Grosse Koalition: Merkel es casi la única optimista

Al vencer los plazos, la Unión Democristian y el Partido Socialdemócrata alcanzaron un acuerdo, tras casi un mes de negociaciones. Pero el documento -135 carillas, once secciones- aún queda por debatir, desde este lunes.

14 noviembre, 2005

“Estoy persuadida de que la coalición tiene posibilidades reales de gobernar y afrontar la crisis económica”, salió a afirmar Angela Merkel, la líder conservadora que se impusiera por mínimo margen al centroizquierda. Casi ningún dirigente o analista político compartían una visión tan rosada. Ocurre que, ahora, las convenciones de ambos “aliados” deben tratar, separadamente, un programa por demás denso y socialmente duro.

Uno de los fundamentos del acuerdo preliminar es “recrear empleos”, pero el paq uete de reformas pro mercado –que acabó con la gestión de Gerhard Schröder- no contiene medidas que realmente neutralicen la creciente desocupación alemana. “El programa tentativo de esta coalición aún endeble podrá generar trabajo en Chequia, Polonia o Hungría, pero no en nuestro país. A menos que los sindicatos acepten rebajas en salarios, jubilaciones y asistencia social”, sostenía por TV Oskar Lafontaine, ex PS hoy al frente de una alianza de izquierdas.

Tampoco la interna del PS es fácil. La creciente influencia de Andrea Nahles, afín a Lafontaine, puede frustrar el programa arreglado entre Schröder y Merkel. La dirigente era muy clara este fin de semana: “¿Qué sentido tiene insistir en reformas sujetas a la presunta ortodoxia exigida por los mercados financieros? Si el estado no puede ya mantener o mejorar niveles de vida ¿para qué está? ¿Què buscamos? ¿seguir siendo Alemania o volvernos Eslovaquia, Rumania o Hungría?”.

Por supuesto, los números del fisco federal son alarmantes. Por de pronto, el déficit primario ronda los € 35.000 millones. Pero una de las soluciones propuestas para debate es por demás regresiva: elevar de 16 a 18% la tasa del IVA; o sea, castigar el consumo. Por el contrario, no se tocan los impuestos a dividendos accionarios ni la renta bursátil.

Ésos son los dos primeros capítulos del documento. Después vienen el trabajo, con recortes a subsidios por desempleo (“para promover creación de puestos”), y la tributación empresaria (abolición de tratamiento preferencial para pequeñas y medianas firmas). A continuación, se plantea elevar de 65 a 67 años la edad jubilatoria y alargar de seis meses a dos años el periodo de prueba para trabajadores nuevos, quizá la única propuesta laboral razonable.

En planos menos polémicos aparecen los incentivos a la inversión directa –si bien no se explica cómo venderles a jubilados, desocupados y gente con menores ingresos- o la meta de asignar a investigación y desarrollo 3% del PBI, hacia 2010. Finalmente, no se perciben disensos respecto de federalismo, seguridad ni política exterior.

En el último tema, interesa subrayar que ni siquiera Merkel o su mentor ideológico, el bávaro Edmund Stoiber, plantean acercarse a Estados Unidos en varios puntos críticos. Pero surge un riesgo: el colapso del modelo sociopolítico francés puede pesar en los debates dentro de la “Grosse Koalition” sobre situación de la creciente –aunque moderada- colectividad turca en Alemania. Máxime si, con el avance de la ultraderecha xenófoba gala (Jean-Marie Le Pen y otros), los neonazis germanos remontan vuelo.

“Estoy persuadida de que la coalición tiene posibilidades reales de gobernar y afrontar la crisis económica”, salió a afirmar Angela Merkel, la líder conservadora que se impusiera por mínimo margen al centroizquierda. Casi ningún dirigente o analista político compartían una visión tan rosada. Ocurre que, ahora, las convenciones de ambos “aliados” deben tratar, separadamente, un programa por demás denso y socialmente duro.

Uno de los fundamentos del acuerdo preliminar es “recrear empleos”, pero el paq uete de reformas pro mercado –que acabó con la gestión de Gerhard Schröder- no contiene medidas que realmente neutralicen la creciente desocupación alemana. “El programa tentativo de esta coalición aún endeble podrá generar trabajo en Chequia, Polonia o Hungría, pero no en nuestro país. A menos que los sindicatos acepten rebajas en salarios, jubilaciones y asistencia social”, sostenía por TV Oskar Lafontaine, ex PS hoy al frente de una alianza de izquierdas.

Tampoco la interna del PS es fácil. La creciente influencia de Andrea Nahles, afín a Lafontaine, puede frustrar el programa arreglado entre Schröder y Merkel. La dirigente era muy clara este fin de semana: “¿Qué sentido tiene insistir en reformas sujetas a la presunta ortodoxia exigida por los mercados financieros? Si el estado no puede ya mantener o mejorar niveles de vida ¿para qué está? ¿Què buscamos? ¿seguir siendo Alemania o volvernos Eslovaquia, Rumania o Hungría?”.

Por supuesto, los números del fisco federal son alarmantes. Por de pronto, el déficit primario ronda los € 35.000 millones. Pero una de las soluciones propuestas para debate es por demás regresiva: elevar de 16 a 18% la tasa del IVA; o sea, castigar el consumo. Por el contrario, no se tocan los impuestos a dividendos accionarios ni la renta bursátil.

Ésos son los dos primeros capítulos del documento. Después vienen el trabajo, con recortes a subsidios por desempleo (“para promover creación de puestos”), y la tributación empresaria (abolición de tratamiento preferencial para pequeñas y medianas firmas). A continuación, se plantea elevar de 65 a 67 años la edad jubilatoria y alargar de seis meses a dos años el periodo de prueba para trabajadores nuevos, quizá la única propuesta laboral razonable.

En planos menos polémicos aparecen los incentivos a la inversión directa –si bien no se explica cómo venderles a jubilados, desocupados y gente con menores ingresos- o la meta de asignar a investigación y desarrollo 3% del PBI, hacia 2010. Finalmente, no se perciben disensos respecto de federalismo, seguridad ni política exterior.

En el último tema, interesa subrayar que ni siquiera Merkel o su mentor ideológico, el bávaro Edmund Stoiber, plantean acercarse a Estados Unidos en varios puntos críticos. Pero surge un riesgo: el colapso del modelo sociopolítico francés puede pesar en los debates dentro de la “Grosse Koalition” sobre situación de la creciente –aunque moderada- colectividad turca en Alemania. Máxime si, con el avance de la ultraderecha xenófoba gala (Jean-Marie Le Pen y otros), los neonazis germanos remontan vuelo.

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