Grupo de los 8: otra cumbre sin resultados que la justifiquen

“La pobre Angela Merkel hizo cuanto pudo como anfitriona en Rostock. La agenda no podía ser más positiva: efecto invernadero y pobreza en África. Pero Estados Unidos y Rusia se encargaron de frustrarlo todo”.

13 junio, 2007

Así sostiene Niall Ferguson en reciente columna. No ya “enfant terrible”· favorito de Wall Street, el escocés pone en el mismo plano un fracaso (patear a 2009 esfuerzos contra gases contaminantes) y un éxito relativo, mudar de la frontera occidental bielorrusa a Adzebaidyán el escudo nuclear de la OTAN. “Esto no engaña a nadie: la única potencia atómica rival de Estados Unidos es Rusia, no Irán”.

Vladyimir Putin “es digno de elogio por su astucia al lograr que el escudo contra Tehrán pase a un estado petrolero aliado de Turquía y, por tanto, de EE.UU. Por el contrario, la contrafigura del ruso ha hecho otro papelón”. El analista alude a George W.Bush y al compromiso de “reducir hasta 50% emisiones de dióxido de carbono hacia 2050”.

Pero, claro, al mismo tiempo “el tejano tóxico (sicut Ferguson) pateó a 2009 replantear el protocolo de Kyoto, cuya ineficacia viene siendo manifiesta desde hace años. Al cabo, Merkel consiguió una declaración final diplomática, optimista e intrascendente”. Ante ese resultado, el ácido columnista se pregunta “¿hasta cuando soportaremos estas cumbres ridículas?”.

Todavía en 1975, el grupo –originalmente era un quinteto- se componía de siete miembros: EE.UU., Japón, Alemania –por entonces, la parte occidental-, Gran Bretaña, Francia, Canadá e Italia. Tenía sentido, pues el grupo representaba 65% del producto bruto mundial. Hoy, “según Goldman Sachs, los siete no pasan de 56%, peso que cederá a 36% en 2025 y a apenas 20% en 2050”. Para estas cosas, Ferguson toma en serio a las firmas de Wall Street y sus estadísticas.

Esas cifras conducen a una conclusión nada enaltecedora: en 2050, apenas 20% del PB global estará comprometido a disminuir 50% las emisiones de dióxidos y monóxido de carbono. Gigantes actuales y potenciales como China, India, Brasil, Nigeria o México seguirán contaminando la atmósfera, salvo si los combustibles y la energía limpios -que no son lo mismo- ganan la pulseada.

También puede ocurrir que las reservas de hidrocarburos económicamente explotables se acaben y, con ellas, se derrumbe el poderoso cabildeo de las grandes petroleras privadas y estatales.

Mientras, “el negocio de las armas prospera”, apunta Ferguson. Los gastos militares chinos sumaban US$ 50.000 millones en 2006 y apuntan al doble en tres años. Rusia alcanzó US$ 35.000 millones, pero puede llegar al doble en cinco años. En otro plano, “algunos socios del G 7 no se sienten cómodos en el G 8 (ellos más Rusia) y menos en un eventual G 9 (agregando China). Otros sugieren incorporar India y Brasil en un G 11”.

Así sostiene Niall Ferguson en reciente columna. No ya “enfant terrible”· favorito de Wall Street, el escocés pone en el mismo plano un fracaso (patear a 2009 esfuerzos contra gases contaminantes) y un éxito relativo, mudar de la frontera occidental bielorrusa a Adzebaidyán el escudo nuclear de la OTAN. “Esto no engaña a nadie: la única potencia atómica rival de Estados Unidos es Rusia, no Irán”.

Vladyimir Putin “es digno de elogio por su astucia al lograr que el escudo contra Tehrán pase a un estado petrolero aliado de Turquía y, por tanto, de EE.UU. Por el contrario, la contrafigura del ruso ha hecho otro papelón”. El analista alude a George W.Bush y al compromiso de “reducir hasta 50% emisiones de dióxido de carbono hacia 2050”.

Pero, claro, al mismo tiempo “el tejano tóxico (sicut Ferguson) pateó a 2009 replantear el protocolo de Kyoto, cuya ineficacia viene siendo manifiesta desde hace años. Al cabo, Merkel consiguió una declaración final diplomática, optimista e intrascendente”. Ante ese resultado, el ácido columnista se pregunta “¿hasta cuando soportaremos estas cumbres ridículas?”.

Todavía en 1975, el grupo –originalmente era un quinteto- se componía de siete miembros: EE.UU., Japón, Alemania –por entonces, la parte occidental-, Gran Bretaña, Francia, Canadá e Italia. Tenía sentido, pues el grupo representaba 65% del producto bruto mundial. Hoy, “según Goldman Sachs, los siete no pasan de 56%, peso que cederá a 36% en 2025 y a apenas 20% en 2050”. Para estas cosas, Ferguson toma en serio a las firmas de Wall Street y sus estadísticas.

Esas cifras conducen a una conclusión nada enaltecedora: en 2050, apenas 20% del PB global estará comprometido a disminuir 50% las emisiones de dióxidos y monóxido de carbono. Gigantes actuales y potenciales como China, India, Brasil, Nigeria o México seguirán contaminando la atmósfera, salvo si los combustibles y la energía limpios -que no son lo mismo- ganan la pulseada.

También puede ocurrir que las reservas de hidrocarburos económicamente explotables se acaben y, con ellas, se derrumbe el poderoso cabildeo de las grandes petroleras privadas y estatales.

Mientras, “el negocio de las armas prospera”, apunta Ferguson. Los gastos militares chinos sumaban US$ 50.000 millones en 2006 y apuntan al doble en tres años. Rusia alcanzó US$ 35.000 millones, pero puede llegar al doble en cinco años. En otro plano, “algunos socios del G 7 no se sienten cómodos en el G 8 (ellos más Rusia) y menos en un eventual G 9 (agregando China). Otros sugieren incorporar India y Brasil en un G 11”.

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