Pero existía ya una señal temprana, detectada por George Friedman, experto en geopolítica allegado al Pentágono. A principios de octubre, la canciller alemana Angela Merkel viajó a Petersburgo para discutir con Vladyímir Putin un pacto de seguridad mutua, entre la Unión Europea y Rusia.
Llamado luego “Helsinki II”, el esquema será ajeno a la Organización del Tratado Noratlántico. Contra lo previsto –dada su obsesión por el escudo nuclear antimoscovita-, Polonia, Chequia y las repúblicas bálticas estaban de acuerdo. Era natural: esa zona soportó las peores presiones ligadas a la guerra fría (1945/1991) y no les interesa volver a ese clima. Tampoco a Francia, España, Italia y los Balcanes.
“Se acerca la hora, entonces –apunta el analista- de replantear relaciones con EE.UU. y el destino de la OTAN. Lo ocurrido en los golfos de Adén (piratería mayorista) y Omán (asedio a Bombay desde el mar) lo pone de manifiesto”. Tras el encuentro en Petersburgo, Merkel objetó la idea de incorporar Ucrania y Georgia a la organización y Nicolas Sarkozy hizo lo mismo hablando con Dmitri Miedvyédiev en Evian.
Como “represalia”, Washington amenazó con disolver el consejo Rusia-OTAN que, desde 2002, discute el avance de la entidad sobre Europa occidental. A nadie se le movió un pelo. Atados a la doble guerra Irak-Afganistán, los norteamericanos parecen superados en su flanco europeo. Por otra parte, el megaterrorismo musulmán no alcanza a esa región ni a EE.UU., pero avanza en su propio terreno, Asia sudoccidental y meridional, bajo diversos ropajes. Hoy el estrecho de Ormuz –llave del golfo Pérsico- debe cuidarse no ya de Irán, sino de piratas –que sólo Rusia e India enfrentan- o de al-Qa’eda.
Pero existía ya una señal temprana, detectada por George Friedman, experto en geopolítica allegado al Pentágono. A principios de octubre, la canciller alemana Angela Merkel viajó a Petersburgo para discutir con Vladyímir Putin un pacto de seguridad mutua, entre la Unión Europea y Rusia.
Llamado luego “Helsinki II”, el esquema será ajeno a la Organización del Tratado Noratlántico. Contra lo previsto –dada su obsesión por el escudo nuclear antimoscovita-, Polonia, Chequia y las repúblicas bálticas estaban de acuerdo. Era natural: esa zona soportó las peores presiones ligadas a la guerra fría (1945/1991) y no les interesa volver a ese clima. Tampoco a Francia, España, Italia y los Balcanes.
“Se acerca la hora, entonces –apunta el analista- de replantear relaciones con EE.UU. y el destino de la OTAN. Lo ocurrido en los golfos de Adén (piratería mayorista) y Omán (asedio a Bombay desde el mar) lo pone de manifiesto”. Tras el encuentro en Petersburgo, Merkel objetó la idea de incorporar Ucrania y Georgia a la organización y Nicolas Sarkozy hizo lo mismo hablando con Dmitri Miedvyédiev en Evian.
Como “represalia”, Washington amenazó con disolver el consejo Rusia-OTAN que, desde 2002, discute el avance de la entidad sobre Europa occidental. A nadie se le movió un pelo. Atados a la doble guerra Irak-Afganistán, los norteamericanos parecen superados en su flanco europeo. Por otra parte, el megaterrorismo musulmán no alcanza a esa región ni a EE.UU., pero avanza en su propio terreno, Asia sudoccidental y meridional, bajo diversos ropajes. Hoy el estrecho de Ormuz –llave del golfo Pérsico- debe cuidarse no ya de Irán, sino de piratas –que sólo Rusia e India enfrentan- o de al-Qa’eda.