Los factores básicos son una creciente demanda de combustibles fósiles, la volatilidad en zonas petroleras o en la red de distribución internacional y claro, la aventura militar norteamericana en Irak. De hecho, la única parte del mundo donde el problema no se ha salido de madre y existe cooperación entre productores, distribuidores y consumidores es Latinoamérica. Pese a toda su retórica “antimperialista”, Venezuela cumple al pie de la letra con las exportaciones a EE.UU.
El último episodio del culebrón tiene a Georgia como escenario. Este fin de semana, estalló el enojo de Tiflis con Moscú. Una serie de inexplicables explosiones dejó sin gas natural y parte del abasto eléctrico a la república transcaucásica. Justo durante el peor invierno en decenios. Rusia dijo que estaba investigando presuntos atentados que cortaron dos gasoluctos y una línea troncal de alta tensión.
Según manifestó el presidente Mikhei Saakashvilil a medios británicos, sus compatrioras sospechan que es una represalia rusa porque Georgia trata de diversificar la importación de hidrocarburos. En efecto, existe un plan para substituir gas ruso por el de Irán y Adzerbaidyán. No pareció casual que las explosiones coincidiesen con el viaje de una misión kartvelí a Tehrán. Vistos en perspectiva, estos roces foman parte de la serie de disputas con, Ucrania, Moldavia y varios países a oeste y sudoeste de Rusia.
También estos días, se iniciaba otro desplazamiento geopolítico en Beijing, donde el rey Abdul-lá hacía la primera a China de un monarca saudí desde que hay relaciones diplomáticas (1990). Ambos países acaban de subscribir un preacuerdo de cooperación en materia petrolera, parte del esfuerzo chino para asegurar más fuentes de hidrocarburos, vitales para la demanda de una economía que ha llegado a expandirse cerca de 10% anual, en términos de producto bruto interno.
El segundo consumidor mundial de crudos y gas, después de EE.UU., viene estrechando alianzas geoeconómicas con sus principales proveedores en Asia, África y Latinoamérica. Sus necesidades quedaron subrayadas en 2004: la demanda de combustibles fósiles saltó 15% en China y contribuyó a desatar la corrida internacional de precios que culminó en octubre pasado (US$ 70,85 el barril en Nueva York) y ha retomado impulso al comenzar 2006. El memorando de entendimiento chinosaudí prevé mayor cooperación e inversiones en crudos, gas natural y minerales. Por ahora, no especifica proyectos ni montos.
Entretanto, los requerimientos indios de combustible promueven y, al mismo tiempo, traban las ambiciones geopolíticas norteamericanas en Asia meridional. Washington tiene cierta influencia en Delhi, aunque tanta como en Islamabad. Hoy, la relevancia de India aumenta para el gobierno de George W.Bush, como eventual alfil para contener las jugadas chinas en el Índico, el Pacífico occidental y varias naciones musulmanas, cuyo pivote es –valga la ironía- Pakistán.
Obviamente. EE.UU. está dispuesto a apoyar el programa nuclear pacífico de India (aunque el pakistaní sea de raíz bélica), aun intentado bloquear los programas de Irán –no necesariamente militar- y Norcorea, desembozadamente bélico. Pero Tehrán se cuenta entre los principales abastecedores de hidrocarburos para India y, precisamente ahora, negocia un gasoducto de US$ 4.000 millones, que cruzará… Pakistán.
Sin duda, el peso geopolítico de su petróleo es clave de la resistencia iraní a limitar los alcances de su plan para enriquecer uranio. Una serie de altos funcionarios persas viene amenazando con cortar exportaciones de hidrocarburos a Occidente y retirar fondos de bancos europeos. Estas señales y otras sugieren que el proyecto euronorteamericano de imponerle a Tehrán sanciones internacionales no será fácil de llevar a cabo.
Como segundo productor de la OPEP, Irán tiene considerable peso económico. También lo beneficia el “efecto Irak”, expreso en un miedo generalizado de que cualquier acción de la ONU acabe facilitando otra desastrosa invasión encabezada por EE.UU., casi a las puertas de Rusia. Algunos observadores europeos abrigan temores más complejos. Entre ellos, que una hipotética “guerra doble” (Irak, Irán) haga pedazos el aparato y la aparente hegemonía militar norteamericana, bajo un gobierno saliente (el de Bush).
