. Un informe de la ONU sobre Kirkuk (2000) ya advertía sobre inminentes riesgos de sobrexplotación.

Funcionarios norteamericanos reconocen que hay problemas, pero Washington no atina a afrontarlos. El gobierno y los iraquíes dependen de ingresos petroleros para solventar en parte los costos de reconstrucción. Por tanto, la extracción a marcha forzada es funcional a esos fines.

La disyuntiva entre extracción intensiva y salvaguardia de reservas plantea una duda: ¿la reconstrucción busca sólo reparar daños o, en realidad, pretende mejorar las condiciones existentes en la preguerra? Hace meses, el cuerpo de ingenieros del ejército sostuvo que su misión era restaurar instalaciones y producción al nivel de preguerra, no “redesarrollar los campos petroleros”.

Sin embargo, hace poco Robert McKee –ex directivo superior de Conoco-Phillips, hoy asesor del Consejo Provisional Iraquí- insistía en que las reservas exigen atención. A su criterio, la situación no es catastrófica, ni mucho menos, pero “urge recopilar datos y encarar problemas técnicos”. Por fin, nadie menos que Halliburton opina que “los actuales niveles de producción y las metas futuras no se sostendrán sin mantenimiento ni cubicación de reservas”.

En el bando opuesto, Thamir Ghadhbán, asesor en el ministerio local de petróleo, rechaza esas afirmaciones y predice que la producción recobrará el rimo normal de preguerra (unos 3.000.000 de barriles diarios) a fines de 2004. En este momento, orilla los dos millones.

El ejército estadounidense ya ha apartado US$ 1.700 millones para mantener el abastecimiento. Estos fondos se reparten entre pago de combustibles importados y reparación de la red distribuidora (ductos, bombas, estaciones de transferencia). Cerca de 2.000 millones han sido aprobados para obras infraestructurales, pero apenas 40 millones para explorar reservas (una tarea larga y onerosa).

Esos esfuerzos serán particularmente relevantes, pues -en tanto Irak posee uno de las reservas de hidrocarburos mayores del mundo- gran parte de la producción deriva de dos campos pasados de madurez. Vale decir, Rumailá al sur y Kirkuk al norte.

Bombear crudo demasiado rápido puede transtornar el equilibrio, filtrando más gas y agua a los pozos. Al cabo del proceso, la extracción se tornará antieconómica. Por cierto, Saddam Husséin también exigía explotación intensiva, pero las sanciones de la ONU le impidieron comprar complejos equipos para simulaciones computadas o tecnología apta para tratar mejor los depósitos más antiguos.

Antes de la invasión, Bagdad acudió a la asistencia extranjera para manejar reservas. “Kirkuk nos preocupaba mucho”, admite Petro-Alliance Services, una consultora rusa. Sin duda, los problemas petroleros iraquíes eran muy bien conocidos en EE.UU. antes de la guerra. El Energy Infrastructure Planning Group (EIPG), creado por altos funcionarios de gobierno en septiembre de 2002 – para prever situaciones bélicas-, sabía que Irak estaba reinyectando crudos con el objeto de mantener la presión en Kirkuk.

Eso era clara señal de inconvenientes en las reservas. Pero el EIPG resolvió no encarar el problema, en parte por razones políticas. Aun así, este grupo ya había decidido en secreto que los contratos para reparar infraestructura irían a Kellogg, Brown & Root (división de Halliburton, hoy en concurso). Sin licitación previa.

Finalmente, Edward C. Chow, ex ejecutivo de Chevron, estima que costará US$ 20.000 millones restaurar la producción iraquí a volúmenes de preguerra. Por el contrario, McKee cree que eso podrá lograrse dentro de los presupuestos en curso.

En el norte, el vasto campo de Kirkuk envejece y sufre de una enfermedad terminal: el agua se filtra en los depósitos. Similares problemas muestran las enormes áreas del sur. Años de mal manejo y escasez de fondos han dañado las explotaciones. Esto compromete los actuales esfuerzos para recobrar rápidamente volúmenes de extracción anteriores a la guerra. Si se intensifican, podrán reducir la productividad futura.

