IED: ¿cuáles es la tendencia mundial de fondo?

La inversión externa directa (IED) parece volver, muy pausadamente, a economías en desarrollo. Pero, todavía, su mayor parte y los capitales especulativos van de ese grupo a Estados Unidos. Este desequilibrio es un riesgo mundial.

30 junio, 2005

Por definición, IED es todo flujo de mediano o largo plazo, destinado a actividades productivas (bienes, servicios, innovación tecnológica). En los últimos años, la influencia de economistas allegados a los mercados bursátiles y financieros incluyen en el término fusiones y adquisiciones, aunque no signifiquen creación o aumento de activos (especialmente si involucran operaciones apalancadas) en el país recipiente.

Sea como fuere, la IED promueve crecimiento. Según algunas estimaciones, un punto porcentual de aumento en la IED eleva el producto bruto interno 0,4%. Otras, más realistas, proyectan algo menos de 0,1%.

No sorprende, pues, que el nivel de IED en el mundo sea un indicador seguido de cerca. Los 24 países más ricos (Organización de Cooperación pro Desarrollo Económico, Ocde, cuyas orientaciones son por demás monetaristas) son las mayores fuentes de IED. De acuerdo con sus estadísticas, los flujos de fondos subieron explosivamente en los años ´90, impulsados por una burbuja bursátil sin sustento, salvo una ola de F&A internacionales. Pero, tras desinflarse en 2000 –cuando llegaba a sextuplicar el monto de 1991-, los flujos hacia dentro y fuera de la Ocde se vinieron estrepitosamente abajo.

El último informe acual de la entidad indica que el total de IED saliente en 2004 (US$667.800 millones) quedaba muy por debajo del 2000. En tanto, el flujo entrante apenas pasaba de 400 millones. Ahora, ambos flujos inician una lenta pero sostenida reacción en algunos países. Estados Unidos es la mayor fuente de fondos, con salidas netas de US$252.000 millones. También pasó a ser el mayor recipiente, posición que había ocupado la mayor parte de los últimos 20 años. Pero esta recuperación no alcanza a neutralizar la debilidad de la Eurozona –especialmente Francia y Alemania- en la materia.

La novedad más relevante, empero, es que la IED comienza a salir de la Ocde, antes que moverse entre sus miembros. Las salidas netas han ido subiendo desde el 2000, cuando eran negativas. En 2004, los montos colocados fuera del grupo llegaron a los máximos en más de diez años. ¿Qué pasaba? Simple: había capitales en pos de mano de obra barata, baja sindicalización, leyes permisivas, bajos impuestos y alta demanda potencial de los consumidores. Parecía un escenario montado por Wal-Mart.

China desempeñaba un papel clave en estos movimientos. Sus flujos de IED fueron marcando récords mundiales y así ocurrió en 2004: US$54.900 millones hacia dentro, aunque apenas 1.800 millones hacia fuera. Pero otras áreas paricipaban en la tendencia, en particular Sudamérica y, en ella, la Argentina, que parece salir de un bajón. También en India crece la IED, pero desde niveles muy bajos.

El flujo de capitales al mundo en desarrollo es positivo, aunque en una novedosa y sospechosa teoría que surge en Estados Unidos. La segunda economía del mundo tiene un déficit en cuenta corriente (pagos externos) que, a marzo último, representaba 6,4% del PBI. Este nivel, claramente, es insostenible en mediano plazo, por lo cual muchos analistas creen inevitable un “ajuste desordenado”; o sea, catastrófico para un mundo dependiente de las importaciones norteamericanas.

Hasta ahora, las recetas se basaban en reducir el enorme presupuesto federal y promover un ahorro interno casi nulo. Pero gente como Benjamin Bernanke –director de la Reserva Federal, hoy principal asesor económico de George W. Bush- tiene ideas novedosas, aunque poco claras. BB cree que los recientes aumentos del rojo en cuenta corriente resultan del exceso de ahorro interno en el mundo desarrollado, que sale rumbo a Estados Unidos.

Esta ola de capitales genera baja de intereses y alza de activos. A su vez, ambos fenómenos convierten a los consumidores estadounidenses de frugales (no lo eran desde la depresión de los ´30) en derrochadores. Pero ni Bernanke ni su alumno, Alan Greenspan, exhiben datos sobre el presunto “exceso de ahorro” en el ex Tercer Mundo. Tampoco tienen en cuenta los crecientes gastos militares, el costo de subsidios agrícolas, las rebajas tributarias a sectores de altos ingresos ni el papel de Japón como máximo demandante de deuda estadounidense. Los técnicos de la Ocde, tampoco.