Los factores básicos son una creciente demanda de combustibles fósiles, la volatilidad en zonas petroleras o en la red de distribución internacional y claro, la aventura militar norteamericana en Irak. De hecho, la única parte del mundo donde el problema no se ha salido de madre y existe cooperación entre productores, distribuidores y consumidores es Latinoamérica. Pese a toda su retórica “antimperialista”, Venezuela cumple al pie de la letra con las exportaciones a EE.UU.
El último episodio del culebrón tiene a Georgia como escenario. Este fin de semana, estalló el enojo de Tiflis con Moscú. Una serie de inexplicables explosiones dejó sin gas natural y parte del abasto eléctrico a la república transcaucásica. Justo durante el peor invierno en decenios. Rusia dijo que estaba investigando presuntos atentados que cortaron dos gasoluctos y una línea troncal de alta tensión.
Según manifestó el presidente Mikhei Saakashvilil a medios británicos, sus compatrioras sospechan que es una represalia rusa porque Georgia trata de diversificar la importación de hidrocarburos. En efecto, existe un plan para substituir gas ruso por el de Irán y Adzerbaidyán. No pareció casual que las explosiones coincidiesen con el viaje de una misión kartvelí a Tehrán. Vistos en perspectiva, estos roces foman parte de la serie de disputas con, Ucrania, Moldavia y varios países a oeste y sudoeste de Rusia.
También estos días, se iniciaba otro desplazamiento geopolítico en Beijing, donde el rey Abdul-lá hacía la primera a China de un monarca saudí desde que hay relaciones diplomáticas (1990). Ambos países acaban de subscribir un preacuerdo de cooperación en materia petrolera, parte del esfuerzo chino para asegurar más fuentes de hidrocarburos, vitales para la demanda de una economía que ha llegado a expandirse cerca de 10% anual, en términos de producto bruto interno.
El segundo consumidor mundial de crudos y gas, después de EE.UU., viene estrechando alianzas geoeconómicas con sus principales proveedores en Asia, África y Latinoamérica. Sus necesidades quedaron subrayadas en 2004: la demanda de combustibles fósiles saltó 15% en China y contribuyó a desatar la corrida internacional de precios que culminó en octubre pasado (US$ 70,85 el barril en Nueva York) y ha retomado impulso al comenzar 2006. El memorando de entendimiento chinosaudí prevé mayor cooperación e inversiones en crudos, gas natural y minerales. Por ahora, no especifica proyectos ni montos.
Entretanto, los requerimientos indios de combustible promueven y, al mismo tiempo, traban las ambiciones geopolíticas norteamericanas en Asia meridional. Washington tiene cierta influencia en Delhi, aunque tanta como en Islamabad. Hoy, la relevancia de India aumenta para el gobierno de George W.Bush, como eventual alfil para contener las jugadas chinas en el Índico, el Pacífico occidental y varias naciones musulmanas, cuyo pivote es –valga la ironía- Pakistán.
Obviamente. EE.UU. está dispuesto a apoyar el programa nuclear pacífico de India (aunque el pakistaní sea de raíz bélica), aun intentado bloquear los programas de Irán –no necesariamente militar- y Norcorea, desembozadamente bélico. Pero Tehrán se cuenta entre los principales abastecedores de hidrocarburos para India y, precisamente ahora, negocia un gasoducto de US$ 4.000 millones, que cruzará… Pakistán.
Sin duda, el peso geopolítico de su petróleo es clave de la resistencia iraní a limitar los alcances de su plan para enriquecer uranio. Una serie de altos funcionarios persas viene amenazando con cortar exportaciones de hidrocarburos a Occidente y retirar fondos de bancos europeos. Estas señales y otras sugieren que el proyecto euronorteamericano de imponerle a Tehrán sanciones internacionales no será fácil de llevar a cabo.
Como segundo productor de la OPEP, Irán tiene considerable peso económico. También lo beneficia el “efecto Irak”, expreso en un miedo generalizado de que cualquier acción de la ONU acabe facilitando otra desastrosa invasión encabezada por EE.UU., casi a las puertas de Rusia. Algunos observadores europeos abrigan temores más complejos. Entre ellos, que una hipotética “guerra doble” (Irak, Irán) haga pedazos el aparato y la aparente hegemonía militar norteamericana, bajo un gobierno saliente (el de Bush).