¿Grupo de los 7, los 8, los 9 o, volviendo al pasado, sólo los 5?

A primera vista, el Grupo de los 7 integra las potencias económicas del mundo. Cuando la diplomacia lo indica, incorpora a Rusia y pasa a G-8. Pero China aspira a ser el noveno miembro. Entonces ¿qué?

23 junio, 2006

Algunos adictos a especulaciones fáciles, sugieren llamarlo “grupo de siete países posindustriales”, olvidándose de estirarlo a ocho o nueve. Otro sugieren lo contrario: reducirlo, porque varias de esas economías ya no merecen figurar. Por supuesto, todo depende de los cánones elegidos.

Por ejemplo, el G-7 colectivamente muestra creciente déficit comerciales desde 1997. Estos rojos se aceleran desde 2001 y no sólo por influencia de los déficit norteamericanos. Gran Bretaña, Francia e Italia también los tienen y el primero es notable. En parte, porque Londres se aferra a la libra y ésta es cara en términos de dólar y hasta de euro.

Alemania mantiene un apreciable superávit de intercambio, pero el de Japón tiende a declinar a medida como esa economía se reactiva. Ocurre lo contrario con Canadá, merced a sus vastos recursos naturales y su autonomía en hidrocarburos. Pero, según cifras de enero-marzo, el rojo común del G-7 equivale a 2,6% del producto bruto regional, nivel parecido al de EE.UU. en 1985. Por entonces, el grupo de los 5 llegó a un acuerdo para dejar caer el dólar frente al resto de las divisas (euro no había).

Originalmente, pues, el club se componía de EE.UU., Japón, Alemania federal, Gran Bretaña y Francia. Canadá e Italia se sumaron a mediados de los años 90. Pero, como ya sucedido, la próxima cumbre (Petersburgo, julio) será del G-8, pues se agrega Rusia. No tanto por su economía –pasó de industrial centralmente planificada a preindustrial, con creciente injerencia estatal-, sino por su superávit comercial, basado a su vez en los altos precios de petróleo y gas natural.

Ahora bien, si persiste el criterio mercantilista, surge un cuadro curioso. En 2005, Rusia exporta dos dólares por cada uno que importa. En EE.UU., la relación es casi inversa. En cuanto a China (presumible novena socia), las importaciones conforman 45% del intercambio total, por lo cual muestra mayor equilibrio que los otros dos países. Desde 1997, el valor de sus importaciones se multiplicó más de 400%, mientras el de las exportaciones lo hizo en 350%.

Esos números y su demanda de crudos (2.205.000 barriles diarios, la mayor del mundo) señalan que su peso comercial es enorme. Pero un sistema financiero con US$ 673.000 millones en carteras incobrables y un grado incipiente de desarrollo industrial presentan inconvenientes para que el G-8 pase a G-9. Además, un hipotético ingreso chino al club inspiraría ambiciones en India. En tanto, Washington exige que Beijing revalúe su moneda y exporte menos a EE.UU.

En ese punto, aparecería otro canon, el tamaño geopolítico de un país. Si sucediera algo así, podrían tener aspiraciones Brasil (economía en desarrollo con recursos petroleros moderados) y Nigeria, potencia en hidrocarburos pero uno de los estados más corruptos e inestables del globo. Como se ve, las cosas se complican si se abandonan los criterios meramente comerciales. Dando un giro completo, cabe preguntarse si no sería más práctico volver a un G-5, pero compuesto por la Unión Europea, EE.UU., Rusia, China e India.

Algunos adictos a especulaciones fáciles, sugieren llamarlo “grupo de siete países posindustriales”, olvidándose de estirarlo a ocho o nueve. Otro sugieren lo contrario: reducirlo, porque varias de esas economías ya no merecen figurar. Por supuesto, todo depende de los cánones elegidos.

Por ejemplo, el G-7 colectivamente muestra creciente déficit comerciales desde 1997. Estos rojos se aceleran desde 2001 y no sólo por influencia de los déficit norteamericanos. Gran Bretaña, Francia e Italia también los tienen y el primero es notable. En parte, porque Londres se aferra a la libra y ésta es cara en términos de dólar y hasta de euro.

Alemania mantiene un apreciable superávit de intercambio, pero el de Japón tiende a declinar a medida como esa economía se reactiva. Ocurre lo contrario con Canadá, merced a sus vastos recursos naturales y su autonomía en hidrocarburos. Pero, según cifras de enero-marzo, el rojo común del G-7 equivale a 2,6% del producto bruto regional, nivel parecido al de EE.UU. en 1985. Por entonces, el grupo de los 5 llegó a un acuerdo para dejar caer el dólar frente al resto de las divisas (euro no había).

Originalmente, pues, el club se componía de EE.UU., Japón, Alemania federal, Gran Bretaña y Francia. Canadá e Italia se sumaron a mediados de los años 90. Pero, como ya sucedido, la próxima cumbre (Petersburgo, julio) será del G-8, pues se agrega Rusia. No tanto por su economía –pasó de industrial centralmente planificada a preindustrial, con creciente injerencia estatal-, sino por su superávit comercial, basado a su vez en los altos precios de petróleo y gas natural.

Ahora bien, si persiste el criterio mercantilista, surge un cuadro curioso. En 2005, Rusia exporta dos dólares por cada uno que importa. En EE.UU., la relación es casi inversa. En cuanto a China (presumible novena socia), las importaciones conforman 45% del intercambio total, por lo cual muestra mayor equilibrio que los otros dos países. Desde 1997, el valor de sus importaciones se multiplicó más de 400%, mientras el de las exportaciones lo hizo en 350%.

Esos números y su demanda de crudos (2.205.000 barriles diarios, la mayor del mundo) señalan que su peso comercial es enorme. Pero un sistema financiero con US$ 673.000 millones en carteras incobrables y un grado incipiente de desarrollo industrial presentan inconvenientes para que el G-8 pase a G-9. Además, un hipotético ingreso chino al club inspiraría ambiciones en India. En tanto, Washington exige que Beijing revalúe su moneda y exporte menos a EE.UU.

En ese punto, aparecería otro canon, el tamaño geopolítico de un país. Si sucediera algo así, podrían tener aspiraciones Brasil (economía en desarrollo con recursos petroleros moderados) y Nigeria, potencia en hidrocarburos pero uno de los estados más corruptos e inestables del globo. Como se ve, las cosas se complican si se abandonan los criterios meramente comerciales. Dando un giro completo, cabe preguntarse si no sería más práctico volver a un G-5, pero compuesto por la Unión Europea, EE.UU., Rusia, China e India.

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