Por definición, IED es todo flujo de mediano o largo plazo, destinado a actividades productivas (bienes, servicios, innovación tecnológica). En los últimos años, la influencia de economistas allegados a los mercados bursátiles y financieros incluyen en el término fusiones y adquisiciones, aunque no signifiquen creación o aumento de activos (especialmente si involucran operaciones apalancadas) en el país recipiente.

Sea como fuere, la IED promueve crecimiento. Según algunas estimaciones, un punto porcentual de aumento en la IED eleva el producto bruto interno 0,4%. Otras, más realistas, proyectan algo menos de 0,1%.

No sorprende, pues, que el nivel de IED en el mundo sea un indicador seguido de cerca. Los 24 países más ricos (Organización de Cooperación pro Desarrollo Económico, Ocde, cuyas orientaciones son por demás monetaristas) son las mayores fuentes de IED. De acuerdo con sus estadísticas, los flujos de fondos subieron explosivamente en los años ´90, impulsados por una burbuja bursátil sin sustento, salvo una ola de F&A internacionales. Pero, tras desinflarse en 2000 –cuando llegaba a sextuplicar el monto de 1991-, los flujos hacia dentro y fuera de la Ocde se vinieron estrepitosamente abajo.

El último informe acual de la entidad indica que el total de IED saliente en 2004 (US$667.800 millones) quedaba muy por debajo del 2000. En tanto, el flujo entrante apenas pasaba de 400 millones. Ahora, ambos flujos inician una lenta pero sostenida reacción en algunos países. Estados Unidos es la mayor fuente de fondos, con salidas netas de US$252.000 millones. También pasó a ser el mayor recipiente, posición que había ocupado la mayor parte de los últimos 20 años. Pero esta recuperación no alcanza a neutralizar la debilidad de la Eurozona –especialmente Francia y Alemania- en la materia.

La novedad más relevante, empero, es que la IED comienza a salir de la Ocde, antes que moverse entre sus miembros. Las salidas netas han ido subiendo desde el 2000, cuando eran negativas. En 2004, los montos colocados fuera del grupo llegaron a los máximos en más de diez años. ¿Qué pasaba? Simple: había capitales en pos de mano de obra barata, baja sindicalización, leyes permisivas, bajos impuestos y alta demanda potencial de los consumidores. Parecía un escenario montado por Wal-Mart.

China desempeñaba un papel clave en estos movimientos. Sus flujos de IED fueron marcando récords mundiales y así ocurrió en 2004: US$54.900 millones hacia dentro, aunque apenas 1.800 millones hacia fuera. Pero otras áreas paricipaban en la tendencia, en particular Sudamérica y, en ella, la Argentina, que parece salir de un bajón. También en India crece la IED, pero desde niveles muy bajos.

El flujo de capitales al mundo en desarrollo es positivo, aunque en una novedosa y sospechosa teoría que surge en Estados Unidos. La segunda economía del mundo tiene un déficit en cuenta corriente (pagos externos) que, a marzo último, representaba 6,4% del PBI. Este nivel, claramente, es insostenible en mediano plazo, por lo cual muchos analistas creen inevitable un “ajuste desordenado”; o sea, catastrófico para un mundo dependiente de las importaciones norteamericanas.

Hasta ahora, las recetas se basaban en reducir el enorme presupuesto federal y promover un ahorro interno casi nulo. Pero gente como Benjamin Bernanke –director de la Reserva Federal, hoy principal asesor económico de George W. Bush- tiene ideas novedosas, aunque poco claras. BB cree que los recientes aumentos del rojo en cuenta corriente resultan del exceso de ahorro interno en el mundo desarrollado, que sale rumbo a Estados Unidos.

Esta ola de capitales genera baja de intereses y alza de activos. A su vez, ambos fenómenos convierten a los consumidores estadounidenses de frugales (no lo eran desde la depresión de los ´30) en derrochadores. Pero ni Bernanke ni su alumno, Alan Greenspan, exhiben datos sobre el presunto “exceso de ahorro” en el ex Tercer Mundo. Tampoco tienen en cuenta los crecientes gastos militares, el costo de subsidios agrícolas, las rebajas tributarias a sectores de altos ingresos ni el papel de Japón como máximo demandante de deuda estadounidense. Los técnicos de la Ocde, tampoco.

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