Estos días, en la “sede intelectual” del SRF (Jackson Hole, Wyoming), todos son elogios y aplausos al futuro jubilado, porque logró mantenerse dieciocho años en el cargo. Pero su despedida trasuntó serias dudas sobre la pasada gestión y, más aún, el futuro de la economía, en buena medida producto de sus medidas. Por eso se oyeron algunos suspiros de alivio.
“En verdad, no sabemos exactamente cómo opera este sistema”. Era una repetición de lo confesado ante el comité de políticas en marzo. “Todo cambia. Los viejos modelos ya no sirven”, reiteró ante la audiencia. Pero eso mismo venían sosteniendo, desde 2001/2, economistas sistémicos como Joseph Stiglitz, Jeffrey Sachs, Paul Krugman, Robert Kuttner, Aldo Ferrer, Marcelo R.Lascano o Celso Furtado.
Greenspan deja una herencia bastante confusa y un terreno embarrado. “No es prudente que alguien esté tantos años al frente del sistema”, decía entre amigos, hace un tiempo, Paul Volcker. El antecesor del saliente no duró tanto, pero fue –y es- mucho más respetado en círculos políticos, económicos y financieros.
Por cierto, pese a numerosos sacudones y excesos bursátiles o financieros, desempleo e inflación quedan ahora más bajos de cuanto los expertos supusieran al asumir Greenspan (1987). Pero ése fue el año de una vasta crisis centrada en Wall Street. Quizá los éxitos del jefe saliente y algunos aspectos de la realidad que recibirá le hagan más difícil –si no imposible- al sucesor (¿Benjamin Bernanke?) emular los mejores momentos de esa tenida.
Parte de su éxitos se debió que que Greenspan detestada las reglas, era escéptico en cuanto a modelos –en realidad, no era un pensador económico- y evitó prácticas impuestas por Volcker e inspiradas por Milton Friedman. En síntesis, odiaba al Nobel 1970 y al monetarismo neoclásico. Irónicamente, su gestión coincidió con el agotamento de esa teoría alrededor del mundo, salvo bolsones anacrónicos (quedan en Argentina, no ya en Chile).
“El modelo Greenspan consistía, realmente, en lo que él quería o hacía”, apunta Alan Blinder (Princeton), ex vicepresidente del SRF. Precisamente, participa del simposio iniciado este viernes en Wyoming, cuya agenda se cifra en qué hacer después de Greenspan. Su mandato termina el 31 de enero y no puede prolongarse, pero Bush no parece tener prisa en proponer un candidato al senado. Sólo uno de sus predecesores, el pálido William McChesney Martin, duró más; pero eran épocas estables.
Esta conferencia incluye además a tres de los aspirante líderes a la sucesión: Bernanke (mentor intelectual y ex colega del saliente, hoy jefe de asesores económicos de Bush), Martin Feldstein (Harvard) y Glenn Hubbard (Columbia). Por diferentes razones, los tres han estado recordando que, durante el reinado Greenspan, Wall Street vivió el loco auge de la “nueva economía” (1996/2000) y el desastroso desinfle de la burbuja puntocom (2000/1).
El banquero central sintetizó todo eso en una definción ya clásica: “exhuberancia irracional”. Por esos días de especulación desatada, Abigail J.Cohen –gurú estrella de Goldman Sachs-, Nicholas Negroponte y “Business week” (apostol de la “nueva economía”) se mofaban de Greesnpan. Pero él tenía razón y ahora pocos recuerda a Cohen y Negroponte vive medicado.
Ello no lo releva del cargo más duro que le endilgan economistas de todo tipo: no haber tenido el valor de afrontar abiertamemte a la Casa Blanca en lo tocante a los enormes déficit que fueron acumulándose desde 2001: presupuesto, deuda pública, seguridad social. Por el contrario, contribuyó a exagerar proyecciones futuras del gasto asistencial para apoyar un negocio promovido por Bush: la jubilación privatizada.
Ante esos agujeros negros y la creciente dependencia respecto de compradores externos de bonos –Japón, China, Surcorea, Gran Bretaña, Taiwán-, Greenspan desviaba las presiones como podía y se aferraba a su credo: nada de normas fijas, modelos ni doctrinas. Así le ha sido a la Tesorería: US$ 5,5 billones de rojo en cuenta corriente.