Según Issam al-Shalabí, ex ministro del ramo, “aumentar al máximo la producción en el corto plazo deterioraría las reservas”. Un informe de la ONU sobre Kirkuk (2000) ya advertía sobre inminentes riesgos de sobrexplotación.

Funcionarios norteamericanos reconocen que hay problemas, pero Washington no atina a afrontarlos. El gobierno y los iraquíes dependen de ingresos petroleros para solventar en parte los costos de reconstrucción. Por tanto, la extracción a marcha forzada es funcional a esos fines.

La disyuntiva entre extracción intensiva y salvaguardia de reservas plantea una duda: ¿la reconstrucción busca sólo reparar daños o, en realidad, pretende mejorar las condiciones existentes en la preguerra? Hace meses, el cuerpo de ingenieros del ejército sostuvo que su misión era restaurar instalaciones y producción al nivel de preguerra, no “redesarrollar los campos petroleros”.

Sin embargo, hace poco Robert McKee –ex directivo superior de Conoco-Phillips, hoy asesor del Consejo Provisional Iraquí- insistía en que las reservas exigen atención. A su criterio, la situación no es catastrófica, ni mucho menos, pero “urge recopilar datos y encarar problemas técnicos”. Por fin, nadie menos que Halliburton opina que “los actuales niveles de producción y las metas futuras no se sostendrán sin mantenimiento ni cubicación de reservas”.

En el bando opuesto, Thamir Ghadhbán, asesor en el ministerio local de petróleo, rechaza esas afirmaciones y predice que la producción recobrará el rimo normal de preguerra (unos 3.000.000 de barriles diarios) a fines de 2004. En este momento, orilla los dos millones.

El ejército estadounidense ya ha apartado US$ 1.700 millones para mantener el abastecimiento. Estos fondos se reparten entre pago de combustibles importados y reparación de la red distribuidora (ductos, bombas, estaciones de transferencia). Cerca de 2.000 millones han sido aprobados para obras infraestructurales, pero apenas 40 millones para explorar reservas (una tarea larga y onerosa).

Esos esfuerzos serán particularmente relevantes, pues -en tanto Irak posee uno de las reservas de hidrocarburos mayores del mundo- gran parte de la producción deriva de dos campos pasados de madurez. Vale decir, Rumailá al sur y Kirkuk al norte.

Bombear crudo demasiado rápido puede transtornar el equilibrio, filtrando más gas y agua a los pozos. Al cabo del proceso, la extracción se tornará antieconómica. Por cierto, Saddam Husséin también exigía explotación intensiva, pero las sanciones de la ONU le impidieron comprar complejos equipos para simulaciones computadas o tecnología apta para tratar mejor los depósitos más antiguos.

Antes de la invasión, Bagdad acudió a la asistencia extranjera para manejar reservas. “Kirkuk nos preocupaba mucho”, admite Petro-Alliance Services, una consultora rusa. Sin duda, los problemas petroleros iraquíes eran muy bien conocidos en EE.UU. antes de la guerra. El Energy Infrastructure Planning Group (EIPG), creado por altos funcionarios de gobierno en septiembre de 2002 – para prever situaciones bélicas-, sabía que Irak estaba reinyectando crudos con el objeto de mantener la presión en Kirkuk.

Eso era clara señal de inconvenientes en las reservas. Pero el EIPG resolvió no encarar el problema, en parte por razones políticas. Aun así, este grupo ya había decidido en secreto que los contratos para reparar infraestructura irían a Kellogg, Brown & Root (división de Halliburton, hoy en concurso). Sin licitación previa.

Finalmente, Edward C. Chow, ex ejecutivo de Chevron, estima que costará US$ 20.000 millones restaurar la producción iraquí a volúmenes de preguerra. Por el contrario, McKee cree que eso podrá lograrse dentro de los presupuestos en curso.

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