Allen Sinai, analista de tendencias globales, sugiere una razón por la cual Greenspan confiaba más en sus instintos que en teorías económicas. “No cursó en ninguna de las universidades socialmente prestigiosas. No pasó por Harvard, Chicago, Stanford ni el MIT. A mi criterio, eso y eludir escuelas de negocios fue una ventaja. Lo salvó de lavados de cabeza”.
Pero el perfil ideológico de Greenspan presenta aspectos inquietantes. Así, mezcla su fanática devoción al mercado libre con ideas imbuidas por Ayn Rand, difunta fanática racista afín a L.Ronn Hubbard, un siniestro personaje, fundador de la “cientología”. Eso une a Greenspan –cuyo origen era el judaísmo ortodoxo- con John Travolta, por ejemplo.
En general, economistas y analistas asociados a la “ortodoxia de mercado” apluaden al jefe del SRF por haber estado entre los primeros en detectar, hace unos diez años, los nexos entre una fase de proesperidad económica estadounidense con el aumento de la productividad. En ese momento, se creyó que el crecimiento podría sostenerse y el desempleo podría bajar gracias a ese factor.
Pero, en 2001-3, el índice de desocupación repuntó de 4,2 a 6,3% porque, ante señales de contracción (derivadas del desinfle de la burbuja puntocom), las empresas pronto identificaron productividad con reducción de costos laborales. Entretanto, déficit y deuda pública iban subiendo sin que Greenspan atinase a hacer algo, salvo jugar con tasas básicas.
Varios críticos del banquero saliente sostienen que ha confiado demasido en su propio juicio o sus tendencias política y no bastante en sólidos principios. De ahí sus crecientes contradicciones durante la última campaña electotral. “Abandonamos un sistema basado en reglas constantes. Hoy tenemos las pautas de Greenspan, no las de la RF”, reprocha Brian Wesbury (universidad de Nueva York). “Si se hubiesen adoptado metas inflacionaria explícitas, se habría evitado buena parte de la volatilidad endémica desde 2001. Pero Greenspan rechazó una práctica común a los mayores bancos centrales”.
Estos días, en la “sede intelectual” del SRF (Jackson Hole, Wyoming), todos son elogios y aplausos al futuro jubilado, porque logró mantenerse dieciocho años en el cargo. Pero su despedida trasuntó serias dudas sobre la pasada gestión y, más aún, el futuro de la economía, en buena medida producto de sus medidas. Por eso se oyeron algunos suspiros de alivio.
“En verdad, no sabemos exactamente cómo opera este sistema”. Era una repetición de lo confesado ante el comité de políticas en marzo. “Todo cambia. Los viejos modelos ya no sirven”, reiteró ante la audiencia. Pero eso mismo venían sosteniendo, desde 2001/2, economistas sistémicos como Joseph Stiglitz, Jeffrey Sachs, Paul Krugman, Robert Kuttner, Aldo Ferrer, Marcelo R.Lascano o Celso Furtado.
Greenspan deja una herencia bastante confusa y un terreno embarrado. “No es prudente que alguien esté tantos años al frente del sistema”, decía entre amigos, hace un tiempo, Paul Volcker. El antecesor del saliente no duró tanto, pero fue –y es- mucho más respetado en círculos políticos, económicos y financieros.
Por cierto, pese a numerosos sacudones y excesos bursátiles o financieros, desempleo e inflación quedan ahora más bajos de cuanto los expertos supusieran al asumir Greenspan (1987). Pero ése fue el año de una vasta crisis centrada en Wall Street. Quizá los éxitos del jefe saliente y algunos aspectos de la realidad que recibirá le hagan más difícil –si no imposible- al sucesor (¿Benjamin Bernanke?) emular los mejores momentos de esa tenida.
Parte de su éxitos se debió que que Greenspan detestada las reglas, era escéptico en cuanto a modelos –en realidad, no era un pensador económico- y evitó prácticas impuestas por Volcker e inspiradas por Milton Friedman. En síntesis, odiaba al Nobel 1970 y al monetarismo neoclásico. Irónicamente, su gestión coincidió con el agotamento de esa teoría alrededor del mundo, salvo bolsones anacrónicos (quedan en Argentina, no ya en Chile).
“El modelo Greenspan consistía, realmente, en lo que él quería o hacía”, apunta Alan Blinder (Princeton), ex vicepresidente del SRF. Precisamente, participa del simposio iniciado este viernes en Wyoming, cuya agenda se cifra en qué hacer después de Greenspan. Su mandato termina el 31 de enero y no puede prolongarse, pero Bush no parece tener prisa en proponer un candidato al senado. Sólo uno de sus predecesores, el pálido William McChesney Martin, duró más; pero eran épocas estables.
Esta conferencia incluye además a tres de los aspirante líderes a la sucesión: Bernanke (mentor intelectual y ex colega del saliente, hoy jefe de asesores económicos de Bush), Martin Feldstein (Harvard) y Glenn Hubbard (Columbia). Por diferentes razones, los tres han estado recordando que, durante el reinado Greenspan, Wall Street vivió el loco auge de la “nueva economía” (1996/2000) y el desastroso desinfle de la burbuja puntocom (2000/1).
El banquero central sintetizó todo eso en una definción ya clásica: “exhuberancia irracional”. Por esos días de especulación desatada, Abigail J.Cohen –gurú estrella de Goldman Sachs-, Nicholas Negroponte y “Business week” (apostol de la “nueva economía”) se mofaban de Greesnpan. Pero él tenía razón y ahora pocos recuerda a Cohen y Negroponte vive medicado.
Ello no lo releva del cargo más duro que le endilgan economistas de todo tipo: no haber tenido el valor de afrontar abiertamemte a la Casa Blanca en lo tocante a los enormes déficit que fueron acumulándose desde 2001: presupuesto, deuda pública, seguridad social. Por el contrario, contribuyó a exagerar proyecciones futuras del gasto asistencial para apoyar un negocio promovido por Bush: la jubilación privatizada.
Ante esos agujeros negros y la creciente dependencia respecto de compradores externos de bonos –Japón, China, Surcorea, Gran Bretaña, Taiwán-, Greenspan desviaba las presiones como podía y se aferraba a su credo: nada de normas fijas, modelos ni doctrinas. Así le ha sido a la Tesorería: US$ 5,5 billones de rojo en cuenta corriente.
Allen Sinai, analista de tendencias globales, sugiere una razón por la cual Greenspan confiaba más en sus instintos que en teorías económicas. “No cursó en ninguna de las universidades socialmente prestigiosas. No pasó por Harvard, Chicago, Stanford ni el MIT. A mi criterio, eso y eludir escuelas de negocios fue una ventaja. Lo salvó de lavados de cabeza”.
Pero el perfil ideológico de Greenspan presenta aspectos inquietantes. Así, mezcla su fanática devoción al mercado libre con ideas imbuidas por Ayn Rand, difunta fanática racista afín a L.Ronn Hubbard, un siniestro personaje, fundador de la “cientología”. Eso une a Greenspan –cuyo origen era el judaísmo ortodoxo- con John Travolta, por ejemplo.
En general, economistas y analistas asociados a la “ortodoxia de mercado” apluaden al jefe del SRF por haber estado entre los primeros en detectar, hace unos diez años, los nexos entre una fase de proesperidad económica estadounidense con el aumento de la productividad. En ese momento, se creyó que el crecimiento podría sostenerse y el desempleo podría bajar gracias a ese factor.
Pero, en 2001-3, el índice de desocupación repuntó de 4,2 a 6,3% porque, ante señales de contracción (derivadas del desinfle de la burbuja puntocom), las empresas pronto identificaron productividad con reducción de costos laborales. Entretanto, déficit y deuda pública iban subiendo sin que Greenspan atinase a hacer algo, salvo jugar con tasas básicas.
Varios críticos del banquero saliente sostienen que ha confiado demasido en su propio juicio o sus tendencias política y no bastante en sólidos principios. De ahí sus crecientes contradicciones durante la última campaña electotral. “Abandonamos un sistema basado en reglas constantes. Hoy tenemos las pautas de Greenspan, no las de la RF”, reprocha Brian Wesbury (universidad de Nueva York). “Si se hubiesen adoptado metas inflacionaria explícitas, se habría evitado buena parte de la volatilidad endémica desde 2001. Pero Greenspan rechazó una práctica común a los mayores bancos centrales”.